Una forma de contar el origen de Casi un gigoló -el quinto filme dirigido por el actor John Turturro, que se estrena en Chile la próxima semana-, es a partir de su clara obsesión con la prostitución.

"Es una de esas historias básicas", dice Turturro en un hotel del SoHo de Manhattan una tarde de primavera, haciéndole un guiño a la idea de que hay apenas un puñado de tramas arquetípicas en la historia de la humanidad. "Piensa en todos los directores que han hecho películas sobre el tema: Mizoguchi, Frank Capra, Fellini, Bresson, Buñuel, Malle… Es una lista interminable".

Turturro, de 57 años, habla con seriedad de intelectual a través de sus anteojos de grueso marco negro. Viste un impecable traje oscuro y una camisa blanca abotonada hasta arriba que lo hacen lucir más como un modelo de revista masculina que como el tipo desgarbado y excéntrico que suele representar en pantalla, y que lo convirtió, además, en un actor de culto, en cintas de Spike Lee (Haz lo correcto) o de los hermanos Coen (Barton Fink, El gran Lebowski).

Casi un gigoló es la quinta película de Turturro como director, una carrera que ha desarrollado sin apuro y en voz baja desde el drama Mac (1992). Como en todas sus obras de ficción -en 2010, estrenó el documental Passione sobre la música de Sicilia-, Turturro también escribió el guión y ocupa uno de los roles principales. En este caso, se trata de Fioravante, un cincuentón que vive improbablemente en el Greenwich Village y con lo que gana por trabajar con poca ambición en una florería. Un día, su amigo Murray (Woody Allen) le sugiere que le cumpla a su doctora (Sharon Stone) el deseo de hacer un trío. El improvisado proxeneta será Murray, y el ménage à trois lo componen Fioravante, la doctora Parker y su voluptuosa amiga Selma (Sofía Vergara).

El giro viene dado por la edad y el atractivo poco tradicional de Fioravante, lo que le da a la película la posibilidad de cuajar, a pesar de su trama inverosímil, especialmente cuando se convierte en una historia de amor idílico. A Turturro le interesaba el concepto de la transacción que se produce en la prostitución, pero también la idea de mostrar a personas maduras empujando los límites de su sexualidad.

"En los 60 y 70 se rompieron todas las barreras," dice con gravedad de actor teatral, "y sin embargo no ves películas que muestren a los adultos explorando cosas, ni siquiera en forma sutil. Cuando se muestra explotación en pantalla, muchas veces parece que te lo dieran a la fuerza, con una cuchara, y eso no resuena conmigo ni me afecta".

Otra vía para contar la historia de Casi un gigoló comienza en la silla de un peluquero de Manhattan, llamado Anthony Silvestri. Fue a través de él que Turturro le mandó el mensaje a Allen (ambos le encomiendan su cabellera a Silvestri desde hace más de 20 años) de que estaba pensando ofrecerle el rol del proxeneta amigo Murray.

"La verdad es que era una idea mía, pero una vez que supe que él estaba interesado, no pude echar pie atrás. Y cuando lo contacté, le dije: 'Parece que los dos vamos a meternos en el negocio del sexo juntos'", indica riendo.

"Cuando le conté del proyecto, me daba su opinión: 'Eso es gracioso. Eso no. Eso podría ser gracioso. Haz eso y luego te digo lo que pienso'", dice imitando la voz más aguda y nasal de Allen.

"¿Qué es una película tipo Woody Allen?", interrumpe antes de que termine la pregunta sobre el innegable parecido de Casi un gigoló con la obra de Allen, partiendo por el tono de carta de amor a Nueva York y el que muestre distintos polos de la vida en la ciudad. "Lo tomo como un halago. Yo la escribí, Woody agregó algunos chistes muy graciosos y me influyó en darle un tono más sutil a la historia. Pero no me importa lo que digan: a mí me preocupa si logré captar la atención de la gente".

Mucho más allá del origen de la película, sin embargo, lo importante es cómo se convirtió en lo que es: una historia algo melancólica y con toques de comedia y romance, que toma realmente vuelo una vez que Avigail -la viuda jasídica interpretada convincentemente por Vanessa Paradis- pasa al centro de la trama. Según Turturro, eso sucedió sobre la marcha, cuando escribía el guión. Tanto su hijo mayor como Allen le dijeron que había algo interesante por ahí. "Boté un montón de otras cosas y amplié eso", dice sobre el rol de la actriz francesa. Para Paradis, el secreto del éxito de su interpretación puede pasar por haber conseguido entender no solo cómo Avigal está aislada del mundo por las estrictas reglas de la comunidad jasídica de Brooklyn ("vive a cinco minutos de Manhattan, pero nunca ha ido"), sino por comprender que su misión era poner la soledad en pantalla.

"El problema con representar la soledad es que es algo muy concreto que no parece concreto", indica la actriz. "Si alguien se rompe una pierna o están muy enfermos, es algo palpable. Pero cuando alguien se siente solo, tendemos a decirles que quizás tienen otro problema, que son demasiado ambiciosos o que están aburridos. Pero es un problema enorme. Y creo que la película funciona porque muestra a gente de distintos mundos y edades que busca lo mismo: sentirse menos solos. Y eso hace que tú te sientas menos solo".