Zalo Reyes anda de mala. Lleva media hora paseándose con un bastón por el sector de camarines del Caupolicán y ya se ha topado con dos a los que les tiene cuentas pendientes. Uno de ellos es Peter Rock, ese milagro etario de la canción chilena, que intenta convencer al de Conchalí que no dijo lo que dijo sobre una vieja polémica entre el hombre del Ramito de violetas y Luis Dimas. La discusión se entrampa en frases del tipo: "¿Y por qué no te quedaste callado, entonces?", y "¿me vái a escuchar o no?", hasta que le van con el cuento a Enrique Maluenda, quien llega con tranco firme para poner orden en la sala. "Zalito, Peter, por favor, caballeros. No arruinemos la fiesta. Sigamos adelante y sin problemas, ¿les parece?", y los mismos que hasta hace un minuto se mostraban los dientes y ya estaban que se agarraban de las solapas, aceptan como dos mocosos a los que les acaban de tirar las orejas. "Don Enrique, acepto sólo porque me lo pide usted, que es un caballero".
Esa es la frase más escuchada de esta tarde en el viejo teatro de calle San Diego. Que el señero animador de 76 años y que hoy ha decidido despedirse de los escenarios junto a sus viejos amigos es un caballero. Un "señor de la televisión", un hombre preocupado de las formas y el buen vocabulario y el último representante de una televisión que no existe más. La excusa de este domingo es la despedida del Festival de la una, un programa que más bien fue despedido de la pantalla en 1986 (después de siete años al aire en Televisión Nacional), pero que Maluenda siguió replicando para eventos de cajas de compensación y financieras durante las últimas dos décadas. Hasta hoy, que el agotador ajetreo de las tarimas y la entrega de premios y presentación de artistas "ya invita a pensar en los cuarteles de invierno", recita el animador con esa modulación perfecta de la vieja guardia y empinándose un vasito de Coca Cola normal.
¿DONDE ESTA MI PRINCIPE?
Son las cinco y media de la tarde y el llamado "Rey de las Abuelitas" está "concentrado en camarines", según reporta Claudia, su hija y productora de un evento que, asegura, se paga con tres mil personas en las gradas (en un teatro con capacidad para siete mil). El show comienza a las siete, pero Maluenda ya está listo un par de horas antes: zapatos lustrados, camisa de seda planchada y el terno azul marino estirado y esperando por su última aparición pública. Dice que no hay nervios ni guata apretada. Ni siquiera un poco de nostalgia. Incluso, descarta que el retiro tenga que ver con el marcapasos que le pusieron el año pasado o el trasplante de hígado del 2006, o con esa parálisis que afectó su rostro hace algunos años. Porque no importa las veces que se intente dar con algo más de fondo sobre su vida, este hombre siempre interrumpirá el diálogo con alguna formalidad o frase de buena crianza antes de revelar públicamente lo que realmente está pasando por su cabeza.
Enrique Maluenda nunca deja de ser Enrique Maluenda, y esa vocación por el deber ser, por la corrección inviolable, es lo que determina una personalidad que, al menos entre sus pares, genera respeto y cierta distancia. Esta es una tarde de saludos apretados y encuentro de gente que no se veía hace años. Pero a él nadie le palmotea la espalda ni lo tutea. La verdad es que apenas le hablan, porque es el mismo animador el que se apresura en cerrar cada encuentro con un fuerte apretón de manos y una protocolar risa antes de partir a otra cosa. Siempre con algo que hacer. Siempre con rumbo a algún lugar.
Faltan 15 minutos para empezar y afuera, en el pasillo que lleva al improvisado camarín de Maluenda, se aproxima una voz inconfundible para los que se criaron viendo la tele en los 80: "¿Dónde está mi príncipe? ¡Ay, hooombre, aquí está!". Ernesto Ruiz, ese mito de la comedia revisteril chilena, más conocido como "El Tufo", entra a pasito corto y pide que no le toquen la espalda, porque lo operaron hace poco y anda como "acalambrado" y con tirones en las piernas.
"¿Supiste lo del 'Fatiga'?", comenta sobre la muerte de Gilberto Guzmán, otro comediante de la vieja guardia que esa misma tarde armó maletas hacia el otro mundo. "Sí, claro, qué pena más grande. Le haré un homenaje al comienzo junto con Felipe Camiroaga". "Aaaah, mira qué bueno. Yo ando asustado, mi príncipe. Como que pienso que nos va a tocar pronto…", alcanza a decir "El Tufo" antes de que una sutil levantada de cejas del sonriente animador advierta sobre la presencia de extraños en la sala. "¿Ah? ¿Son de la prensa? ¿Y qué andan copuchenteando ustedes? Ya, me voy mejor", dice, impostando la voz del célebre borrachito que interpreta desde que tenía 20 años, y se larga despacito en busca de un buen asiento. Porque su amigo se lo advierte antes de partir: "El show ya va a comenzar".
MALUENDA EN LA ACTITUD
19.24 horas. "¿Hola, qué tal?". "¡Festival!", responden tres mil almas y el espectáculo comienza con la misma cortina musical y característica que acompañó el almuerzo de miles de chilenos en la década de los 80. Hay maceteros con pequeñas palmas chilenas sobre el escenario y un telón negro que sirve de fondo para la esquina donde está la orquesta del eterno Horacio Saavedra. "Antes que todo, quisiera agradecer a todos los que han venido esta tarde para que juntos vivamos una jornada muy especial", recita Enrique Maluenda y, tras bambalinas, Claudia, su hija, ya empieza a pedir que le saquen "200 lucas" del bolso para irle pagando a los músicos que van a empezar a aparecer sobre el escenario.
