Los ecuatorianos empezarán hoy, en unas elecciones presidenciales en las que no es candidato Rafael Correa, el traumático proceso que, de distintas formas, han llevado a cabo otros países latinoamericanos en tiempos recientes: la superación del "Socialismo del Siglo 21".
Propongo a los esforzados lectores partir el pastel de los comicios ecuatorianos en cinco trozos:
¿Puede ganar la oposición?
La respuesta es inequívoca: la oposición está en condiciones de triunfar en segunda vuelta. Dos escollos rocosos deben ser salvados para que ello ocurra, pero ambos, en el Ecuador actual, representan un reto menos sobrecogedor que hace unos años. El primero es una cancha descaradamente desnivelada en favor del candidato oficialista, Lenín Moreno, apoyado por Correa y Alianza País, el partido que se confunde en muchos sentidos con el Estado ecuatoriano. El segundo es la desunión de la oposición, que se reparte el voto entre varias candidaturas. De todas ellas, las principales son las del banquero y empresario Guillermo Lasso, que quedó segundo en 2013 y ahora encabeza una alianza; la de Cynthia Viteri por el Partido Social Cristiano con apoyo de Jaime Nebot, el combustible alcalde de Guayaquil; y la de Paco Moncayo, el militar retirado que representa a la izquierda moderada.
La experiencia ha demostrado que para superar a un aparato populista autoritario, hace falta tener bastante más votos que el gobierno. Así sucedió con la Resistencia democrática venezolana en las elecciones para la Asamblea Nacional en 2015 y el año pasado, con menos margen, en el referéndum en el que los bolivianos rechazaron la pretensión de Evo Morales de presentarse a una nueva reelección en 2019. La oposición ecuatoriana suma hoy mucho más que el oficialismo: los sondeos hablan de un 70 por ciento de ciudadanos que anhelan un cambio. La suma de Lasso, Viteri y Moncayo, para no hablar de varias candidaturas opositoras pequeñas, supera el 50 por ciento con holgura.
El otro problema, la desunión, se resolverá, seguramente, nada más superada la primera vuelta. Lasso no puede ganarle a Moreno sin los votos de Viteri y viceversa, y ambos necesitan que la izquierda moderada deje atrás sus reservas ideológicas –muy significativas- para apoyarlos en una segunda vuelta en la que ella no tendrá candidato (Moncayo no supera el 10 por ciento en los sondeos).
Otra ficha del "socialismo del siglo 21"
Lo que va a suceder a partir de los comicios, el principio del fin del régimen de Rafael Correa, se inscribe dentro del dominó de fracasos y reveses del "Socialismo del Siglo 21", el más grave golpe contra la democracia liberal en la región desde las dictaduras militares de derecha de los años 70 y las guerrillas terroristas de inspiración comunista.
La pretensión de Correa, desde luego, es que Moreno, que fue su Vicepresidente y va acompañado en el "ticket" del actual "número 2" del gobierno, prolongue su régimen. Pero no se ve fácil que un oficialismo que apenas raspa el tercio de los votos y contra el cual se pronuncia la mayoría de la población en los sondeos pueda arrebatar a la oposición el triunfo en una segunda vuelta. Además, los escándalos de corrupción relacionados con Petroecuador y con las actividades de Odebrecht en ese país (pagó sobornos, según Estados Unidos, por 35 millones de dólares) han cobrado nuevos bríos después de pasada la fecha límite para publicar encuestas.
Por último, si Moreno ganara, es improbable que pueda sostener la dimensión más autoritaria y populista del régimen, dado el rechazo ciudadano, la crisis económica y el propio temperamento de este candidato que se presenta con tono amable desde su silla de ruedas. Alianza País será pronto un muy agujereado queso gruyère.
Por tanto, con toda probabilidad estamos ante el inicio del fin, lo que coloca a Ecuador, tentativa pero promisoriamente, en la línea de Argentina y Brasil, los países que han cambiado a sus gobiernos populistas en el último año. Está por verse lo que sucederá en Bolivia, donde Evo Morales y su ideologizado Vicepresidente maniobran para dejar sin efecto el referéndum antes mencionado, que le cerró las puertas de la nueva reelección.
Venezuela se hunde en un agujero negro con una fuerza gravitacional tan potente como la del espacio. Desde allí es imposible sostener económica, ideológica y políticamente al "Socialismo del Siglo 21" como paradigma regional. El gobierno no tiene ni recursos ni espacio, y tampoco liderazgo internacional, para ejercer el rol latinoamericano que ejercía el chavismo en su época dorada. Correa pretendía sustituir a Chávez, pero no lo ayudaban las condiciones limitadas del Ecuador y el hecho mismo de que la Revolución bolivariana se hiciera trizas en Venezuela. Tampoco, por supuesto, el vuelco económico negativo desde la caída del precio del petróleo.
A estas alturas, lo que va quedando firme del "Socialismo del Siglo 21" es Daniel Ortega en Nicaragua, pero por razones (deliciosa, trágicamente) irónicas: gobierna hoy como un dictador de derecha: ha pactado con la Iglesia, los empresarios y el capital extranjero.
El legado institucional
Es fácil olvidar, en el contexto de unas elecciones a las que no se ha presentado Rafael Correa, la devastación institucional que él y su "Revolución Ciudadana" han supuesto para este país de poco más de 16 millones de personas. Una devastación que empezó desde el momento mismo en que, en 2007, Correa asumió el mando gracias a un electorado harto del quilombo político de años anteriores.
