El extranjero. Alguna vez a Ignacio Valdés se le vinculó con sus compañeros pintores de los 80: Bororo, Samy Benmayor y Omar Gatica. Incluso alguna vez expusieron juntos. Hoy, ni los ve ni sabe qué es de su obra. Valdés viene llegando desde Inglaterra, luego de 12 años de estadía en Londres. Dice tener poco contacto con la escena local, pero ahora eso podría cambiar: en el Museo Nacional de Bellas Artes se puede ver, hasta el 12 de julio, su obra en una retrospectiva que recorre desde 1979 a la actualidad, en la más grande muestra que haya realizado en Chile.

"Me da un poco de pánico esa palabra, retrospectiva, es un poco embarazosa", dice el pintor. "Pero se trata de mirar para atrás". Tanto como para ver sus inicios como escultor, actividad que desarrolló tras egresar de la U. Católica. Esa fue su motivación para viajar a Italia, en 1979, pero allí comenzó a sentirse atraído por la pintura: "Nunca dejé la escultura, pero vi que la pintura es mucho más ambigua: tiene un juego entre lo intangible y lo tangible, y la  escultura es siempre muy material".

Esa afición a la pintura fue la que lo ligó a la generación del 80 en Chile, aunque él insiste en que los nexos son pocos. "Teníamos intereses comunes, pero no trabajábamos juntos. Queríamos volver a un arte más directo, ya no conceptual. En realidad, se trataba de expresar algo con más emoción que intelecto", explica.

Era un cambio necesario, dice, pero con los años sus formas neo-expresionistas se transformaron en costumbre. "Al final, todos los trabajos tienen un poco de inercia. Empiezas a tener una relación con tu público y sabes que tu trabajo será aceptado de cierta forma y rechazado de otra. Ahora me doy cuenta que me estaba poniendo un poco barroco. Cuando empiezas a dominar una técnica, le sacas partido. Pero pierdes el dramatismo", relata. Su viaje a Londres, para estudiar en la tradicional escuela pictórica Slade, fue una forma de escape de esa "abulia".

LA GRAN IMPLOSION
Londres lo recibió con los brazos abiertos y sin prejuicios. En los talleres de Slade retomó el ejercicio de revisar y replantear sus obras. El resultado fue una clara evolución en su estilo: las obras del último período son visiblemente más abstractas. "Antes nunca había trabajado con una cosa tan etérea. Eso es algo más nórdico: allá la gente es más distante, más interior, se retrae. Mis pinturas  son más bien una implosión, van hacia adentro. Y eso puede ser mucho más inquietante", explica.

Fue una suerte, en su opinión, que en Inglaterra no supieran mucho de Chile. Si en Francia o en Italia un artista sudamericano "pasa a ser parte de una subcultura", en Londres, asegura que "todo es mucho más distante. Allá no heredas nada". En Inglaterra, lo que más ha llamado la atención es la espontaneidad y el colorido de sus obras, que se han expuesto en Ferguson Mc Donald Gallery y Hutson Gallery de Londres. En esta última, el galerista inglés Richard Salmon describió el trabajo de Valdés: "La esencia de sus pinturas tiene que ver con algo mucho mayor que la crítica al poder. Es la falibilidad, en todas su gloriosas formas, la que lo obsesiona. Lo que él nos entrega, en estas pinturas de electricidad silenciosa, es una confirmación de existencia".

En el mismo texto, Salmon lo compara con Francis Bacon, su mayor influencia británica. "Parecen estar en tandem con la visión de Bacon, más que simplemente seguirla", escribe. Valdés marca algunas diferencias: "Hay en él demasiado horror y repulsión por el ser humano, cosa que yo no comparto. Yo tomo las cosas con más humor. El arte para mí tiene que ver con la esperanza".

Es la misma diferencia que marca con el golpe de los Young British Artists, encabezados por Damien Hirst, que remecieron el arte británico en 1998 con la muestra Sensation. "Fue un golpe fuertísimo. Era una exposición bien sórdida, que a la vez era un poco publicitaria. Su arte buscaba impactar a través del asco y del horror, en un formato que no tenía nada que ver con la tradición pictórica: eran objetos, cualquiera cosa". 

Hubo quienes los odiaron y otros que los defendieron. A Valdés le pareció bien: siempre ha pensado que nada malo puede venir de un buen remezón. Esos pequeños terremotos que, a estas alturas, ya son una constante en sus 30 años de trayectoria.