Recién había cumplido 26 años, cuando el francés Julien Gosselin logró convertirse en el director teatral más joven en llegar al Festival de Avignon, una de las vitrinas escénicas más importantes del mundo. Precisamente un día como hoy, hace tres años, la prensa francesa especulaba acerca de los méritos artísticos de ese desconocido muchacho que no solo lucía mayor, quizá por su temprana y severa calvicie, sino que además se distanciaba de sus pares novatos por la refinada casta de sus lecturas. Ese año, Gosselin llevó a escena a uno de los rudos de las letras galas: el estreno de su versión de Las partículas elementales, de Michel Houellebecq, desató una ovación poco antes recordada entre la quisquillosa e inquisidora mirada de la crítica.
Desde el viernes pasado, tres años después de su incursión en las grandes ligas del teatro de su país, el director aún al borde de los 30 vuelve a sorprender al público con otro montaje riesgoso y cada vez más cercano al maratónico canon de las apuestas de Avignon. En los ochenta, Peter Brook dio un memorable salto con su adaptación de Mahabharata de más de 10 horas de duración. Luego, en los noventa, el actual director del certamen, Olivier Py, deslumbró con una maratónica puesta en escena de La servante, de 24 horas. La última pieza extendida, recordada hasta ahora, fue la del libanés Wajdi Mouawad en 2009, quien encerró a dos millares de personas en el Palacio de los Papas ante la representación de tres de sus obras en una inusual travesía nocturna que terminó a las 7 de la madrugada.
Ahora, según dicen, el retorno de Gosselin podría leerse casi como un designio divino: su propia versión de 2666, de Roberto Bolaño, convierte las más de 1.100 páginas de la novela póstuma, publicada en 2004 -a un año de la muerte de su autor-, en 12 horas de espectáculo. "Que durara tantas horas me parecía imprescindible. Una de las dimensiones más importantes del libro es que sea tan largo. Quería trasladar a la escena la dificultad y la fatiga que implica leerlo, sin ahorrarme las digresiones inútiles de Bolaño", explicó Gosselin tras el estreno.
Al igual que en el libro y otras adaptaciones al teatro (la del español Alex Rigola en 2007, y la del estadounidense Robert Falls este año), cuatro académicos europeos van tras los pasos de Benno von Archimboldi, el autor alemán de culto y eterno candidato al Nobel a quien nadie ha visto en persona. Su investigación los hará llegar hasta Santa Teresa, una ciudad inspirada en Ciudad Juárez, en la frontera mexicana, donde cientos de mujeres son violadas y asesinadas. Tanto para Bolaño como para Gosselin, su obsesión apunta a dar con el origen de esa violencia en vez de "estetizarla como hacen algunos directores, presentándola como algo divertido y hasta simpático. Para entendernos, estoy más del lado de Haneke que de Tarantino", añadió el director, quien presentará hasta este sábado en Avignon su montaje compuesto por 13 actores, y que combina teatro, cine y música. Luego, en septiembre, el mismo abrirá la temporada del mítico Teatro Odeón de París.
A la crítica no le quedó más que reafirmar sus votos hacia el joven director. "Su relectura de Bolaño es lúcida y apasionante. El retorno de Gosselin es magistral", anotó Le Monde; mientras que La Croix consignó que su adaptación es "Magnífica". Sobre el salto de Houellebecq a Bolaño, Gosselin dijo: "Ambos comparten una radicalidad que nace a partir del desaliento. En lugar de desesperarse, prefieren hacer arte. Debemos poner en escena textos de hoy y usar las armas de lo contemporáneo en lugar de celebrar nuestro patrimonio sin cesar. Quiero un teatro en contacto directo con la realidad, y en ese sentido, Bolaño es un autor inmenso, porque habla del mundo contemporáneo y la violencia que lo caracteriza".