Tres mujeres a bordo de una casa rodante, perdidas en la ruta. Las balizas encendidas, como esperando un remolque que debió llegar allí hace años. Tres almas, las mismas, ajenas al presente y atadas de manos y pies a días anteriores. Marisa, una ex tenista de 50 y tantos, llega una mañana en busca de su tía Ada, una rockera y performista veterana que alguna vez rompió los moldes del arte y probablemente una de sus guitarras, y quien permanece aislada de todo. La sobrina, cuenta, quiere volver al deporte luego de treinta años de internación siquiátrica tras el suicidio de sus padres, cuando le arrebataron el triunfo en la final de un torneo infantil. Monosílabas y algo distantes, el silencioso reencuentro entre ambas revela al fin la presencia de un tercer personaje que ha permanecido quién sabe desde cuándo observándolo todo desde un rincón. La escena comienza.
Hace un año, el director argentino Claudio Tolcachir (40) convocó a los dramaturgos Lautaro Perotti y Melissa Hermida para echar a andar su cuarto trabajo. La crítica le sigue los pasos tras los éxitos que cosechó con La omisión de la familia Colemann (2005), Tercer cuerpo (2007) y El viento en un violín (2010): a diez años de su irrupción en la escena independiente, se consagra como uno de los directores más respetados en su país y Latinoamérica.
Solo tenía claro dos cosas: primero, su siguiente trabajo indagaría en la soledad. Y luego, como es costumbre en él, ya tenía en mente a Marta Lubos, Daniela Pal, Paula Ransenberg, las actrices que darían vida a tres personajes que aún no existían. "Sabíamos que sería un proceso lento y largo, aunque provechoso. Sabíamos también que trataría sobre tres mujeres solas con un pasado que las amarra y no las deja avanzar, como esa casa rodante que no avanza hacia ningún lugar", dice al teléfono desde Buenos Aires, donde acaba de mostrar el fruto del trabajo conjunto. Tras varias reescrituras e improvisaciones del texto, lo llamaron Dínamo, y luego de su primera temporada en el espacio Timbre 4, fundado por el mismo Tolcachir a principios de los 2000, llegará el 16 de julio a la 69a edición del Festival de Avignon, en Francia, y en enero a Chile para el Santiago a Mil, coproducida por Fitam.
Su tercera obra se estrenó primero en Francia y luego en Argentina. ¿Cómo se estrechó esa hermandad?
Cuando La omisión de la familia Colemann empezó a girar y a agarrar vuelo en Chile, España y Francia, nos propusieron desde Avignon coproducir una de nuestras obras. Después Olivier Py, director del Festival de Avignon, vino a Buenos Aires para confirmar que la ciudad sería la estelar este año, y nos ofrecieron estrenarla allá. Es un honor y también un desafío.
¿Cómo surgió la necesidad de contar una historia sobre la soledad de tres mujeres?
Uno de los principios de la obra es que no iba a tener mucho texto, sino que íbamos a contar una historia desde las acciones y los cuerpos. No queríamos acudir a la palabra. Otro era, y lo digo muy arbitrariamente, es que ahondaría en la soledad de tres personajes encerrados en un espacio muy íntimo. No es, por tanto, una soledad literal ni una que se alivie con la presencia de otro. Es una soledad en sí misma y consigo mismas.
¿Por qué solo mujeres?
Para todas mis obras he tenido primero al elenco que la obra. Ahora me dieron muchas ganas de estar con estas actrices, y todo el proceso creativo se dio en función de eso. Fue un desafío nuevo, eso sí, pues tuvimos que encontrar una historia en cada una de ellas para dibujar un personaje a partir de vivencias, objetos y temores que en realidad son de todos. Es primera vez que escribimos desde cero y sobre el aire, aunque siempre opto por improvisar con mis actores antes para encontrar un texto que nos involucre y seduzca a todos.
Ha dicho que para usted es vital el trabajo en equipo, sin jerarquías. ¿Cómo se llega a escribir así una obra sobre la soledad?
Parto de la base de que el teatro debe ser un acontecimiento grupal, pero eso no impide crear obras que hablen sobre la soledad o cualquier otra cosa que anule la colectividad. En este caso, los que conformamos grupos de trabajo estamos construyendo algo para defendernos de la soledad. Es nuestra forma de combatirla. El teatro puede, a ratos, librarnos de eso.
Hace casi 15 años usted fundó un espacio (Timbre 4) donde montar y mostrar sus obras. ¿Cómo le ha ido con ese experimiento?
Tenía un espacio en mi propia casa, en Buenos Aires, que siempre quise dedicar al teatro. Al principio no teníamos nada, ni luces ni butacas ni parrillas. Tampoco gente, desde luego. Empezamos a levantarlo nosotros mismos, de a poco y todo de nuestro bolsillo, desde el telón hasta las butacas, con sillas que sobraban de nuestras antiguas casas. Así fue profesionalizándose de a poco, pero cuesta.
En Chile ha habido cierres de salas independientes por falta de fondos. ¿Cómo es el panorama en Argentina?
Pienso que debe ser igual en todos lados. El teatro aquí o allá es un trabajo sumamente artesanal, de autoabastecimiento. Nosotros, por suerte lo hemos logrado hasta ahora. Tenemos un subsidio estatal y otro de la ciudad que nos ayudan a financiar nuestras obras y a cubrir algunos costos de la sala, aunque muy pocos. No te permiten relajarte. No puedes mantener una sala así, esperando ayuda. Sirve para comprar luces, hacer arreglos eléctricos, pintar, etcétera, pero el mantenimiento diario y mensual es grande y complejo, desde la limpieza hasta lo más técnico. Todos los meses hay que hacer algo para darle un respiro a esto. El medio es y seguirá así.