Existe la tendencia a reducir el fracaso del "Socialismo del Siglo 21" a su dimensión contable, estadística. Antes que eso, hay que señalar el factor institucional, porque el peor legado no será el económico sino el otro, que no se mide fácilmente.
Recordemos que la franquicia ecuatoriana del chavismo, como las otras, hizo de la demolición de las instituciones republicanas su gran causa. Correa ni siquiera juró la Constitución de 1998 que le permitió llegar al poder. Desde el primer día organizó, en contra de la legalidad vigente, un entramado institucional que pasó por destituir a los congresistas opositores, imponer un estatuto por consulta, convocar una Asamblea Constituyente y reemplazar al Congreso, apartar todos los obstáculos en el Tribunal Supremo Electoral y el Tribunal Constitucional, y, por supuesto, a los magistrados del Poder Judicial. La nueva Constitución le permitió hacerse reelegir y la concentración de poder le dio instrumentos para perseguir adversarios, atentar sistemáticamente contra la libertad de prensa y proteger la corrupción.
Reconstruir la instituciones republicanas será una tarea mucho más ardua y acaso ingrata que reconstruir la economía.
El legado económico
Dos factores ayudaron a mantener el espejismo del éxito económico del populismo ecuatoriano en estos años: el dólar como moneda oficial y los precios del petróleo.
Correa era un detractor de la adopción del dólar como moneda oficial pero, llegado al poder, no se atrevió a revertirla. Eso le sirvió a corto e incluso a mediano plazo para evitar la catástrofe acaecida en otras economías populistas, especialmente en Argentina y Venezuela. Pero no habría sido suficiente si no hubiera habido un segundo factor: la lotería petrolera.
Gabriela Calderón ha explicado en un artículo, utilizando datos compilados por Pablo Arosemena y Pablo Lucio Paredes, que al fisco de Correa ingresaron entre 2007 y 2014 la mitad de todos los dólares generados por el petróleo desde que en 1972 ese país empezó a exportar crudo en gran volumen. ¿Y cuál fue el resultado en términos de crecimiento económico? Pues 4 por ciento en promedio, el mismo que el registrado entre 2000 y 2006, los seis años anteriores a la "Revolución Ciudadana", cuando el ingreso derivado del petróleo fue muy inferior.
Correa, como disciplinado populista, utilizó el dinero para gastar recursos en una amplia infraestructura clientelista que le aseguró un voto bastante leal. El gasto en obra pública y en asistencialismo fue tan cuantioso, que la deuda pública acabó casi cuadruplicándose. La falta de inversión privada (que como porcentaje del PIB era de las más bajas de América Latina y muy inferior a la estatal) fue disimulada con dispendio fiscal...y una abundante retórica mítica (para reescribir la historia) y utópica (para describir un futuro inexistente).
El invento se vino abajo cuando los precios del petróleo bajaron. En 2015 no hubo crecimiento y en 2016 la tasa fue negativa, lo que se repetirá en este 2017 según todos los pronósticos. Mientras tanto, los países de la Alianza del Pacífico, con todas las dificultades conocidas, han registrado un crecimiento positivo.
¿De qué sirvió, a la larga, elevar el gasto público al equivalente a casi la mitad del PIB?
La hoja de ruta
Como lo sabe cualquier país que haya tenido que reconstruir su democracia liberal y su Estado de Derecho, y que haya tenido que liberar a la economía del estrangulamiento populista, el futuro que aguarda a los ecuatorianos es muy sacrificado. Independientemente de quién gane, y me atrevo a pronosticar que en el caso de que Moreno ganase en segunda vuelta no será muy distinto, el próximo gobierno tendrá que dedicar mucho tiempo a una labor de desintoxicación política y moral, y corrección económica, superando grandes resistencias.
La tarea inmediata de la oposición será buscar la unión. Lasso tiene una alianza con implantación en algunas regiones, Viteri y los socialcristianos poseen un bastión en Guayaquil y Moncayo, más pequeño, no es un factor insignificante ni mucho menos a la cabeza de la izquierda socialdemócrata. Estas tres corrientes necesitarán entenderse en términos políticos si no quieren permitir que Correa, que seguirá manejando un considerable poder, frustre el futuro de la democracia y de la economía.
Lo segundo será volver a la realidad. Todos los candidatos han ofrecido, y se entiende por qué, preservar el asistencialismo y el gasto en infraestructura. Pero no es sostenible el gasto público en su nivel actual y la reanimación de los "espíritus animales" privados pasa por achicar significativamente el espacio del estatismo y ampliar el de la empresa privada. Eso exigirá mucho coraje y, sobre todo, capacidad para ver el bosque por encima de las ramas.
Por último, el Ecuador necesita instalarse entre los adultos de América y abandonar el parvulario ideológico en el que ha residido en todos estos años. La integración del Ecuador en la Alianza del Pacífico debe ser una meta concreta y entusiasmante que los tres líderes opositores, más figuras como Nebot, hagan suya al día siguiente de las elecciones.
El gobierno del Ecuador, en otras palabras, debe abandonar ese aquelarre de aprendices de brujo, el "Socialismo del Siglo 21", si quiere ser tomado en serio por la comunidad internacional, empezando por su propios vecinos de la región.