George Michael (50) se declaraba nervioso. "Nunca había estado tan intranquilo antes de un proyecto, pero esta vez sí tenía muchas dudas", subraya en una entrevista difundida por su discográfica, Universal Music.
A mediados de 2011, el cantante alistaba su Symphonica Tour con la idea de montar uno de los espectáculos más desafiantes de su carrera, pero también con una pretensión superior: retornar a sus incuestionables estándares de calidad artística e interpretativa luego de años tropezando con adicciones, conatos de retiro y bochornos propios de la crónica roja.
Por eso, con la etiqueta de los arreglos orquestales y la solemnidad de los teatros de aforo reducido, el británico apostó por el todo o nada para volver a la primera plana con el mismo ropaje sinfónico que ha arrojado saldos tan distintos en nombres como Metallica, Gustavo Cerati o Sting.
En el caso del ex Wham!, el resultado lo acerca al triunfo: su gira europea, que culminó en octubre de 2012 en Londres, lo mostró en impecable estado escénico, con su voz versátil y sugerente -diestra tanto para el funk bailable como para las baladas- dominando con autoridad un voluminoso ensamble orquestal que nunca le restó naturalidad.
Casi como un testimonio de esa victoria, el hombre de Faith decidió registrar las mejores interpretaciones de la gira en el álbum Symphonica, aparecido la semana pasada en el país, que debutó en el primer puesto en iTunes Chile y que rompe un silencio de una década tras la salida de Patience (2004). Más allá de las marcas y las cifras, es la vuelta de George Michael en su mejor cara: elegante y emotiva.
"Hubo varias razones por las que me involucré en esta aventura", introduce el inglés en la conversación con su disquera. Luego sigue: "Primero, quería tomar temas clásicos y standards para ejercitarme como vocalista en un área que nunca antes cubrí. Segundo, la gira y el álbum me permitían mostrar un potencial justo en un momento en que quería alejarme del ojo del huracán, por lo que algo tan puntual como shows sinfónicos me facilitaría no hacer promoción ni estar constantemente seguido por las miradas".
CON AYUDA DEL MAESTRO
El intérprete revela un factor clave: su reconversión sinfónica también sirvió como exorcismo. Justo el mismo día de agosto de 2011 en que inauguró su periplo, Georgios Kyriacos Panayiotou -su verdadero nombre- oficializó que había terminado su relación con el ejecutivo Kenny Goss, su pareja por 13 años y el hombre con que enfrentó sus mayores embrollos judiciales por posesión de marihuana ("llegué a fumar 25 cigarrillos diarios de ésos", comentó alguna vez en The Guardian) y problemas con la seguridad pública (chocó varias veces mientras manejaba bajo la influencia de narcóticos). Por eso, el desgaste de su nueva travesía en vivo precipitó varios cuadros de estrés y malestares que lo obligaron a posponer dos veces las distintas fechas de su Symphonica Tour.
Ante el inestable escenario, prefirió contactar al gran capo del rubro: el histórico productor Phil Ramone, de olfato depurado y mirada quirúrgica para hermanar pop con cuerdas y bronces, alquimia que brilla en sus trabajos para Frank Sinatra, Paul Simon o Billy Joel, entre muchos otros. De hecho, su alianza con Michael fue el último título que realizó antes de morir, en marzo del año pasado.
Con él trabajó en versiones para clásicos propios, como A different corner, Praying for time y One more try (una de las cimas de la pieza), y también para joyas ajenas, como Idol, de su ídolo y amigo Elton John; Let her down easy, de la fallida estrella soul Terence Trent D'Arby, y Wild is the wind, popularizada por Johnny Mathis.
Como único talón de Aquiles, no se incluyen la estilizada relectura de Love is a losing game, de Amy Winehouse, y la popular Freedom, uno de sus mayores hits y que marca el instante de mayor efervescencia en el espectáculo. Son las rutas escogidas por George Michael para su retorno por la puerta grande.