Cleveland es una ciudad del noreste de Ohio, uno de los estados del Medio Oeste, que son considerados el corazón industrial de Estados Unidos. Claro que la urbe a orillas del lago Erie, hace un rato, no pasa por uno de sus momentos más brillantes. Por el contrario. Hace una década, fue declarada la metrópoli más pobre del país. Los datos del último censo sentencian que un 35,4 por ciento de su población vive por debajo del umbral de la pobreza. Y, más encima, la crisis industrial norteamericana la ha golpeado en su demografía, botando su número de habitantes a niveles de 1900, a la mitad del casi millón de personas que la poblaba a mitad del siglo pasado.
Por eso, hace casi un año, cuando LeBron James se convertía en el hijo pródigo de Cleveland, anunciando su retorno a casa tras cuatro temporadas en la glamorosa Miami, el alero se justificaba. "La decisión no tiene nada que ver con el básquetbol", decía. Claro: se trataba de volver a sus pagos, con su gente, donde están sus afectos... Y la misión era devolverle la esperanza a una ciudad deprimida. "Quiero que los chicos del noreste de Ohio se den cuenta de que no hay mejor lugar en el que crecer", profundizaba El Rey en la carta con la que anunció su vuelta al lugar donde creció y se hizo jugador profesional.
La misión de James no era menor. No esperaba disputar el título de la NBA tan pronto. Pero lo logró, entregando esperanzas de éxito y repunte a un sitio que no sabe de éxitos deportivos hace 51 años. Es más, en este período sólo tienen en el inconsciete colectivo haber sido una de las víctimas favoritas de Michael Jordan. Air los tenía, de verdad, de caseros. Pero eso es otra historia.
Si LeBron es inspiración, ilusión u optimismo, en la vereda del frente en las inminentes finales de la NBA están los Warriors, una franquicia que supo ponerse el anillo de campeones hace exactas cuatro décadas. Pero, desde entonces, poco y nada más para celebrar.
Vista como una suerte de hermano pobre o malo del gran equipo de California, Los Angeles Lakers, e instalados en la bahía de San Francisco, alternando su sede entre esa ciudad y Oakland, los Warriors nunca figuraban como candidatos a nada. Más bien jugaban siempre con las apuestas en contra, como eternos aspirantes a colistas. Hasta que la franquicia tuvo un vuelco, devolviéndole la fe a una fanaticada que, en su mayoría, nunca le vio una campaña gloriosa.
La reconstrucción
El rumbo del quinteto que lleva el Golden Gate en el pecho comenzó a cambiar hace cinco años. Joe Lacob y un grupo de inversores compró la franquicia a cambio de "sólo" 450 millones de dólares, una cifra baja si se considera que sus vecinos, los Clippers, fueron vendidos, el año pasado, en dos mil millones. Y eso que los angelinos no tienen una historia mucho más exitosa.
Pero Lacob, de algún modo, supo desarrollar su plan. Contrató a Mark Jackson para que debutara como técnico, confiando en la sapiencia que lo convirtió, en su momento, en uno de los mejores bases de la NBA.
El plan incluyó el trabajo a largo plazo y una política de fichajes basado en conseguir talento joven. Así, sumaron a Andrew Bogut, David Lee, Festus Ezeli, Harrison Barnes y Draymond Green y las máximas estrellas del plantel: Stephen Curry y Klay Thompson.
Fue así como, en la temporada 2012-2013, los Warriors llegaron por segunda vez en 19 años a los playoffs, comenzando un alza sistemática en su rendimiento. Sin embargo, la dirigencia consideró que se podía más, y cambiaron al técnico hace un año.
Volvieron a apostar por un novato en la banca.
Una decisión audaz y arriesgada, que generó las críticas de Curry. Llegó Steve Kerr, que pronto convenció a la estrella. "Ha llevado al equipo a un nuevo nivel", confesaría hace poco el Jugador Más Valioso.
Tras retirarse de las canchas con cinco anillos de campeón, Kerr fue gerente de operaciones de los Phoenix Suns y, luego, comentarista de televisión. Aunque la idea de tomar la pizarra y hacerse técnico lo seducía: antes de firmar en Golden State, estuvo a punto de aceptar la oferta de su mentor, Phil Jackson, para hacerse cargo de los New York Knicks. Pero optó por el proyecto que, a todas luces, estaba mejor perfilado.
La tarea parece estar bien resuelta en Oakland. Tras cinco años de gestión, Forbes calcula la valía de la franquicia en 850 millones de dólares más que hace un lustro, cuando Laboc y compañía compraron a los Warriors.
Del otro lado, los Cavs, con la llegada de James, también apostó a cambios profundos. En la intertemporada reconstruyó el plantel. Y también apostó por un técnico inexperto en la NBA. La apuesta pareció errada, pero tras el cierre de la temporada de pases, en enero, los de Ohio enmendaron el rumbo, sumando a Iman Shumpert, J.R. Smith y Timofey Mozgov, claves en el repunte y sprint final, ayudando a disimular las lesiones de Anderson Varejao, durante la temporada, y la de Kevin Love, en primera ronda de playoffs.
Los Warriors asoman en las finales como una versión joven, electrizante y cool de los exitosos San Antonio Spurs, mientras los Cavs apalancan sus esperanzas de romper un maleficio de más de medio siglo en el camino de éxito que ya ha recorrido LeBron en dos de las cuatro últimas definiciones con los Heat. Por eso, este título se resuelve entre dos quintetos que, más que hambrientos, son famélicos. Sólo eso y su talento explica que dos técnicos debutantes estén en esta instancia, cuando la estadística señala que un entrenador demora, en promedio, 12 años, en llegar a ella.