"Si aparece uno que no tenga, lo compro. Pago el precio que pidan", dice Luis Alberto Guerrero.  No habla de monedas, estampillas, juguetes antiguos o autos. Desde hace 50 años, este coleccionista ha transformado su casa en un verdadero museo compuesto de 40 calefones de todas las épocas.

En 1950 instaló su propio taller de gasfitería en Providencia -en Román Díaz con Alférez Real- y a través de las visitas a sus clientes fue consiguiendo los objetos que hoy son su mayor tesoro.

"Era lo que me salía más barato  de coleccionar, para estampillas o monedas había que gastar dinero que no tenía", cuenta el infatigable gásfiter de 86 años. "Los calefones me los daban como chatarra y yo los reparaba para guardarlos", agrega.

Hace cinco años vive en un cité en calle Toesca casi llegando a Av. España, en Santiago Centro. Nada menos que en su living-comedor exhibe las piezas más importantes como sin fueran joyas. El más antiguo data de 1860, pero la mayoría fueron fabricados entre 1930 y 1960.

Pese a su antigüedad, todos están en perfecto estado y funcionan como nuevos,  como hace más de un siglo. "No son pura carcasa", advierte Guerrero.

De puro cobre
Apenas abre las puertas de su casa, aparece su reluciente colección poco tradicional. Al lado del comedor donde almuerza y cena todos los días junto a su tercera esposa, Luis instaló dos repisas. Ahí se pueden ver una veintena de calentadores de agua. En otras paredes del domicilio, junto a un par de relojes y a cuadros antiguos, también cuelgan otros de estos añosos aparatos.

La mayoría fueron hechos de cobre y su color rojizo destaca  sobre los muros blancos de la casa. En sus placas recuerdan el lugar de confección de las máquinas. "Calefont, London", reza uno, mientras algunos son de fabricación alemana, argentina o nacional.

Otros son de las marcas Junkers o Splendid, que pertenecían a casas de familias de Providencia, comuna donde ofrecía sus servicios como gásfiter. Casi todos tienen incluidos un largo fierro. En el extremo superior tienen la ducha y abajo la caída del agua para la tina. "Antiguamente se usaban directamente dentro de los baños", explica Luis. También se pueden ver algunos de color verdoso (de cobre niquelado) y otros de carcasa blanca más modernos.

Ex carabinero
Sus clientes fueron mayoritariamente profesionales, médicos o arquitectos, y oficiales de Carabineros, quienes lo ayudaron a formar su colección. Durante años arregló cañerías, llaves, baños y  lavamanos, pero antes fue suboficial de Carabineros durante cinco años. Una vez que lo dieron de baja de la institución por indisciplina, se decidió por instalar un taller de gasfitería.

Pese a que en agosto próximo cumplirá 87 años, sube rápido las escaleras, levanta los calefones, desarma sus partes y se mueve con destreza. Su memoria  tampoco falla. Luis recuerda como si fuera ayer cómo obtuvo cada uno de sus calefones.  "Ese me lo regaló el doctor Alfredo Recart. En el subterráneo tenía varias cosas y me dijo: "Lucho llévate todas esas payasadas de aquí". Eso fue por el año 60 y ahí nació el interés por coleccionarlos", cuenta este gásfiter oriundo de Valparaíso, mientras indica una de las reliquias con sus dedos.

Después fue agrandando su "museo" con regalos y compras a anticuarios o en ferias de las pulgas. Pero su afición de cinco décadas se ha visto estancada en los últimos años. Ya no logra conseguir nuevos calefones.  "A veces me voy a dar una vuelta al persa Biobío, pero hace tiempo que ya no encuentro. Me han dicho que en Valparaíso podría hallar alguno", asegura.

Nunca le han propuesto exponerlos y dice que si lo hiciera pondría una condición: "no me los tienen que abollar". Su esposa le pide que los venda, pero a él la idea no le convence, pese a que tiene avaluada la colección completa en $ 20 millones. Se cruza de brazos, mira sobre sus lentes y concluye: "No están a la venta".