Fue la tercera vez en la historia de las ejecuciones en Estados Unidos que el proceso es detenido una vez comenzado. Y sucedió en Ohio. El caso lo protagonizó Alva Campbell, de 69 años, sentenciado a muerte en 1998, tras haber dado muerte a un joven de 18 años en un robo. A 25 minutos del inicio de la ejecución y ante la mirada atónita de los familiares del adolescente asesinado por Campbell, el equipo encargado del proceso no pudo encontrar la vena para inyectarle la droga letal.
Tras la fallida ejecución en noviembre, el preso presentó una apelación, en la que argumenta que el protocolo de inyección letal de Ohio constituye un castigo cruel e inusual, debido precisamente a que una de las drogas podría no funcionar adecuadamente.
En documentos judiciales presentados antes de la ejecución, los propios abogados de Campbell habían advertido que existía la posibilidad de que aquello ocurriera, puesto que el asesino registra un historial de problemas crónicos al corazón y pulmón. Esta condición podía provocar, a juicio de la defensa, que encontrar una vena fuera complicado.
Si bien la ejecución de Alva Campbell fue reagendada para el 5 de junio de 2019, la polémica suscitada por el caso hizo que los opositores a la pena de muerte pidieran al estado de Ohio que pusiera fin a la pena capital. "Esto no es justicia, y esto no es humano", argumentó Mike Brickner de la Unión Americana de Libertades Civiles.
Descenso en sentencias
El caso de Campbell se produce justo en momentos en que el número de condenas a muerte ha disminuido drásticamente en EE.UU. Así, según un reporte del Death Penalty Information Center (DPIC) revelado hace unas semanas, en 2017 se registraron 39 sentencias de muerte, el segundo menor número de sentencias a condenas de muerte en EE.UU., desde 1972.
En el caso de las ejecuciones, en 2017 se realizaron 23, el segundo menor número desde 1991. Así, el estudio del DPIC señala que las ejecuciones se mantuvieron cerca de mínimos históricos con los totales de 2016 y 2017, los que suman la cantidad más baja en más de un cuarto de siglo.
"Esa disminución es un indicador muy fuerte. De hecho, puede ser un indicador más fuerte que las encuestas de opinión", explica a La Tercera el experto en pena de muerte y profesor de la Universidad de Virginia, Brandon Garret.
Pero no sólo el número de condenas a muerte ha caído. También lo ha hecho el apoyo por parte de los norteamericanos a este tipo de pena. Una encuesta Gallup de octubre, también difundida por el DPIC, indica que el 55% de los estadounidenses apoya la pena capital, el menor porcentaje desde marzo de 1972.
Además, un estudio elaborado por dos profesores de la Universidad de Nebraska revela que el respaldo a la pena de muerte pasó de un 80% en 1995 al 56% en 2015. Si bien la investigación demuestra que el apoyo sigue siendo mayoritario, los académicos destacan que la disminución en la cifra se debe a los cambios demográficos ocurridos en EE.UU. en las últimas dos décadas. Los factores demográficos que inciden son la edad, la afiliación política -los republicanos están mayormente a favor-, la religión, ya que los católicos en su mayoría están en contra, mientras que los cristianos fundamentalistas la apoyan; y el grupo étnico, ya que los blancos respaldan en mayor medida la pena capital.
"Creo que la pena de muerte está cerca de su fin en Estados Unidos. En lugares como Virginia, que solía ser uno de los estados con mayor sentencia de muerte, no ha habido una nueva condena a muerte en años", señala Garret. "Las nuevas condenas a muerte y ejecuciones en 2017 también están cerca de mínimos históricos, lo que demuestra que la tendencia a alejarse de la pena de muerte continúa", asegura Robert Dunham, director ejecutivo del DPIC. El experto además sostiene que actualmente muchas de las ejecuciones no se llevan a cabo, por distintos motivos. "Incluso para las personas que apoyan la pena de muerte, parece cada vez más inútil gastar millones de dólares en una pena que casi nunca se lleva a cabo", concluye Garret.