Era una vieja ambición. Llevar a Cormac McCarthy (1933) a la pantalla grande. En lo posible Meridiano de sangre, una novela que narraba matanzas de indios y mexicanos pobres en 1849. Ridley Scott (1937) estuvo durante una década probando y probando con un guión y otro, pero nunca fue más allá de las buenas intenciones. Entre medio otros le ganaron. Llegó, por ejemplo, Sin lugar para los débiles, la película de los hermanos Coen basada en No es país para viejos que se llevó cuatro Oscar e hizo salir a McCarthy de su escondite en Texas.

El escritor ganador del Pulitzer fue a los Oscar, dio entrevistas a Oprah Winfrey y, en un arranque de confianza, hasta escribió su propio guión de película. Esa fue la oportunidad para Scott: una historia salida del puño y la letra de McCarthy. Nada de adaptaciones de terceros.

Llamada en inglés The counselor (El consejero), la narración de McCarthy se titula en el cine El abogado del crimen. Hasta ahora no hay críticas, está sobrepoblada de estrellas y los productores han preferido la campaña del misterio a la opción de la propaganda. La próxima semana entra a las salas de EE.UU. y el 31 de octubre se estrena en Chile. La carrera al Oscar le espera, como a casi todo lo que se exhibe en estas fechas con elencos y realizadores de estas proporciones.

Descrita por uno de los productores como "una especie de Sin lugar para los débiles con esteroides", la cinta de Ridley Scott da cuenta de la monumental equivocación de un abogado que se pasa de listo (Michael Fassbender). El es el consejero del título. Se maneja en el mundo con una evidente decencia, no sabe de vicios, está enamorado de su novia Laura (Penélope Cruz), pero la ambición ocasional y la ingenuidad fatal le llevan a creer que un servicio menor al narcotráfico no tiene costos colaterales. En realidad nunca podrá pasar de esa página en su vida.

La película, que acumula violencia en forma exponencial a medida que pasan los minutos, comparte con Sin lugar para los débiles los escenarios polvorientos de Nuevo México y Texas, los sicarios de impecable técnica asesina, los cargamentos de drogas en los camiones, los desiertos con cadáveres a ras de suelo, la ambición de algunos pobres diablos y aquel fatalismo que siempre vive en los relatos de McCarthy.

El abogado consejero, a quien nunca se identifica con un nombre en la película, es una víctima de cuello y corbata. Entrega su asesoría a Reiner (Javier Bardem), el dueño de un club nocturno que nunca se saca los lentes, jamás pierde el bronceado, tiene dos guepardos de mascota y se droga con profusión. Es un buen tipo con un cerebro que no ve más allá de su Ferrari y de su novia Malkina (Cameron Díaz). Es una potencial víctima del cartel de narcotráfico con el que se relaciona y también eventual objetivo fatal de su propia chica, audaz y siniestra.

En medio de toda esta galería de viciosos juega Westray (Brad Pitt), Don Juan texano con conexiones al narcotráfico que presume de su capacidad para engañar a cualquiera. A él, teóricamente, no le entrarían balas. No de un sicario. Especie de filósofo de los bares, Westray es el primero que advierte al consejero de estar en peligro de muerte. "Si crees que un amigo tuyo daría su vida por ti, entonces no tienes amigos", le dice después de aconsejarle que deje Texas y se esconda en el fin del mundo.

La libertad del escritor

En notas de la producción del filme, Cormac McCarthy ha entregado su definición del personaje a cargo de Fassbender: "Es un hombre decente que se levanta una mañana y decide hacer algo mal. Y eso es todo lo que necesita. Algunas personas pueden llevar vidas repugnantes, hacer todo mal y morir en paz en sus camas, a los 102 años de edad. El abogado no es uno de ellos".

La fatalidad en las palabras del escritor, que escribió este guión en medio de dos novelas, es el motor de toda la película. Alguien mete la pata y no hay vuelta atrás.

En Sin lugar para los débiles también había algo de ello, pero los retazos de humor alivianaban la miseria. En El abogado del crimen la la ironía recae en los personajes de Pitt y Bardem, pero a la larga la tragedia barre con todo. En varios de los diálogos, hay libertades literarias que sólo un guionista como McCarthy podría tomar. La más evidente la protagoniza un capo mafioso mexicano interpretado por Rubén Blades: le recita un poema de Antonio Machado al abogado por teléfono. Luego corta. Es una curiosa forma de comunicarle que está perdido.