En una importadora de Sazié con San Alfonso, un vendedor centroamericano pronuncia algunas palabras en un idioma que -se nota- le es extraño. Luego, mira una hoja de cuaderno donde tiene escrito algo y vuelve a garabatear en voz alta. Pero no le resulta. "No, no", le corrige el dueño del local, quien trata de enseñar al empleado su lengua materna, el chino mandarín. Después de varios intentos fallidos, el joven trabajador se aburre y se va al fondo de la tienda gritándole a su jefe: "Sí, ya aprendí, ya aprendí".
Esa escena pertenece a una calurosa tarde de esta semana en el corazón de Meiggs. Parece rara, pero ahí no lo es. Por el contrario, es natural que ciudadanos chinos intenten enseñar -sin éxito- su idioma a chilenos y extranjeros.
Ahí, los inmigrantes del gigante asiático están en todos lados: tras los mostradores de las importadoras, en las cocinas de los restaurantes de comida cantonesa, empujando carros con mercadería o, simplemente, conversando en medio de la calle. En mandarín, por supuesto.
Al sector llegaron hace cinco años, con la idea de abrir bodegas cerca del corazón del barrio, en las calles San Alfonso, Bascuñán Guerrero y Salvador Sanfuentes. "Se instalaron ahí por la cercanía con la Estación Central, los terminales de buses y las tiendas de chilenos que importaban manufacturas desde Asia", explica Christian Acevedo, gerente de la consultora Valuaciones.
Hoy, en cambio, su influencia se ha extendido en la zona. En los últimos dos años, han abierto decenas de galerías comerciales y tiendas (donde venden al por mayor, pero también al detalle) varias cuadras a la redonda. Si antes sus locales llegaban hasta Sazié y Bascuñán Guerrero, en la actualidad se ubican en todo el cuadrante comprendido entre la Alameda, Exposición, Toesca y España.
Ahí, antiguas casonas se están transformando en distribuidoras de nombres como Yu Jia, Feng Yun, Hong Yung y Wandong. "Compraron casi todas las casas de aquí", asegura la dueña de un almacén de calle Abate Molina.
Así, se ha conformado un incipiente barrio chino, donde también funcionan minimarkets de productos asiáticos, restaurantes de comida cantonesa y salones de belleza orientales.
Hexing Wang llegó a Santiago en los años 80 como corresponsal de una agencia de noticias. Hoy, es el presidente de la Asociación Gremial de Empresarios Chinos en Chile, que agrupa a gran parte de los comerciantes de Meiggs.
Mientras sirve una taza de té oriental en un vaso plástico, cuenta que en la capital viven alrededor de 20 mil ciudadanos de su país. "Los primeros, los que llegaron en los 60, abrían restaurantes. Ahora, la mayoría se dedica a la importación de manufacturas. Y es la primera vez que se instalan todos en una misma zona", apunta Wang.
¿Se puede hablar entonces de un Chinatown capitalino? El director del Laboratorio de Ciudad y Territorio de la UDP, Genaro Cuadros, dice que aún no. "En los barrios chinos como el de Nueva York, los inmigrantes se instalan ahí con toda su cultura. Este, en cambio, es un sector donde se comercian productos chinos. Y aunque ahí hay restaurantes y servicios para ellos, todavía es incipiente", plantea el urbanista.
Los chinos de Meiggs no viven en la zona, pero sí cerca de ahí, en torres de departamentos ubicadas en Estación Central y en torno al barrio Universitario. Sus hijos estudian en colegios chilenos, porque no existe ninguno especial de la colonia.
La mayoría no habla castellano y se comunican entre ellos sólo en mandarín. Casi todos los avisos que pegan en las calles del sector están escritos con los símbolos de su idioma. También la carta de la cafetería que un empresario asiático abrió el año pasado en calle Grajales. Ahí, se pueden degustar cheesecakes y también queques de té verde que traen desde el café coreano Había una vez, de Patronato.
A la hora de almuerzo, los chinos de Meiggs repletan restaurantes como Ati, de comida cantonesa, o el nuevo Torito, que tiene una barra buffet donde los 100 gramos de preparaciones tradicionales cuestan $ 500.
Muchos se cortan el pelo en el salón de belleza Sha Lang, en calle Unión Latinoamericana, donde el corte de pelo para hombre vale $ 10 mil y el de mujer, $ 15 mil. Y cuando quieren viajar a su país -por trabajo o vacaciones- van a la agencia de viajes China Tour, de Sazié. Ahí, venden pasajes en avión al gigante asiático desde los US$ 1.700, aunque en enero y febrero los precios se disparan y superan los US 4.500. ¿La razón? Nadie se quiere perder las celebraciones del famoso Año Nuevo chino.