El 17 de abril de 1998, el transbordador espacial Columbia despegó hacia la órbita de la Tierra para cumplir una misión clave. Al interior de la nave viajaba el Neurolab, un módulo que contenía 26 experimentos diseñados para analizar los efectos de la microgravedad en el sistema nervioso humano. Los estudios, que involucraron a animales y a los propios astronautas, eran parte de la "Década del cerebro", una iniciativa a largo plazo impulsada por el Presidente norteamericano George H.W. Bush para promover los beneficios de investigar ese órgano. Por ese mismo motivo, el Columbia también transportaba de manera simbólica lo que Kerry Walton, investigadora de la Nasa, calificó como "los primeros artefactos científicos de relevancia histórica" que viajaban al espacio.
La actual profesora de neurociencia de la Universidad de Nueva York se refería a varios objetos pertenecientes a Santiago Ramón y Cajal, un doctor español del siglo XIX que revolucionó la medicina al descubrir que el cerebro opera en base a células individuales llamadas neuronas y que éstas se comunican a través de diminutas brechas conocidas como sinapsis, hallazgo que le permitió ganar el Nobel de Medicina en 1906. Entre las reliquias que llevaba el Columbia estaban las placas de vidrio originales que el investigador usó para analizar bajo el microscopio muestras del cerebelo, el hipocampo y otras zonas de este órgano, además de los intrincados bosquejos que realizó de esos tejidos. Esas ilustraciones del llamado "padre de la neurociencia" son consideradas tan espectaculares, que motivaron la creación en Estados Unidos de The Beautiful Brain: The Drawings of Santiago Ramón y Cajal (El cerebro hermoso: los dibujos de Santiago Ramón y Cajal), que estará abierta hasta el 21 de mayo en el Museo de Arte Weisman, de la Universidad de Minnesota.
La muestra, que está acompañada por la edición de un libro del mismo nombre con 90 ilustraciones (US$ 25,59 en Amazon), reúne dibujos que en su mayoría nunca se han visto fuera de las bodegas del Instituto Cajal de Madrid, además de instrumental científico y fotos. Un patrimonio que busca rescatar el legado de un investigador que, pese a ser tan influyente como lo fue Darwin para el estudio de la evolución o Einstein para la física, sigue siendo un relativo desconocido fuera de los laboratorios y las aulas. Janet Dubinsky, neurocientífica de la Universidad de Minnesota y coeditora del libro, explica a Tendencias que existen varios factores que conspiraron paulatinamente para que la obra del médico ibérico no se volviera tan popular: "Cajal publicó principalmente en español y algunas cosas en francés, cuando en esa época la ciencia estaba centrada en Alemania e Inglaterra. Si bien su autobiografía se tradujo al inglés poco tiempo luego de su muerte (1934), sus libros científicos no corrieron la misma suerte hasta la década de los 70, cuando esa tarea fue asumida por Larry y Neely Swanson. De hecho, Larry es coautor del libro que ahora se publica".
La investigadora agrega que más allá de sus hallazgos en torno a las neuronas, gran parte de las ideas de Ramón y Cajal "no fueron verificadas experimentalmente hasta después de la II Guerra Mundial y la neurociencia no se convirtió en un campo de la medicina propiamente tal hasta hace unos 40 años. Además, el grupo de científicos que él entrenó y que se mostró muy productivo se dispersó cuando estalló la Guerra Civil Española (1936-1939)". Pese a todas estas trabas, Dubinsky afirma que "los artículos originales de Cajal y sus libros se siguen citando hasta hoy en la literatura científica. Muchos seminarios de neurociencia suelen comenzar con la exhibición de algunos de sus famosos dibujos".
Un artista rebelde
Santiago Ramón y Cajal nació en 1852 en el pueblo de Petilla y no sólo fue médico y un prodigioso dibujante, sino que también se dedicó a la fotografía, el fisicoculturismo y el ajedrez. Estos intereses se desplegaron pese a la férrea oposición de su padre, un modesto cirujano para quien cualquier forma de arte era una distracción frívola y sin sentido. El médico intentó enrielar a su hijo y hasta hizo que fuera aprendiz de zapatero y barbero, para que aprendiera algo útil, pero en su autobiografía Ramón y Cajal recuerda que a los "ocho o nueve años tenía una manía irresistible para dibujar en hojas de papel, libros, paredes, puertas e incluso en fachadas recién pintadas".
A los 11 años se interesó en construir cañones y fabricar pólvora, una afición que lo llevó a destrozar la puerta de un vecino y casi lo hace perder un ojo. Eventualmente, la presión paterna pudo más y el joven entró a estudiar Medicina, carrera que terminó en 1873 en la Universidad de Zaragoza, pero siguió dibujando y realizó numerosos bosquejos de las disecciones, autopsias y muestras de microscopio que estudiaba.
