Dejé Madrid hace una hora y estoy a punto de aterrizar en Marrakech. Desde el avión veo palacios y edificios color rosa y terracota. Ya en tierra, aparecen las primeras túnicas de hilo bordado y capucha. En medio del gentío, salen a mi encuentro dos tipos impecablemente vestidos con sendos turbantes azul índigo en la cabeza, guantes blancos y piel color canela. Me dan la bienvenida: "Bon jour monsieur Juan, L`Mamounia donne la bienvenue au Maroc". No alcanzo a tomar mi maleta, cuando un tercer "asistente" ya va con ella en dirección al transfer, que no es la clásica van Mercedes, sino un lujoso Jaguar, reluciente y con chofer vestido como Lawrence de Arabia: traje verde oliva, broches dorados y gorra imperial. Mayor refinamiento, imposible.

UN HOTEL SIN ESTRELLAS
Una vez en la entrada, cuatro alférez de blanco, con babuchas doradas, capas al viento y sonrisa amplia me abren las apoteósicas puertas de bronce y vitrales de cuatro metros de altura, dándome la bienvenida a este descomunal palacio. La Mamounia es una obra maestra, un capricho napoleónico, un Versalles en Marruecos.

Una vez en el check-in, nada de mesones, filas o formularios por llenar. Un encargado exclusivo -esta vez con traje brillante y corbata- me lleva a un salón privado y, junto a un té de menta, dulces varios y un licor de almendras, me explica los beneficios del hotel y sus características, haciéndome sentir la visita más importante. Con justa razón la revista Condé Nast Traveler lo calificó como uno de los cinco más lujosos del mundo, y como bien me decía el chofer con una seguridad extrema, "no tiene estrellas". De eso ya no tengo dudas.

UN SUEÑO HECHO REALIDAD
Situado en pleno corazón de la ciudad, junto a la Medina, es un hotel legendario. Un remanso de paz -rodeado por muros del siglo XII y protegido por majestuosos jardines- que ha acogido durante su historia a lo más selecto de la realeza, políticos, celebridades y jet set mundial.

La historia de La Mamounia comenzó con sus jardines, que cargan con dos siglos de existencia. El sultán Sidi Mohammed Ben Abdallah tenía por costumbre casar a sus hijos al llegar a la mayoría de edad y regalarles una propiedad. Así, los nombres de sus cuatro hijos, Abdessalam, Moussa, Mamoun y Hassan fueron cada uno a su tiempo los nombres de los jardines o arsats que el rey les obsequiara. Aunque esos espacios aún existen, sólo el arsat Al-Mamoun se volvió famoso. Cuentan que Mamoun organizaba fastuosas fiestas en estos prados. De esos tiempos, se conservan un pequeño pabellón, un riad (antiguos palacios locales) adosado a los muros de la Medina -hoy restaurado- y el diseño del parque, entonces poblado de olivos. Mamoun murió en 1786, pero su jardín siguió siendo uno de los más bellos de la ciudad. En 1922, con la llegada de los franceses a Marrakech, se decidió la construcción de un hotel  que reflejara lo mejor del gusto galo. Orientado a una clientela europea en tiempos que viajar era desplazarse lejos, por largos meses y en estilo acomodado; todos deseosos de un espacio de descanso alimentado por la literatura oriental y los sueños exóticos... Era, entonces, un imperativo mantener el ambiente marroquí en el lugar.

LA LLEGADA DE LOS FAMOSOS
Primero fueron artistas como Delacroix o Matisse quienes mostraron su devoción por La Mamounia. En los 30 llegaron las estrellas de la música: Edith Piaf y Maurice Chevalier. Desfilaron realizadores franceses y norteamericanos: en 1930 se filmó Morocco; en 1956, Alfred Hitchcock hizo de Marrakech y La Mamounia el escenario de El hombre que sabía demasiado, con Doris Day y James Stewart. Charles Chaplin visitó la ciudad en 1955 y fue recibido en el hotel. En los 60 fue el destino del mundo de la moda con Yves Saint Laurent a la cabeza. Los mejores fotógrafos de Europa dispararon para cuanta revista existía, con las modelos más emblemáticas de la época. De los contemporáneos: los Rolling Stones, Jane Fonda, Omar Sharif, Sharon Stone, Sylvester Stallone, Tom Cruise figuran en el Libro de Oro del hotel, donde leo con ojo tercermundista sus comentarios. Al menos mis agradecimientos quedarán grabados junto a ellos.

