Dora la exploradora
La antofagastina Cristina Dorador recorre los salares y estudia los microorganismos que viven en el desierto de Atacama. Quiso ser música y creció escuchando poesía, pero escogió ser bióloga y hoy es considerada una de las científicas más promisorias del país. Acá habla de la marcha por la ciencia de hoy, dice que es necesario estudiar el cáncer en su ciudad y que apoyaría una ley de cuotas en investigación para igualar la cancha entre hombres y mujeres.
Cuando era chica y Antofagasta no era una ciudad tan grande como hoy, para Cristina Dorador el desierto era el patio de su casa y en los paseos de fin de semana con su familia subía sus cerros. Hoy ese mismo paisaje tan familiar es su lugar de trabajo. Recorre los salares buscando microorganismos para entender cuántos y de qué tipo son y qué función cumplen ahí. "El desierto es un lugar donde aparentemente no hay nada, pero su principal atractivo es que en realidad hay tanto que puedes descubrir muchas cosas nuevas", dice ella.
La posibilidad de explorar fue lo que la llevó a convertirse en científica. Antes estuvo tentada por la música, ya que tocaba el contrabajo en la orquesta juvenil de su liceo. "Pero no me imaginé toda mi vida en una orquesta y la ciencia me gustó antes que la música incluso, por esa cosa medio desconocida y misteriosa", dice la bióloga de 37 años, que es académica en la Universidad de Antofagasta e investigadora del Centro de Biotecnología y Bioingeniería de la U. de Chile. Su foco está puesto en la diversidad de los microorganismos y bacterias que habitan los salares en el desierto, para saber cuál es su rol y qué compuestos producen, porque pueden esconder propiedades que sirvan para tratamientos de enfermedades que aún no tienen solución.
¿Por qué te interesaste en los salares?
Porque son la fuente de agua más importante en el norte de Chile, guardan secretos biológicos y geológicos del pasado y hoy están en riesgo de secarse debido al cambio climático y a la extracción de agua.
Aunque poco conocida a nivel público, Dorador es una de las principales investigadoras del desierto de Atacama y es considerada una de las científicas más promisorias del país. Uno de sus principales desafíos es lograr que Chile proteja el desierto de Atacama, los salares y las lagunas, ya que contienen una diversidad microbiana de incalculable valor. También participa en foros y movimientos –como la agrupación Más Ciencia para Chile- que buscan equidad para las mujeres que hacen ciencia y un marco regulatorio que proteja a los investigadores jóvenes. De hecho, en 2016 fue escogida por la Red Interamericana de Academias de Ciencias para representar a Chile en el libro Young Women Scientists, que busca inspirar a niñas y jóvenes a seguir carreras en esta área por medio de testimonios de vida.
¿Qué te gustaba descubrir cuando eras niña?
Siempre me gustó darme cuenta de que existen cosas distintas. Por naturaleza soy muy curiosa y la creatividad jugó un papel muy importante. Si uno se fija en cómo se han formado los científicos, la mayoría también hacen otras cosas y son artistas o se dedican a la poesía. Creo que tiene que ver con tener una mente inquieta, uno quiere crear o contribuir en otras áreas. A mí me gusta mucho la música y además en mi casa crecí en un ambiente literario.
Los papás de Cristina son profesores de lenguaje y poetas. Wilfredo Dorador ha recorrido varios países gracias a su poesía, donde siempre está presente el norte de Chile, y en su libro Universo sin orillas le dedicó un poema a cada uno de sus hijos. El último se llama Poesía conjunta y lo escribieron juntos Wilfredo y su mujer, Milena Ortiz. "Crecí rodeada de libros –dice Cristina- y gracias a eso me daba cuenta de que conocía cosas que mis compañeros no. Los libros te abren mundos, especialmente, a quienes, como yo, vivíamos lejos de los centros urbanos más importantes y sin la comunicación que hay ahora".
