El combate de la revancha nacional
La pelea entre Cardenio Ulloa y Benito Badilla, librada en Antofagasta el 30 de abril de 1986 bajo una atmósfera de venganza, representó el duelo entre compatriotas más mediático de la historia del pugilismo chileno. Ayer sábado se cumplieron 30 años de aquella inmortal velada.
"Si puedo matarlo en el ring, lo haré". La declaración de Benito Badilla, con ese sonsonete panameño que adquirió durante sus años en Centroamérica que tantos le reprochaban por ese entonces, pronunciada durante el pesaje previo al combate con Cardenio Ulloa, resonó fuerte en el hotel antofagastino, especialmente acondicionado para la ceremonia. Si algo le faltaba al púgil, que años atrás había fallado en su búsqueda de un título mundial al perder por nocáut ante Leo Cruz, para transformarse definitivamente en el deportista más odiado del país, era aquella declaración de guerra.
A pocas cuadras de allí, bajo una expectación tremenda, pocas veces vista para un enfrentamiento en Chile, ambos pugilistas protagonizarían 24 horas después la denominada "pelea del siglo", que representaba la revancha del combate que habían librado cinco meses atrás en Talcahuano.
Pese al tiempo transcurrido desde el primer capítulo de este enfrentamiento, los recuerdos entre los aficionados seguían muy frescos. El triunfo, lleno de polémica y controversia, de Badilla, no había puesto fin a la rivalidad entre ambos pesos gallo. Al contrario, la había acrecentado hasta tal punto que había enfervorizado a los aficionados, en su mayoría simpatizantes del púgil oriundo de Puerto Varas, quien había quedado con el cartel de víctima tras lo ocurrido en la primera pelea. La revancha, programada en el Gimnasio Sokol de la capital de la Segunda Región, agotaría rápidamente los más de ocho mil boletos puestos a la venta.
Todo lo que rodeó al primer enfrentamiento, antes, durante y después del pleito, sólo propició que el combate del 30 de abril de 1986 tuviese ribetes inéditos. Televisión para todo Chile, como si se tratara de un título mundial; una promoción digna de una pelea en Las Vegas; y un episodio propagandístico que se recordaría día a días desde el momento en que se decretó ganador a Badilla cinco meses antes.
El recordado "stop, stop, pare, pare" del árbitro Luis Comte, instante clave del primer enfrentamiento, que provocó que Ulloa bajara los brazos -para algunos de manera imperdonable e irresponsable- y que Badilla, haciendo caso omiso a la instrucción del tercer hombre en el ring, lo conectara con un gancho que terminaría enviándolo a la lona para nunca más recuperarse, se convirtió en uno de los momentos deportivos del año.
El audio de la transmisión de TVN acabaría condenando al juez, sancionado por la Federación de Boxeo por su cometido y enterrado sicológicamente luego de que los otros árbitros lo desacreditasen públicamente. Haberse olvidado en el peor momento posible del micrófono que llevaba en la solapa, había sido su condena.
"Comte, quien murió años después, recibió amenazas telefónicas por lo que pasó esa noche en Talcahuano. Le rayaron la casa. Incluso, en su viaje de regreso a Santiago, en tren, se lo vio muy afectado, a ratos balbuceando", sostiene Camilo Zamora, periodista y juez de boxeo.
Los condimentos para una revancha estaban listos, y cuando se fijó la fecha no hubo nadie que no anotara ese 30 de abril en rojo, porque pese a que en ese tiempo el boxeo era una industria próspera, pocas veces una pelea entre chilenos había despertado tanto fervor. "Te diría que en los últimos 50 años no hay quizás un enfrentamiento con esos ribetes. Primero porque los dos estaban en la cúspide de sus carreras, traían ya combates por títulos mundiales. Lo tenía todo. Quizás una pelea entre Martín Vargas y Héctor Velásquez, que se llevó a cabo a mediados de los 70, o los duelos de Látigo Uribe con Chifeo Mendoza, en los 90, podrían acercarse. Pero ninguno de ellos tuvo televisión. Y eso marca mucho", subraya el periodista especializado Eduardo Bruna.
Pese al optimismo que irradiaba Badilla en las horas previas a la revancha, su cuerpo le daba señales de lo contrario. Después del triunfo en Talcahuano había regresado a Panamá, donde estaba radicado desde hacía tres años, para sostener dos combates durísimos, de los que nunca se recuperaría: "Perdí ambos, ante rivales que después tendrían opción de títulos del mundo. Con Azael Morán perdí por puntos y con Bernardo Piñango por nocáut. Creo que eso me pasó la cuenta para el combate de Antofagasta", recuerda Badilla, quien siempre se tomó con humor todo el revuelo que provocó su forma de promover su rivalidad con Cardenio y que le valió tantos adversarios en las tribunas: "Me reprochaban que hablaba con acento panameño. Y qué querían que hiciera si llevaba varios años viviendo allí. También decían que con mis palabras me gané enemigos, pero lo cierto es que de donde yo venía, me enseñaban que siempre uno tenía que mostrar seguridad en sí mismo. Y eso hice".
Pero las ocho mil personas que repletaron el gimnasio Sokol, los cientos que se quedaron fuera del recinto con entrada en la mano, y los que siguieron la pelea por televisión, tenían un claro favorito: Cardenio Ulloa. "Su promotor, Eduardo Contreras, fue vivo. Antes de la revancha con Badilla pactó un combate en Antofagasta con Esteban Bustos, un argentino al que venció por puntos. Pero ya el hecho de mostrarlo en la ciudad provocó que la gente, que ya lo tenía como su favorito desde el desenlace del primer enfrentamiento, ahora lo abrazara como propio", subraya Zamora.
Ulloa supo también jugar su papel de víctima, que había adquirido en Talcahuano, evitando incluso realizar cruces de declaraciones con su rival en la previa de ambos combates. "Eso lo hice a propósito. Y de algún modo me trajo buenos dividendos. Sabía que él estaba, como se dice, hablando de más. Entonces, eso me ayudó a quedar como el bueno de la película", llegó a reconocer, antes de la segunda pelea, el propio Ulloa, radicado hoy en Quellón junto a su familia, donde reparte su tiempo entre la labor de pastor evangélico y técnico de futuros púgiles.
A diferencia del primer combate, la revancha del 30 de abril de 1986, fue muy desigual. Ulloa fue ampliamente superior a un rival que pocas veces logró hacerle daño. Apenas un recto de derecha en el segundo round hizo retroceder al oriundo de Puerto Varas, que siempre manejó el ritmo del combate.
En el quinto asalto, llegó el momento clave. Una combinación de Ulloa hizo retroceder a Badilla, que buscó refugio en la cuerdas. Fue entonces cuando un golpe certero bastó para derribarlo. El campeón chileno y latinoamericano de los gallos, Benito Badilla, trató de levantarse por pura inercia, pero volvió a desplomarse sin remedio una vez decretado el K.O.
Y la hinchada pudo celebrar la aguardada victoria de Cardenio Ulloa, mientras su adversario, convertido en paria tras ignorar la instrucción de Comte en la primera pelea, yacía en el suelo, sufriendo la ira de su rival y la rabia de un país entero que nunca le había perdonado aquel golpe de Talcahuano. La revancha se había consumado.
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