LA NUEVA MAMOUNIA
Pero el tiempo y los grandes hoteles fueron relegando su brillo y el hotel cerró por un par de décadas. A principios de este siglo, el príncipe de Marruecos Mohamed VI decidió "relanzar" el hotel en una estrategia por reposicionar a Marrakech como ciudad turística. El diseñador Jacques García fue el encargado de renovarlo y dispuso de más de US$ 300 millones sólo en obras de arte, restauración y diseños de artesanía local. Duró 40 meses y fue todo un reto para este creador rescatar su decoración Art Decó, la exquisita tradición marroquí y la arquitectura morisco-árabe. Sus columnas de mármol, tapicerías muy vivas, exuberantes maderas crean ambientes armoniosos y elegantes.

El hotel cuenta con un spa de 2.500 m2 con todo tipo de tratamientos, baños de vapor bajo el juego de luces y sombras de velas artesanales de naranja y violeta, y bellas masajistas con sus velos tapados quienes en estricto silencio bañan entre ocho manos el cuerpo de esencias.

Un equipo de más de mil empleados nos hacen sentir dueños de un reinado en extinción. Se pueden practicar cinco tipos de yoga, tener de profesor de tenis a un marroquí parte del ranking top 100 hace un par de años, cursos de cocina berebere o alfarería mora. Para alojarse, se puede elegir entre sus 136 habitaciones, sus 71 suites o sus tres riads de 700 m2, con terrazas propias y piscina privada. Entre las suites temáticas los huéspedes más exigentes no pueden resistirse a la Suite Winston Churchill, dedicada al estadista, con muebles de estilo inglés y algunos objetos de su pertenencia, un pequeño "museo" en su honor. Para los nostálgicos que alguna vez leyeron acerca del legendario tren Londres-Estambul se preparó la Suite Orient Express, recreando uno de sus compartimientos de lujo. La Suite Palmeraie, de estilo Luis XV -algo recargada la verdad-, es la más grande, mientras que la  Menzeh ofrece una vista espectacular de la mezquita Koutobia. Todas éstas decoradas y adornadas con aromáticos muebles de cedro, frutos secos, teteras de plata con el clásico "té de menta" y repostería clásica que se recambian tres veces al día.

Diariamente la ropa que dejo en la pieza es planchada religiosamente y colgada. El baño una experiencia única; entre jabones orgánicos, pétalos y aceites varios, más diferentes chorros de agua con temperaturas distintas, llevan a que el placer de una ducha sea cercano a un baño termal sureño.

La nueva Mamounia es también un paraíso de la gastronomía, con cuatro restaurantes: francés, italiano, mediterráneo y marroquí.

Y el hotel es de los pocos establecimientos en el mundo que no poseen una tarifa definida, es decir, dependiendo de varios factores y los servicios usados, recién se puede llegar a saber el costo de alojamiento. Como me contaba uno de sus gerentes: "cada noche en La Mamounia tiene un precio distinto, y eso lo determinan los sueños del pasajero".

La Mamounia: Lujo en Marruecos

Lugar: Avenue Bab Jdid 40040, Marrakech.

Habitaciones: 136 habitaciones de estilo marroquí; 71 suites, incluyendo siete suites estrella; tres riads de tres dormitorios cada uno con terraza propia.

Atractivos: ocho hectáreas de jardines; piscina interior y exterior climatizada; cuatro restaurantes; cinco bares; dos canchas de tenis; golf; etc.

Precios: ni en su página web ni en recepción dan una tarifa rack (como denominan a los valores "desde" para una hab. doble). Su gerente dice que la tarifa depende de los sueños de cada pasajero, sin embargo, parten en aprox. 265 euros (unos $ 190.000) sin ningún servicio extra.

www.mamounia.com