Más de uno pensó que el gigante de internet estaba haciendo una broma; pocos se dieron cuenta de que con su llegada el buscador estaba cambiando las reglas del juego.
Hasta entonces el correo en la web estaba dominado por Hotmail y Yahoo!, que ofrecían algunos megabytes de alojamiento gratuito a cambio de publicidad.
Pero Gmail se estrenó con características que lo hicieron diferente desde un principio. Para empezar, contaba con una caja de búsqueda que permitía encontrar mensajes rápidamente en ese gigabyte de almacenamiento que ofrecía gratis.
Y como en el lejano 2004 un gigabyte era una barbaridad, Google anunció que su nuevo producto no requería de un botón para borrar mensajes, todo se podía ir guardando, pues de cualquier modo se encontraría fácilmente.
El spam o mensajes no deseados que plagaban a otros servicios parecía casi inexistente en Gmail, el primer servicio en filtrarlo en forma efectiva.
Pero todas estas características que lo diferenciaban de su competencia lo situaban en una posición innovadora, no revolucionaria. Lo que realmente marcó un antes y un después en la era del correo electrónico fue el modelo de negocios del servicio: tu privacidad a cambio de un producto sin costo.
Google no mostraría brillantes anuncios animados o estorbosas ventanas comerciales. En su lugar, los robots del buscador escanearían tus mensajes en busca de palabras claves por medio de las cuales, después, te mostrarían anuncios relevantes a tu estilo de vida.
Muchos grupos de defensa de la privacidad se enojaron y trataron de frenar ese nuevo intercambio. Pero la realidad es que a la mayoría de los usuarios pareció no importarle mucho la nueva transacción en la que sus datos privados, gustos e intereses se convirtieron en la divisa más fuerte en internet.
Gmail siempre fue visto como una aplicación dentro de un navegador, como hoy se piensan y diseñan las aplicaciones para teléfonos móviles.
Y aunque sólo aquellos con una invitación tenían acceso al correo, cuando Gmail por fin abrió sus puertas a todos los usuarios, sus números comenzaron a crecer. Sin embargo, fue hasta 2012 que el correo conquistó el trono del mercado superando al extinto Hotmail (ahora Outlook.com) y a Yahoo!
Su victoria fue también el inicio de un duro camino. Es cierto que a través de los años Gmail ha sufrido cambios para intentar mantenerlo siempre a la vanguardia, pero el mercado no es el mismo.
La gente usa cada vez más redes sociales para comunicarse. Facebook tiene 1.200 millones de usuarios activos, Gmail cuenta con 500 millones. A eso sumen las apps de mensajería instantánea como WhatsApp o Snapchat, que hacen ver al correo electrónico como algo irrelevante.
Los números, sin embargo, quieren defender al correo electrónico. El año pasado contaba en el mundo con 2.200 millones de usuarios. Un análisis del Radicati Group en Londres estima que aunque el tráfico entre cuentas de correo electrónico personales se reducirá en los próximos tres años, el número de cuentas de correo electrónico empresariales crecerá hasta alcanzar los 1.100 millones de buzones en 2017.
La explosión de los teléfonos inteligentes también ha dotado al correo de un aliado y un enemigo. Nunca como ahora había sido tan fácil estar en contacto con nuestros buzones, pero al mismo tiempo, nunca como ahora había tenido el correo electrónico tanta competencia en el mismo dispositivo.
El e-mail se está convirtiendo en un artículo de fondo. Cuando hay que tomarse el tiempo para explicar las cosas con más palabras, para expresar ideas más formales o desarrolladas se usa el buzón. Para todo lo demás están las redes sociales y las apps.
Google lo sabe y está tratando de lograr que Gmail se convierta en nuestra identidad a través de redes sociales (¿han oído hablar de Google+?) y dispositivos móviles.
Y mientras con una mano enarbola ese estandarte, con la otra lucha contra los defensores de la privacidad, aquellos que con las filtraciones de Edward Snowden han encontrado nuevos argumentos para reiniciar una batalla apuntando a una debilidad del sistema de confianza.
Gmail querrá cumplir otros 10 años, aunque quizá, si lo logra, no sólo su rostro, sino su esencia habrán cambiado radicalmente.