Hace tres siglos, en plena Colonia chilena, una fuente ubicada al centro de la Plaza de Armas de Santiago abastecía con agua a la pequeña población santiaguina. Venían de los baños de Apoquindo y los habitantes la usaban para beber y lavar. Con el tiempo y el desarrollo del sistema de cañerías en la ciudad, las piletas fueron perdiendo su importancia. Fuera de ello, algunas fueron trasladadas, como la de Plaza de Armas que hoy está frente a La Moneda, en la Plaza de la Constitución.

Partieron con un fin utilitario y de higiene, pero luego las fuentes y piletas de Santiago adquirieron una función más ornamental y "espontánea", como la de servir de piscinas públicas -no autorizadas- a un grupo de capitalinos.

Es por eso que éstas deben limpiarse constantemente mediante bombas o sistemas de propulsión, que sirven para filtrar y reciclar el agua y, así también, evitar millonarias cuentas.

Cada una tiene pequeñas variaciones referidas a la mantención: mientras la de Plaza de Armas se vacía una vez a la semana, la Bicentenario -ubicada en el Parque Balmaceda, detrás del monumento a la Aviación- se drena dos veces al año. Durante ese período, se higieniza con cloro, alguicidas y antiincrustantes, que cumple el rol de antigrasa.

Rubén Bahamondes es jefe del departamento de alumbrado público de la Municipalidad de Santiago y, junto con un equipo, supervisa el correcto funcionamiento de las 63 fuentes y piletas de la comuna, en las que -dice- se gastan $ 90 millones anuales.

Aclara que la mayoría son de origen francés y fueron hechas por la fundición Val d'Osne, la que en el siglo XIX abasteció a toda la ciudad y a otras como Frankfurt, Nueva York y Buenos Aires.

Entre las más emblemáticas, para Bahamondes, está la fuente Neptuno, ubicada en el acceso norte del cerro Santa Lucía. Fue creada por Auguste Moreau y donada a Santiago por Luis Cousiño. Tiene seis metros cúbicos (m3) de capacidad y el año pasado, aprovechando la restauración de la escultura, se modernizó con una cortina de agua e iluminación. Un sistema de bombas la oxigena diariamente, mientras que el equipo de Bahamondes barre la mugre y le pone cloro todos los días.

La Fuente Alemana, del Parque Forestal, creada por el escultor Gustav Eberlein, llegó a la capital para el centenario. Es la más conocida por los baños que ahí improvisan los niños. Por lo mismo, un equipo de bombas -ubicado detrás de la estatua- filtra sus aguas diariamente y se limpia dos veces por semana. Hace un año se remodeló y para mantenerla en buenas condiciones, se reponen sus 12 m3.

Para Bahamondes, la más importante es la de la Plaza de Armas. "Está conectada directamente al alcantarillado y vaciarla es fácil: sólo debe sacarse el tapón, como si fuera la tina", explica.

La más moderna de la comuna, creada el año pasado, es la de Quinta Normal. Con 80 m3, funciona con un sistema digital que permite apagarla o encenderla remotamente por internet. Incluye un juego de luces y chorros de agua para que las personas se refresquen. Dos veces al día, el agua pasa por un sistema de filtros instalado debajo de la obra y se le agrega cloro. Dos ves a la semana se vacía y se recambia.

LAS DEL ORIENTE
Teodoro Fernández explica que las fuentes han sido parte de la historia de Santiago desde el siglo XIX en adelante como liberación artística. "La idea era celebrar el agua como elemento de agrado y decoración. Todas se dan dentro del ámbito de la república chilena, cuando el arte proliferó en el país", explica el arquitecto.

Para éste, la idea de lo ornamental ha ido cambiando. "Ya no se exaltan los dioses griegos ni tampoco se relaciona al agua con las ninfas. Ahora se usa algo más ecológico, que ayude el ambiente en estos climas secos, como los espejos de agua, hechos para refrescar a personas y pájaros", dice.

Un ejemplo de esto, es el del Parque Bustamante, ubicado a un costado del Café Literario y remodelado en 2008 por Germán Bannen. Su mantención no es barata: $ 2,5 millones.

Manuel Alba es el encargado municipal de la higiene en las 46 piletas que tiene Providencia. Según cuenta, la que mayor supervisión le demanda es la Bicentenario, construida en 2005. El complejo sistema que sincroniza los chorros de agua y los juegos de luces es chequeado todos los días por hombres que ingresan hasta el centro para revisar los mecanismos. Mantener esta fuente de 210 m3 cuesta $ 7,5 millones al mes.

Por su sistema de filtros y tratamiento químico, el agua sólo se drenada dos veces al año y la municipalidad sólo corre con los gastos de electricidad y agua, mientras que su mantención es licitada.

Caso aparte son las fuentes del Parque Inés de Suárez, de la Plaza Pocuro y la Fuente del Poeta, ubicada a un costado de La Chascona. La particularidad de ésta es que sus piezas (especie de cajitas de concreto desmontables) son aspiradas por separado para evitar la formación de moho. Al tener aguas estáticas, el agua debe cambiarse muy seguido. Algo que la hace poco sustentable.

Alba cuenta que el agua que se extrae de las piletas se bota al alcantarillado. "Por los químicos no es factible usarla en nada más. Pero la de la Fuente de Pocuro, que está en el Parque Augusto Errázuriz, es la excepción. Esta sí la usamos para riego", explica.

Las Condes cuenta con 20 fuentes, que empiezan a funcionar a las 7 de la mañana y se apagan a las 11 de la noche. Todas al mismo tiempo.

¿La más conocida? La de plaza Loreto Cousiño, que está frente de la iglesia de El Golf. Usa cinco bombas y 30 focos la iluminan, y mensualmente gasta $ 400 mil en agua y reparaciones.

Otra de las emblemáticas es la de la plaza Cerro Navidad, que está al lado del restaurante Da Dino. ¿Otra? La del edificio Consorcio, construido en 1993 por Enrique Browne y Borja Huidobro. Es de las más modernas de la comuna, pues además de tener un carácter ornamental, también es parte del sistema de refrigeración del edificio. "Es una obra de arte que la he visto pocas veces en Chile, por eso está a la altura de un ícono", explica Browne.