Una escena curiosa del Festival de Cannes en el 2014: el actor Ricardo Darín llega a un encuentro con periodistas latinoamericanos tras la exhibición de la película Relatos salvajes y comienza a rascarse la cabeza. Se pregunta en voz alta si acaso la muestra de cine de la Costa Azul es tan seria, exquisita y exigente como el mito la pinta. Aún no logra entender que Relatos salvajes, una obra de vertiginoso ritmo narrativo pero indiscutible perfil comercial, haya sido seleccionada en el exclusivo festival galo. Con el paso de los días, Relatos salvajes no ganará nada en el Festival de Cannes, pero su prestigio quedará sellado para siempre.
La cinta trasandina con Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia es un fenómeno raro: su indiscutible virtuosismo técnico convenció a los seleccionadores de Cannes para incluirla en la programación y su sensibilidad hacia el espectador promedio le significó transformarse en el largometraje más taquillero de la historia del cine argentino, con 3,4 millones de espectadores. Es un tipo de cine, se podría decir, a lo Harvey Weinstein, el productor de Tarantino, o a lo Pedro Almodóvar en España, quien por lo demás produjo Relatos salvajes. Ambos se han preocupado de llevar espectadores a las salas, sin dejar de lado el nivel de sus obras, imponiendo, si se quiere, su estilo de "calidad" como marca de fábrica.
Aunque la cantidad de películas producidas en Argentina, más de cien al año, es superior al chileno y por lo tanto permite más variedad, la comparación puede al menos servir para comprender que hay un tipo de cine relativamente ausente en nuestro medio: aquel que corta boletos, pero que a la vez no renuncia a la mirada personal y la propuesta artística. Alguna vez representado por las películas de Andrés Wood (Machuca, Violeta se fue a los cielos) e incluso Silvio Caiozzi (Coronación, La luna en el espejo), este cine capaz de conectar con el público brilla por su ausencia en las salas chilenas.
Los ejemplos de asistencia durante el año pasado son implacables. De acuerdo al Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, hubo 582.246 espectadores, la cifra más baja desde el 2010. El contraste es aún mayor si se considera que el 2014 fue también el año récord de estrenos locales, con 42 cintas. 2014 fue además el año de Matar a un hombre, película chilena ganadora en el Festival de Sundance, pero con una pírrica asistencia de 4.425 espectadores.
El éxito del cine chileno en los festivales más importantes del mundo es una realidad que poco a poco se ha ido construyendo y que en el mediano plazo comienza con los éxitos de Tony Manero en Cannes 2008 y La nana en Sundance 2009. El último capítulo de esta saga se escribió el domingo pasado en el Festival de Berlín: El club de Pablo Larraín recibió el Gran Premio del Jurado y El botón de nácar de Patricio Guzmán obtuvo el de Mejor Guión. Dos Osos de Plata paralelos en un festival de cine que por lo demás también premió con un Teddy Award a Nasty baby de Sebastián Silva.
Se dirá, con razón, que las cintas que gustan en los festivales no son precisamente las que llevan más público. Pero aún olvidándose de aquel cine, cabe preguntarse: ¿Qué está sucediendo que en un universo de 42 estrenos anuales haya sólo uno que supera los 100 mil espectadores? De acuerdo a Sergio Gándara, presidente de la Asociación de Preoductores de Cine y Televisión (APCT), la respuesta tiene que ver con la difusión de las películas chilenas. "El cine chileno es invisible dentro de la oferta habitual de las distribuidoras. Nuestras películas ocupan un tres por ciento de las salas en total y, por consecuencia, hay poca visibilidad dentro de los grandes medios" dice Gándara.
Sobre el proceso de mercadeo de películas, el productor chileno opina: "Lo que falta es la 'empresarización' del emprendimiento-película, y que nuestro mercado vaya sumando sistemas de producción y de circulación más formales. Hay un problema de inmadurez de la industria, pero no me cabe duda que avanzamos hacia allá". También se refiere a la creación de una alternativa de exhibición: "Hay que crear una red de salas para poder dar cine chileno de forma masiva y con la intención de plantear los temas que nuestras películas quieren mostrar. No sólo buscar el fanatismo por la estrella principal".
Desde Cinema Chile, la agencia de promoción nacional e internacional del cine chileno, el diagnóstico apunta a establecer un marco legal. "El verdadero problema es que no hay una política del Estado que regule a largo plazo el sistema en que se desenvuelve el sector audiovisual chileno. Los representantes de CinemaChile estuvimos en Berlín acompañando a la comitiva nacional con la ministra Baratini y ahí ella pudo ver todas las deudas pendientes que existen desde la legalidad", explica Constanza Arena, directora de Cinema Chile.
Consolidado en el circuito de festivales extranjeros, el cine local ya se desplazó con destreza en el frente internacional, Es hora de ingresar al campo de batalla chileno.