En los desayunos los Dorador escuchaban a Wilfredo recitar poemas, suyos o de autores bolivianos y peruanos que conocía en sus viajes. "Estábamos en plena dictadura y no había dónde recitar. Mi papá tenía su círculo y se hacía cultura de manera clandestina, pero nosotros mismos fuimos el refugio cultural de nuestra familia".
Ni Cristina ni sus tres hermanos –los tres hombres e ingenieros- siguieron sus pasos, pero los cuatro heredaron su sensibilidad. "Mi papá nos mostraba su poesía como diciendo: esto existe, se los dejo y pueden tomarlo si les gusta. Yo participé en unos talleres de dramaturgia en el colegio y un tiempo escribí obras de teatro, me gustaba mucho el formato de diálogo. No lo seguí desarrollando porque me dediqué a la ciencia, pero me ha servido para escribir textos de divulgación científica, que no me cuestan nada".
¿Se encuentran la cultura y la ciencia en algún punto?
La ciencia es cultura porque también es una visión de la realidad, de nuestro quehacer. De hecho, todas las tendencias científicas van de la mano de lo cultural, es muy difícil que existan avances en ciencia si no hay desarrollo de otras áreas. La sociedad tiene que avanzar en su conjunto, no podemos dar pasos en ciencia y tecnología y dejar de lado la cultura, que pareciera que es lo último que le interesa a este país y debería ser lo más importante. No entiendo que hoy hablemos de gestores culturales, de personas que se dedican a hacer eventos, con una visión economicista. ¿Y dónde están los artistas, la gente que crea? Démosles la oportunidad de juntarse con científicos, que conversen. Seguramente van a salir cosas muy interesantes, tal como ocurre en otros países.
Las hermanas bacterias
Cuando terminó el colegio, Cristina se vino a Santiago, a la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile y en segundo año empezó a trabajar en el laboratorio con Irma Vila, investigadora de Limnología, disciplina que estudia los aspectos físicos y biológicos de los ecosistemas de agua dulce, y se interesó en los salares.
¿Qué te interesa de las bacterias que has encontrado en esos ecosistemas?
Han ido cambiando las preguntas. La inicial era qué tipo de bacterias y arqueas, que son otro tipo de microorganismos, había en cada salar. Después, qué rol cumplen, por qué están ahí. Luego, cómo contribuyen energéticamente al resto del sistema. Ahora con mi colega Verónica Molina estamos analizando la producción de gases de efecto invernadero de las bacterias de los salares para ver de qué manera contribuyen al cambio climático, y yo he profundizado en su diversidad, porque hay muchas y muy distintas. Hasta hace algunos años pensábamos que las condiciones ambientales extremas, como las que hay en el desierto, limitaban su diversidad, pero parece que la expande porque generan múltiples condiciones para que existan múltiples bacterias distintas.
¿Por qué las estudias en el desierto?
Porque es el lugar donde vivo y siempre me ha llamado la atención saber qué hay a mi alrededor. Pero también es un lugar único que nos puede dar luces de cómo otros organismos han podido adaptarse a ambientes extremos. Para un biólogo es interesante buscar formas de vida donde para la vista no hay nada. Hay que tener mucha imaginación y pienso que por eso la gente del norte tiene tanta, porque el paisaje no te entrega mucho a la vista. Eso es fascinante.
¿Qué deberíamos saber hoy de las bacterias?
Primero, que están en todas partes: no se ha reportado ningún ambiente en la tierra donde no estén. Segundo, que están asociadas íntimamente a cada organismo del planeta, algo que no teníamos muy claro hace algunos años. De hecho, la discusión actual es qué fue primero: si vivimos juntos desde el comienzo de la evolución o no, porque lo que nos enseñaron es que surgimos a partir de una célula y desde ahí se fueron formando y diversificando las otras especies, pero pareciera ser que siempre hemos vivido en comunidad con las bacterias. Eso es importante para entender que las bacterias son un componente fundamental en nuestra vida. No podríamos regular nuestros procesos metabólicos y funcionales sin ellas, y tienen potencialidades que aún desconocemos.
