Difícil negarse a la petición de un cumpleañero cualquiera, sobre todo cuando el agasajado es Frank Sinatra brindando por sus 80 años de vida, ya en los descuentos de su carrera y de su propia existencia. En noviembre de 1995, el intérprete fue celebrado con un especial televisivo que se organizó en el Shrine Auditorium de Los Angeles y que tuvo a los mayores ilustres del cancionero norteamericano versionando sus temas favoritos, como Bruce Springsteen, Little Richard o Ray Charles.
Pero, tal como dicta su obra más popular y su leyenda de personaje déspota, "La voz" quiso hacer la fiesta a su manera: cuando se enteró, un par de días antes, que Bob Dylan le regalaría su personal lectura para My way, desechó el obsequio con anticipación y pidió que mejor interpretara Restless farewell, una perdida composición folk de 1964, parte del tercer disco del hombre de Like a rolling stone y que, en 30 años, apenas había mostrado cuatro veces en vivo. El viejo Frank, consciente que sería su última gran celebración masiva, quería darse un gusto. A su coterráneo no le quedaron más argumentos que acatar, materializando uno de los instantes más recordados de la velada.
Además, la secuencia no sólo ilustra uno de los pocos vínculos públicos entre los dos mayores colosos de la música estadounidense en el siglo XX, junto a Elvis Presley; también encarna la menos difundida fascinación que Dylan siempre sintió hacia las cualidades artísticas e interpretativas de Sinatra. La misma reverencia que revivió esta semana, cuando el originario de Minnesota lanzó casi de sorpresa su nuevo single, un cover de Full moon and empty arms, estándar popularizado por "el viejo de ojos azules" en 1945 y que integrará su próximo álbum, el que, según la prensa de EE.UU., estará consagrado a reflotar hits de la primera mitad del siglo pasado, precisamente la era de oro del fallecido artista.
Y el mismo lazo que Dylan trazó desde los inicios de su carrera, pero que debió camuflar debido a asuntos de militancia generacional: las dos mayores expresiones culturales nacidas entre mediados de los 50 y principios de los 60 -el rock and roll y la canción protesta articulada en el folk- irrumpieron bajo la misión de sepultar a los intérpretes de etiqueta formados en las grandes orquestas, período del que Sinatra fue su símbolo absoluto. Mientras en plena Segunda Guerra Mundial al cantante se le criticó por quedarse en casa "amasando dinero" y entonando canciones insulsas que sólo servían de evasión -además, no realizó el servicio militar por problemas de salud-, la comunidad de artistas que encabezó Dylan precisamente se constituyó como vocería de los problemas sociales de los 60 y en oposición a otra guerra, la de Vietnam. Mientras Sinatra siempre se erigió como enemigo de la filosofía libertaria propagada por el rock, Dylan fue uno de sus principales impulsores.
Según apunta Howard Sounes en su libro Bob Dylan. La biografía, uno de los tantos faros de esa generación, el poeta y músico Dave Morton, motivó al resto a explotar un look y un modo de presentarse mucho más común, descuidado y hasta poco prolijo, estampa que perpetúan hasta hoy los trovadores con raíz en el folk. "O sino, vamos a terminar todos iguales al maldito Frank Sinatra", aconsejó Morton, según el texto. Por otro lado, durante los 60, son mucho más célebres los compadrazgos del creador de Blowin' in the wind con otros coetáneos, como Johnny Cash o The Beatles, banda que introdujo la marihuana y con la que estableció una reciprocidad creativa que cambió para siempre sus respectivas obras.
Pero la primera aparición de Sinatra en su trayectoria está fechada en 1962, aunque bajo una voluntad ajena. Albert Grossman, su mánager de esos años y quizás la figura más trascendente de su despegue, intentó conseguir sus primeros contratos discográficos bajo la estrategia de promocionarlo como "el nuevo Sinatra". Es muy probable que su aspecto, su ideología y, sobre todo, su timbre vocal -áspero y nasal- hayan vuelto ilógico ese anzuelo promocional, pero, ya en esos días, el músico escuchaba al crooner. Según apunta él mismo en su libro Crónicas, muchas veces entró a algunos clubes de folk cercados por el dogmatismo y, para amenizar alguna velada, ponía temas como Ebb Tide, de Sinatra. "Nunca dejaba de asombrarme. Cuando la cantaba Frank, su voz lo expresaba todo: la muerte, Dios y el universo. Todo", revela en la obra, donde también se declara devoto de créditos como Neil Sedaka.
Por eso, cuando "La voz" murió, en 1998, Dylan fue una de las primeras celebridades que apareció en el funeral realizado en California. 24 horas después, en un show en Los Angeles, el guitarrista volvió a interpretar Restless farewell, esa joya que alguna vez reservó para el cumpleaños del ahora fallecido cantante. "Casi nunca había interpretado este tema hasta el momento que Frank me lo pidió, en 1995. Hoy intentaré hacerlo de la mejor manera", dedicó durante ese recital.
En 2006, sus tributos personales continuaron: en la primera emisión de Theme Time Radio Hour, el aplaudido espacio radial que condujo durante tres años, decidió programar Summer wind, composición que Sinatra convirtió en éxito en 1966. Un ajuste de cuentas tardío, que sólo vino con la tranquilidad de la adultez, entre dos instituciones mayores de la cultura popular.