El 1 de diciembre fue un día negro para la moda francesa. El Tribunal de Comercio de ese país anunció el cierre definitivo del departamento de alta costura de Christian Lacroix. No hubo forma de rescatar su imperio. Tuvieron que despedir a 120 empleados y repartir sus instalaciones para pagar las deudas.

La casa de modas, que está desde junio de este año bajo administración judicial por quiebra, aceptó el plan salvavidas propuesto recientemente por el gobierno francés, que como reconocimiento a la trayectoria mundial de Lacroix buscó la forma de no hacer desaparecer por completo la marca. La solución propuesta fue cerrar la producción de alta costura y mantener trabajando a sólo 11 personas de la firma en los departamentos de accesorios y perfumes.

El creador, Christian Lacroix (58), no estaba presente en la audiencia que dio fin a su obra. No ha querido hablar ni comentar los hechos. En julio de este año declaró para el diario italiano Il Figaro que "los negocios nunca acudieron a la cita" y que todo este caos se debe a que nunca estuvo en la misma sintonía con sus accionistas, pues para él su firma es más una casa de modas artesanal que una gran marca que debe inundar el planeta con productos de todo tipo y logotipos por todos lados. "Me equivoqué, siempre estuve contra la corriente", comentó en esa oportunidad, lamentando haberse topado "con gente que quería ganar dinero muy rápidamente, en vez de estar verdaderamente interesados en la moda como arte". La postura de Lacroix en estas palabras deja en evidencia su pecado mortal: olvidar el negocio por privilegiar el arte.

Uno de los mercados más afectados por la actual crisis económica ha sido el lujo. Para enfrentar los malos tiempos, muchas casas de moda,  –como Armani, Chanel, Prada y Gucci, entre otras –, han creado colecciones Ready To Wear (listos para usar) y han diversificado su marca. Gracias a esta decisión hoy pueden reportar mejores números.

Pero Lacroix, famoso por sus diseños barrocos y por traer la historia del arte a la pasarela en telas exquisitas, nunca tuvo esa visión. Se especializó en el diseño y confección en vestidos de novias, alta costura y prêt-à-porter cargado de glamour, pero a precios inalcanzables, cuestión que en tiempos difíclles  se convirtió en su condena. Ya en 2008 perdió 10 millones de euros y este año bajó en un 35% sus ventas.

LA ULTIMA PASARELA
En mayo de este año la casa Lacroix ya había anunciado su insolvencia, pero aun así decidió participar en la semana de la moda de París, en julio, para presentar su última colección. Se comentaba en la prensa que las oficinas estaban sin fax ni impresoras ni aire acondicionado, y lo más probable es que fuera cierto. Ya no había recursos para comprar telas, de modo que el diseñador reunió todos los retazos y telas de sastrería que guardaba en sus bodegas. Los proveedores trabajaron gratis para presentar una colección digna y las modelos cobraron el mínimo legal de 50 euros. Todos querían ver brillar por última vez el imperio de Lacroix.

El desfile fue un éxito. Fueron 20 vestidos que el diseñador del barroco, como lo llaman, mostró en la pasarela. Aunque dejó aparte muchos de los bordados, broches, colores y aplicaciones habituales en sus diseños, mantuvo en ellos la maestría de la confección, la virtud de la belleza en unas prendas hechas con gusto exquisito. La periodista Carrie Donovan, de The New York Times, escribió al presenciar el desfile: "La alta costura debe continuar, simplemente para alimentar los talentos como Lacroix. Con esta colección se evidencia su capacidad para crear una moda arrebatadora para mujeres que verdaderamente aman las cosas. Sus diseños de alta costura son lujosos, pero introducidos a los tiempos modernos. Son coquetos, femeninos y un poco funky. Son prendas para mujeres aventureras con grandes presupuestos y grandes sueños". Mientras, Lacroix y sus socios albergaban la esperanza de encontrar un comprador que, enamorado de la impronta de elegancia, lujo y tradición de la marca, evitaría el cierre, los despidos, y el fatal fin de su casa de modas.

Pese a que hubo dos interesados en revivir la marca, ninguno presentó las garantías ni concretó su interés dentro del plazo acordado por la justicia. Uno de ellos fue el jeque emiratí Hassan ben Ali al-Naimi, sobrino del soberano del emirato de Ajman, en los Emiratos Arabes Unidos. El otro era el grupo francés de inversionistas Bernard Krief Consulting.

EL DISEÑADOR DEL BARROCO
Christián Lacroix cayó en la industria de la moda por casualidad. Su infancia la vivió en Arles, una ciudad al sur de Francia. Fanático del escritor irlandés Oscar Wilde y de la música de los Beatles, después de estudiar Historia del Arte en la universidad de Montpellier, ingresó a la Ecole du Louvre, en 1973. Quería convertirse en curador de arte, pero el destino lo llevó a ser amigo de Jean Jacques Picart, quien estaba involucrado en diversas casas de alta costura. Gracias a él trabajó en 1978 en la compañía Hermès. Allí comenzó un camino sin retorno. Se graduó en 1981 y se fue a trabajar con el diseñador francés Jean Patou, donde realizó sus primeras colecciones de alta costura. En 1987 fue galardonado con el Premio al Mejor Diseñador del Exterior por el Council of Fashion Designers of America. Luego, la fama ganada le permitió abrir su propia casa de alta costura.

La casa de Lacroix fue creada en 1987 por quien lleva su nombre, con la ayuda del grupo LVMH (Moet-Hennessy Louis Vuitton), propiedad de Bernard Arnauld. Ya en esos tiempos las relaciones eran tensas entre los accionistas –todos expertos en marketing planetario– ,y Lacroix, quien siempre ha insistido en la moda como un arte de diferenciación.

El sello de su primera colección lo dio con la falda abullonada, o puf, una pollera hinchada tipo globo pero más sutil que pronto se convirtió en hito en la historia de la moda. Es considerado el más hispano de los diseñadores galos, su costura está llena de guiños y referencias a España, al flamenco y a los toros. Sus tejidos, de gran riqueza, incluyen estampados que recuerdan a los mantones de Manila, y entre sus accesorios preferidos se encuentran las cruces.

Su concepción del diseño de indumentaria,  una perfecta conjunción de tradición y modernidad,  se expandió rápidamente, con lanzamientos nuevos cada año. Para 1989 tenía boutiques en Japón, Londres, Ginebra, Toulouse y por supuesto su tierra natal, Arles. Pero en 2005 la ruptura entre el diseñador y sus accionistas fue irrevocable. La marca pasó a manos de Falic, empresa familiar norteamericana (dueños de los Duty Free), que convirtió esta gran casa de modas en una pyme de 125 empleados y emprendió un plan ambicioso a largo plazo para reubicarla en el mercado del prêt-à-porter de lujo, en total sintonía con la imagen que caracteriza a Lacroix. En esos años la marca abrió dos tiendas propias en Estados Unidos (Nueva York y Las Vegas) y distribuyó sus productos a 200 tiendas multimarcas en todo el mundo.

Pero este sueño no prosperó.  En septiembre del 2008 se desató la crisis económica mundial y poco a poco el consumo del lujo comenzó a caer dejando en evidencia la mala rentabilidad del negocio. Comenzaron las pérdidas y la fantasía de la casa de modas de alta costura artesanal cayó en el abismo de la quiebra. La prueba concreta de  que la creatividad y el ingenio no sobreviven si no hay gente dispuesta a pagar por ellos.