Actualmente, los diseñadores más discretos y pragmáticos, aquellos que guardan distancia y respecto al sistema, como también a los focos, están irrumpiendo con fuerza en el mercado de la moda.
Ejemplo de ellos son el modisto de Lacoste que sucede a Jean-Paul Gaultier en Hermès, Christophe Lemaire, o el británico Giles Deacon, recién llegado a Ungaro, para el consultor Jean-Jacques Picart, "Son estilistas para los que la moda debe tener sentido y no sólo brillo, lo que es una consecuencia directa de la crisis", comenta.
"No son realmente creadores, de hecho prefieren el término de diseñadores. El ego, el ''too much'', lo importable, todo eso pasó de moda", añade.
Por su parte el asesor de estilistas Donald Potard, comenta que en el mundo de la moda, los contratos son cortos, con frecuencia de dos o tres años. Y el mes de mayo es propicio para los cambios, por lo que explica que "La próxima colección ya está hecha, lo cual trastoca menos las cosas, y por supuesto que se piensa en el mercado".
Así, los diseñadores tiene que instalar una colección entera y adoptar los códigos de la casa a la cual trabajan. "Incluso romper los códigos", reconoce Olivier Saillard, el nuevo director del museo Galliera de la moda. Quien comenta que el paso de una casa de costura a otra, frecuente desde los años 1960, parece acelerarse, ejemplo de ellos es el paso de Gaultier por Hermès, donde dirigió siete años el prêt-à-porter femenino, lo que le permitió con el tiempo instalar un proyecto.
Por el contrario, las casas que cambian de estilista al termino de una temporada, como sucedió recientemente en Ungaro, entran en una dinámica "histérica", casi "cómica", enfatiza el director.
"No hay receta, pero los buenos cambios se suelen hacer con la cabeza trabnquila y sin efecto de anuncio", considera, citando como ejemplo la llegada discreta de Nicolas Ghesquière a Balenciaga en 1997, quien se convirtió pronto en "uno de los creadores más influyentes", o también cita la de Alber Elbaz a Lanvin en 2001.