A veces se dice que las bacterias pueden ser la clave de los medicamentos del futuro, ¿por qué?
No es que sean la solución, sino que son parte del entendimiento de cómo funcionamos. Ver al hombre como un ser aislado, sólo formado de células humanas, es una visión muy sesgada, porque somos una convivencia de microorganismos más células humanas. Por eso cuando vienen enfermedades complejas, como un cáncer, siempre pensamos que hay un tumor que atacar, pero resulta que es mucho más complejo que eso y por eso hoy se está hablando de cuál es el rol modulador de las bacterias en el cáncer y en otras enfermedades. Pero esto se está estudiando recién.
¿Estamos en una revolución microbiana?
Estamos abriendo una caja que estaba cerrada para el conocimiento gracias a la aplicación de nuevas tecnologías y a que se están rompiendo paradigmas con creatividad. Mucha gente piensa que los científicos son personas cuadradas que siguen algunas teorías, pero no es así. Esto de empujar la barrera del conocimiento se da solamente cuando hay personas creativas.
Cuotas para ellas
Cristina hizo su doctorado en microbiología en el Max-Planck Institute for Limnology (Alemania), donde investigaba sobre la composición de las comunidades microbianas en lagos y salares del altiplano. Estaba en eso cuando conoció a Chris Harrod, un ecólogo acuático británico que trabajaba para la Queen's University Belfast, de Irlanda del Norte. "¿Cómo seguimos: me quedo yo o te vas tú?", le dijo. Él consiguió que la universidad le permitiera trabajar a distancia y se vino con ella al norte. "Sin ese apoyo hubiera sido imposible. Es la forma que tienen allá de ver las relaciones humanas en esas universidades; no todo es producir y publicar", dice ella. Hoy son padres de dos hijos -de cuatro y dos años-. Cuenta que volver a Antofagasta era un riesgo porque en Alemania tenía todo para seguir investigando y acá no tenía nada asegurado. "Estando allá me cuestioné mucho si a alguien le importaba lo que estaba investigando, pero después le encontré sentido a la idea de contribuir científicamente. Estudiando los salares quizás podría ayudar a su preservación, porque son la fuente de agua más importante en el norte de Chile y guardan secretos biológicos y geológicos del pasado. Lamentablemente están desapareciendo a una tasa mayor de la que esperábamos y algunos ni siquiera alcanzamos a estudiarlos".
¿La explotación del litio pone en peligro la riqueza microbiana de los salares?
De todas maneras. Acá hay que ser responsables: si el Estado quiere explotar el litio, tiene que asumir que se va a sacrificar una parte del salar de Atacama y que ese sector no va a ser como antes nunca más. Esa es la discusión que tenemos que tener como país: ¿eso es lo que queremos? Es lo mismo que la salmonicultura: demos más concesiones, pero ¿queremos eso? Tenemos que ser honestos con nosotros mismos y para eso tenemos que hacer ciencia, porque si no tenemos datos, ¿cómo validamos las decisiones?
¿Cómo es hacer ciencia en regiones?
Es difícil. Hay muy pocas becas para regiones, está todo muy centralizado. Existen recursos regionales para hacer investigación, pero más bien para fines aplicados. No están pensados para ciencia básica, entonces tienes que competir a nivel nacional. Investigar en regiones es dedicarse a solucionar específicamente un problema o hacer algo productivo. Por suerte, para mí ni fue tan complicado porque cuando volví a Antofagasta tuve trabajo en una universidad y la suerte de que había espacio en el laboratorio y me gané el Fondecyt de Iniciación y otros proyectos internacionales.
¿Qué harías para potenciar la ciencia en tu región?
