Walt Disney tenía buen oído. Escuchaba infaliblemente al público, a Hollywood y, por supuesto, a su propia conciencia. También, antes que nadie, decía oír a los niños. ¿Qué quieren? ¿Qué buscan? ¿Qué los divierte? En la lista, la primera en atender era a su hija Diane, algo así como la niña de sus ojos. Fallecida hace tres semanas, a los 79 años, fue ella quien le hizo a papá Walt una solicitud tan imperial como sólo la logran los hijos.

La pequeña Diane le dijo, a fines de los años 30, que debería adaptar al cine su libro favorito. Se llamaba Mary Poppins, pero la tarea le tomaría 20 años a Disney, un hombre obsesivo que debió luchar cuerpo a cuerpo y mente a mente frente a P.L. Travers, la esquiva autora del volumen.

A 50 años del estreno de la película con Julie Andrews y Dick van Dyke (1964), los estudios Disney también abordan los esfuerzos tras este clásico musical e infantil. ¿Por qué P.L. Travers se rehúso una y otra vez a que sus páginas se transformaran en celuloide? ¿Qué la impulsó a dar el vamos final? Las respuestas se expresan como una narración aparte en El sueño de Walt, película donde Tom Hanks es Walt Disney y Emma Thompson encarna a la testaruda autora australiana P.L. Travers. El filme de John Lee Hancock, que hasta el momento acumula sólo buenas críticas, se estrena la próxima semana en Estados Unidos y a Chile llegará el 20 de febrero. Significa, además, el retorno de Tom Hanks a la arena de los candidatos a premios, con la más que probable nominación a un Oscar a Mejor Actor.

PAMELA; SEÑOR DISNEY

Saludada por algunos críticos como una de las más inteligentes películas sobre el conflictivo ejercicio de adaptar libros al cine, El sueño de Walt es además un espectáculo de actuaciones. Tom Hanks es un Disney persuasivo, amable e implacable en los negocios. Emma Thompson es una P.L. Travers celosa vigía de su obra, incapaz de ceder en nada. ¿Cómo lo harán para hacer algo juntos? El primero, con paciencia y sagacidad. La segunda, básicamente por necesidades económicas.

Un momento sintomático de la película es el primer encuentro entre Disney y Travers. Tras años y años sin que abra la puerta a la llamada del productor, la escritora hace un gesto definitivo y viaja a Los Angeles. Palmeras, autos de brillante pulido y carreteras se suceden ante la vista de Travers, australiana que adoptó un incorruptible acento australiano desde que se instaló en Londres en 1924. No le gusta la ciudad. "Hay demasiados olores, a curry, a especias", dice. La llevan a la oficina de Disney, quien con sonrisa y brazos abiertos le dice: "Pamela, por fin nos conocemos, qué gran placer". "Diríjase a mi cómo señora Travers por favor", es la respuesta contraria. "Entiendo, también puedes llamarme el señor Disney", ironiza el creador de Mickey.

La inexistente química entre ambos sólo acabará cuando Disney se olvide de sus canciones, sus dibujos y sus parques de diversiones. Ese no es el lenguaje de P.L. Travers, que a través de su serie de novelas Mary Poppins también buscaba reflejar su propia infancia.

Nacida bajo el nombre de Helen Goff en 1899, en una de las zonas más áridas de Australia, Pamela Lyndon Travers fue una clásica chica de granja y vida al aire libre hasta que la muerte de su padre alcohólico terminó con todas sus fantasías. Se hizo cargo de sus hermanas menores, pero al mismo tiempo nunca dejó de creer en que el Viejo Continente era el lugar adecuado para desarrollar sus aptitudes. Fue en Londres que probó una temprana carrera como poetisa y actriz (actuó  en Peter Pan, de su mentor intelectual J.M. Barrie) y también ahí  publicó Mary Poppins en 1934.

¿De dónde venía la inspiración de aquella nana mágica capaz de volar a impulso de paraguas? De acuerdo a El sueño de Walt, todo tiene que ver con la infancia de la autora y, en particular, el personaje de Poppins fue escrito a imagen y semejanza de tía Ellie (Rachel Griffiths, en la película). Es cuando Disney se entera de la infancia de Travers que logra cierta comunión con la autora. Después de todo, el productor se crió en una granja de Missouri y siempre aludiría a su infancia como los años más felices de su vida.

LA MARCA DE DISNEY

Aunque dirigido a los niños, el primer volumen de Mary Poppins  es bastante más realista y ácido que la versión de Disney. La cinta con Julie Andrews fue un musical de punta roma en comparación a las aristas que al menos podían hallarse en el libro de Travers, una mujer que asumió la adaptación como una suerte de velada derrota tras 20 años de resistencia. "Sus libros son muchos más oscuros  y bastante crueles en varios pasajes. Se parecen más a las obras infantiles de Roald Dahl (Charlie y la fábrica de chocolates) que a la canción Chim Chim  Cher-ee de la película con Julie Andrews. Pero no pienso que haya que escoger una sobre la otra. Son obras de arte separadas", reconoció Tom Hanks hace unos días al diario británico The Daily Telegraph.

De salud férrea y voluntad de acero, Pamela Travers murió en 1996 a los 96 años, no sin antes dejar estipulado en su testamento que ningún estadounidense debería jamás involucrarse en una adaptación de sus obras. Recibía mensualmente los cheques por las ganancias de Mary Poppins, que tuvo cinco Oscar, pero jamás simpatizó ni con sus dibujos animados ni con sus canciones. Hanks es explícito: "Richard Sherman, el autor de las canciones de Mary Poppins, nos acompañó en el rodaje de El sueño de Walt. Una vez le pregunté como era la auténtica P.L. Travers. Me respondió: Oh, Tom. No tengo nada bueno que decir de ella".