Ya en ese entonces, Ramón y Cajal había empezado a interesarse en un misterio que nadie había descifrado completamente: ¿Cómo viajan los impulsos a través del cerebro? Una pregunta que el investigador empezó a dilucidar varios años después, luego de dos eventos clave. El primero ocurrió en 1885, cuando el gobierno de Zaragoza le regaló un moderno microscopio Zeiss como recompensa por su labor durante una epidemia de cólera. El obsequio le permitió dar de baja el añejo modelo que había logrado comprar con los ahorros que juntó como médico del Ejército español en Cuba.
Dos años después, un colega de Madrid le mostró el método de Golgi, una reacción química inventada por un biólogo italiano y que permitía ver algunos detalles de las células que ya se conocían por ese entonces. Ramón y Cajal refinó esa técnica para producir imágenes aún más nítidas, las que revolucionaron la ciencia y que, además, le permitieron realizar dibujos en los que varios críticos ven influencias de artistas como Van Gogh y Edvard Munch. "Él vio el potencial del método Golgi para responder la pregunta más esencial de fines de la década de 1880: ¿El sistema nervioso estaba compuesto por células individuales y separadas o era una única malla continua que funcionaba como si fuera una red para pescar? Esa última creencia era la llamada teoría reticular que imperaba en ese entonces. Ramón y Cajal determinó que las neuronas eran células individuales con dendritas y axones. A ese hallazgo lo bautizó como la doctrina de la neurona", señala Dubinsky.
Para Lyndel King, directora del Museo Weisman, donde se exhibe la obra de Ramón y Cajal, el trabajo del médico enfatiza el valor de la ciencia básica. "Él no intentaba curar enfermedades. Lo que quería era entender la estructura y funcionamiento del cerebro. Luego, su idea sobre la conformación de ese órgano pasó a ser la base de todo lo que se estudia hoy, incluyendo la investigación aplicada en enfermedades como el alzheimer y el parkinson. Si bien gran parte del cerebro sigue siendo un misterio, los científicos han realizado avances enormes y la teoría neuronal de Ramón y Cajal es la base", afirma a Tendencias.
Precisamente, Dubinsky comenta que el español realizó análisis clave sobre la degeneración y la regeneración de las neuronas luego de una lesión y también definió el rol de las sinapsis en la vasta capacidad que tiene el cerebro para almacenar información. También mostró cómo los procesos cerebrales influyen en el resto del cuerpo a través de acciones tan básicas como toser o vomitar. Gracias a sus análisis, hoy se sabe, por ejemplo, que al toser la laringe envía una señal al nervio vago –ubicado en la base del cráneo-, luego al tronco encefálico y la médula espinal, donde las neuronas les envían señales a los músculos del pecho y el abdomen para que se contraigan.
La exhibición que ahora se presenta en el Museo Weisman tiene su origen en dos neurocientíficos de la Universidad de Minnesota que se acercaron a King para convencerla de organizar una muestra, la cual demandó una compleja negociación con el gobierno español y el Instituto Cajal de Madrid, el mayor centro de neurociencia de España y que fue inaugurado en 1932 bajo la dirección del propio investigador. "Bocetos individuales de Ramón y Cajal han sido exhibidos en Londres y Estambul. Los Institutos Nacionales de la Salud en Estados Unidos tienen seis, también prestados por el Instituto Cajal, pero en un campus que está tras una reja de seguridad y que no está abierto al público. En España, los dibujos son considerados un material de archivo esencial, pero en ese país tampoco se han mostrado. Hoy existe un grupo de científicos españoles que intenta que los archivos de Cajal pasen a integrar el registro internacional de la memoria del mundo de la Unesco", cuenta Debinsky.
Este resurgimiento de la figura del doctor ha llevado a que el Colegio de Médicos de Madrid esté intentando crear en su sede un museo dedicado a él. Tanto King como Debinsky concuerdan en que el gran mensaje de la exhibición en el Museo de Arte Weisman, y que luego se trasladará a Canadá, es que el arte y la ciencia pueden trabajar juntos. Después de todo, dice King, dibujar es una forma de pensar, y Cajal hizo sus ilustraciones como parte de su proceso de análisis sobre la mecánica del cerebro.
"Él murió antes de que la tecnología produjera los instrumentos que probaron de forma absoluta su teoría sobre las neuronas. Esperamos que nuestra exhibición y el libro logren que sus contribuciones lleguen a una audiencia más amplia, para que así Ramón y Cajal obtenga el reconocimiento que merece. Creo que sus dibujos sorprenderán a la gente y que en el futuro se volverán de una importancia artística tan alta como la que tienen en el ámbito científico", indica King.