Los primeros en la lista son Los Huasos de Algarrobal y salen a escena con mantas y guitarras de palo y el discurso de que "en el querido Festival de la Una sí se valoraba la música chilena". Maluenda cruza las cortinas de vuelta a camarines y pregunta como buscando una respuesta afirmativa. "¿Está bueno el ambiente, no?". Todos dicen que sí. Que vinieron todos los invitados especiales y que sólo falta que llegue más gente. Ducho en estas lides, y mientras se acomoda la corbata, el conductor estima que "sólo falta un poco de gente en los costados de la platea alta" para un "lleno total", y pide los papelitos que le permitirán ir adivinando el orden del espec-táculo.
La puesta en escena es sencilla. Sólo una pantalla gigante ubicada al centro del entarimado que replica el paso de los artistas para los asientos más lejanos. Pero aquí, en esto que también es como una cumbre de showbusiness criollo, son todos como amigos y se conocen hace años, y ese fiato permite que el programa apenas se retrase en media hora, según lo previsto originalmente, hacia el final de la noche. Una merma nada menor para un show de nueve números musicales, incluidas dos bandas con harto personal, como son la Sonora de Tommy Rey y el grupo rocanrolero Los Ramblers.
Buddy Richard, el segundo de la lista, se apronta a salir. Anda con su propio guitarrista y tiene preparadas cinco canciones para un recital breve, donde, según confirma, lo más importante "es pegar el primer combo". Apretón de manos y a la cancha. "Gracias, gran Buddy", le dice Maluenda, antes de que el hombre de Tu cariño se me va cruce las cortinas con rumbo al escenario. El animador, en cambio, camina de vuelta y revisa sus papeles. Pensando en lo que sigue y siempre "en actitud".
El animador pregunta por los dos sorteos programados y los 30 galvanos de Broncerías Chile que mandó a hacer para la ocasión. Y está todo en orden. Los cupones en una bolsa y los trofeos en una caja. "Mentiiira, tu vida siempre ha sido una mentira…", retumba a lo lejos la voz del "gran Buddy", y Ginette Acevedo, otra resurrección intacta del pasado, llega a camarines como vestida para una gala oficial. Traje largo de color burdeo y peinado recién acomodado en la peluquería. "¡Ginecita!", saluda Maluenda a la rápida, y se aleja con tono urgente, siempre con algo que hacer.
Acevedo rechaza cortésmente una silla y prefiere permanecer de pie, porque ha estado "sentada todo el día". El cantante nacido Ricardo Toro sigue metiéndose al público al bolsillo, esta vez con otro clásico de su repertorio: Si me vas a abandonar. "No hay caso con Buddy, siempre es lo mismo", comenta Acevedo con tono de genuina admiración y adivinando exactamente lo que pasa allá afuera: decenas de señoras y maridos semiobligados coreando unas canciones que esta tarde tendrán que sonar por obligación. Porque esto es de nostalgias y recuerdos. Como el Festival de la una y la despedida del más "caballero" de todos.
"¿CONOCES AL SEÑOR PIRINOLA?"
"¿Papá, conoces a un Señor Pirinola?". "¿A quién?". "A un Señor Pirinola que está en la puerta y dice que te conoce y quiere entrar". "¿Pirinola? No. No conozco a nadie con ese nombre". Claudia se ríe y todos se ríen imaginando a un payaso que en este preciso momento podría estar cateteando a los porteros del Caupolicán intentando entrar. Claudia cuenta que la han llamado varias veces en la tarde para peticiones similares, pero que lo que realmente le preocupa es que los de la puerta dejen entrar unas horas más tarde a los mayores invitados de la noche.
"Es una sorpresa que le vamos a hacer a mi papá", explica al oído, mientras el animador espera sentado y casi con la mente en otro lado que termine el "Pollo" Fuentes, otro al que no le faltan hits para encender el ambiente. "Vienen de la Segunda Compañía de Bomberos de Lo Espejo, donde mi papá ha sido miembro desde hace 48 años, para hacerle un homenaje. Y, además, vienen del Ministerio de Cultura a entregarle un premio. Pero él no sabe nada de nada. No se te ocurra decirle algo, porque ahí te mato". La promesa queda acordada y llega la hora de los "concursos y sorteos". De los pocos auspiciantes, dos son las marcas que reclaman antigüedad y que sustentan la premiación de esta noche: Deyco y Virginia. "¿Y qué fue de Splendid, Tizona, Poncho Lindo, Té Samba…". "Puuucha, vaya a saber uno", confiesa horas después el animador en camarines. "Muchas desaparecieron, y uno mismo ya empieza a quedar en el pasado. Pero me voy con la satisfacción del deber hecho. ¿Algo de qué arrepentirme? No, de nada. Fuimos exitosos hasta el final".
"A Tite lo entierran hoy, a Tite lo van a enterrar". A eso de las ocho y media de la noche, la Sonora de Tommy Rey tiene a medio mundo coreando en el Caupolicán y la zona de camarines parece una verdadera convención de viejas glorias del espectáculo chileno. Ginette Acevedo, Buddy Richard, el "Pollo" Fuentes, Gloria Simonetti, Pedro Messone y los recién retados, Zalo Reyes y Peter Rock, comparten el mismo espacio con músicos, productores y coristas. Mientras salen tapaditos, empanadas de queso y vasos de vino tinto y se preguntan por las familias y surgen tallas por las panzas prominentes y las cabelleras que se esfumaron con los años. Maluenda entra apuradito a escena en busca de un vaso de Coca Cola normal y es literalmente atajado para una foto grupal. "Ya, pues, Don Enrique, una fotito", y el animador acepta algo complicado y sonríe y agradece. Y acepta una nueva toma y dice que tiene que partir. Que le toca salir de nuevo, que aún tiene muchas cosas que hacer.