Louis Beróud no estaba de acuerdo con la última medida de seguridad adoptada por el Museo del Louvre: poner cristales frente a las obras más importantes de la colección para protegerlas del vandalismo. Para el pintor francés eso era atentar contra la experiencia artística y decidió hacer su propia acción de protesta.
El martes 22 de agosto de 1911, Beróud entró al salón Carré con la idea de usar el retrato de la Gioconda de Leonardo Da Vinci como modelo para pintar a una mujer similar usando el reflejo del vidrio protector. Pero la Mona Lisa no estaba. Un guardia le dijo a Beróud que probablemente estaban tomándole fotos para el catálogo del museo. No era así. Pasaron las horas y el cuadro no apareció. La Mona Lisa había sido robada.
Era la derrota del museo del Louvre, quien luego de ser duramente cuestionado por sus arcaicos sistemas de seguridad, había dejado ir una de sus piezas más preciadas. El robo, uno de los más emblemáticos en la historia del arte, revive ahora con dos nuevos libros: The Crimes of Paris, del matrimonio de escritores Dorothy y Thomas Hoobler, y Vanished Smile: the mysterious theft of Mona Lisa, de la autora R.A Scotti. Mientras el primero utiliza el robo como punto de partida para hacer una radiografía del mundo criminal de la época y de cómo París se ha convertido en la actual meca de la labor policial contra el robo de arte, el segundo indaga en los misterios que rodearon a la desaparición del cuadro, rescatando la figura del falsificador Eduardo de Valfierno.
¿UN LADRON SOLITARIO?
Durante dos años la investigación tomó un rumbo insospechado. Primero se culpó a los alemanes, creyendo que el robo era una táctica para desmoralizar a Francia previo al estallido de la Primera Guerra Mundial. Luego, cayeron los primeros sospechosos, entre ellos Pablo Picasso, quien ya tenía antecedentes por comprar objetos robados, y su amigo el escritor Guillaume Apollinaire, quien en contra del llamado arte oficial, pidió públicamente que se quemara el Louvre con todas sus pinturas dentro.
En 1913 el caso se resolvió, luego que el mismo ladrón intentara vender la Mona Lisa al famoso coleccionista de Florencia Alfredo Geri. Se trataba de Vicencio Peruggia, antiguo carpintero del Louvre, quien aprovechó el día de cierre del museo para entrar, descolgar la Mona Lisa, guardarla entre sus ropas y salir sin que nadie lo notara. El conocimiento de Peruggia sobre los horarios y los distintos pasillos del museo explicaban el crímen, pero los motivos no eran creíbles: Peruggia explicó que todo lo había hecho para devolver la obra a su país natal y vengar así los robos que sufrió Italia a manos de Napoleón. Así, el italiano se convirtió en un héroe nacional, sufriendo una pena de un año y 15 días, de la cual sólo cumplió la mitad.
Sin embargo, Vanished Smile desempolva otra teoría en la que Peruggia no habría actuado solo. El argentino Eduardo de Valfierno lo habría convencido (ofreciéndole una fortuna) para hacer desaparecer la obra y así vender copias de la Gioconda a acaudalados americanos, por un millón de dólares cada una. La historia habría sido revelada años después al periodista estadounidense Karl Decker, por el mismo Valfierno quien le pidió como condición hacerla pública sólo después de su muerte. Lo cierto es que la historia de Valfierno nunca fue confirmada, quedando sólo en el ámbito de la ficción. Martín Caparrós escribió en 2005 el libro El enigma Valfierno.
EL INCIDENTE EN NUEVA YORK
Más de 50 años después de que la Mona Lisa fuese robada, la pintura de Da Vinci estuvo otra vez en peligro. En 1963, la pieza fue prestada por el Louvre al Museo Metropolitan de Nueva York, en su primer viaje a EEUU. A su llegada fue recibida por el Presidente Kennedy y escoltada por agentes del servicio secreto de la Galería Nacional de Washington DC. La pintura fue expuesta, franqueada por marines armados y visitada por más de un millón de personas en pocas semanas. Sin embargo, una noche los rociadores contra incendios comenzaron a funcionar salpicando agua a la Gioconda durante varias horas. El incidente fue relatado hace sólo unos días por el ex director del museo Thomas Hoving. Por suerte, el vidrio que la protege actuó como un eficaz impermeable.