Antofagasta tiene temas muy importantes para investigar, que son la contaminación y las enfermedades. Es una de las ciudades con mayor prevalencia de cáncer y debería haber un centro de investigación que lo investigue porque –y hay que sacarse eso de la cabeza- no es que se quiera acusar a alguien de ser el causante, sino que hay que averiguar qué pasa. ¿Por qué Antofagasta y no Copiapó? Aquí se dan factores ambientales complejos, tenemos la mayor radiación solar y concentraciones de arsénico históricas. Trabajos recientes muestran que hay poblaciones humanas en Chile que tienen una mutación específica para resistir el arsénico. Es muy interesante lo que pasa en el norte y no se está estudiando como debiéramos. Insisto: hay que sacarse el tema de echarle la culpa al gobierno de turno o la empresa no sé qué; hagamos investigación seria sin intereses pequeños.
Eres parte del comité organizador local de la marcha mundial por la ciencia que se va a realizar hoy. ¿Cuál es el objetivo en Chile?
A diferencia de Estados Unidos o Europa, donde las universidades o los institutos adhieren a la marcha, acá ha sido muy difícil la participación de las instituciones. No sé por qué. Tal vez es porque no hay aquí una cultura científica fuerte la gente no tiene en su ADN esto de pelear por la ciencia, lo ve como una ocupación lejana. Lo que estamos buscando localmente es que las personas participen. Por eso en Antofagasta vamos a hacer actividades como "pregúntale a un científico" o "qué quieres que investiguemos". Es nuestra oportunidad de explicarle a la opinión pública qué hacemos y para qué sirve, dejando claro que sus ideas son importantes.
Trabajas con otras mujeres jóvenes en algunas de tus investigaciones, ¿qué hacen ustedes para que otras puedan llegar a ser científicas como tú?
Estamos en un punto súper básico, que es contar nuestra historia. La mía ha sido afortunada, pero a otras les ha tocado más duro. Un ejemplo: el año pasado competimos en un concurso de Núcleos Milenio y en las bases no estaba considerada la maternidad de las investigadoras. Si compite una mujer que fue mamá y que se demoró en publicar frente a un hombre que no ha tenido esa pausa, va a ganar el hombre. No están las mismas condiciones para que una mujer sea investigadora responsable de un proyecto y en ese ámbito estamos muy bajo. La OCDE recomendó a Chile aumentar el número de mujeres en ciencia y tecnología, incluyendo ciencias sociales, pero no esperemos que organismos internacionales nos digan cómo hacerlo. Yo les digo a las niñas que nunca hay que amilanarse, las mujeres tienen que pensar de igual a igual, pero hay que cambiar las condiciones.
¿Apoyarías una ley de cuotas en investigación?
Sí. Estoy por garantizar un porcentaje de mujeres o que los proyectos tengan un acápite que diga que se va a incentivar la participación. Mira, estamos colaborando en un proyecto europeo donde hay un capítulo de igualdad de género donde se pide que todos los grupos sean 50 por ciento hombres y 50 por ciento mujeres. Ese proyecto incluye que una investigadora que tiene que viajar lo haga con sus hijos y se le pague a una cuidadora para que se encargue de ellos mientras está trabajando. Esas cosas hay que hacer, fomentar que las mujeres participen.
¿Crees que Chile puede pagar medidas como esa? No somos Europa.
Para algunas áreas es posible, pero para otras no porque hay mucha deficiencia en el número de mujeres. Por eso hay que fomentar que las niñas se dediquen a esas áreas culturalmente dominadas por hombres y sacar ese estigma.
¿Cómo lo has hecho tú?
Tuve suerte porque mis padres viven en Antofagasta y sin ellos nunca hubiera podido desarrollar mi carrera científica. Cuando me voy al desierto siempre llevo a mis niños y mis papás viajan con nosotros y los cuidan. Para ellos son unas vacaciones con los nietos, pero hacen un tremendo esfuerzo. Por ejemplo, cuando vamos al Salar de Huasco, que está a 3.800 metros, mis papás y mi marido se quedan con ellos en el campamento de Pica y yo bajo a dormir ahí todas las noches. Hacer carrera científica es un esfuerzo familiar y cuando hay mujeres científicas que no lo tienen les cuesta demasiado avanzar.
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