Aunque han pasado 85 años, la gesta de Manuel Plaza sigue marcando la historia del deporte chileno. En parte por su innegable mérito y también por las implicancias sociales y los mitos surgidos desde que el corredor de Lampa terminara segundo en el maratón de Amsterdam, en 1928.
La primera medalla olímpica conseguida por el deporte chileno es un hito suficientemente grande, pero la presencia cada vez más masiva de la radio y el cine, y la influencia enorme de la prensa escrita, hicieron que Plaza adquiriera ribetes sociales no vistos hasta el momento. Según el periodista especializado en estudios latinoamericanos, Eduardo Santa Cruz, Plaza junto al boxeador Estanislao Loayza y a David Arellano, fundador y mártir de Colo Colo, fueron los primeros ídolos deportivos, todos forjados en la segunda mitad de la década del 20.
Sobre Plaza había optimismo por su desempeño, no en vano venía de ganar cuatro sudamericanos en todas las distancias posibles de medio fondo y en los Juegos Olímpicos de Francia (en 1924) había obtenido el sexto lugar, pese a que viajó en malas condiciones y se extravió en la ruta. De hecho, cuando le escribe a su hermano desde Holanda en 1928 le dice que espera llegar "en los puestos de honor".
Luego de terminar detrás del francés-argelino El Oudafi se desató una euforia inédita en el país, que tuvo su coronación en la llegada del deportista por tren, justo para un 19 de septiembre. Según relata Alejandra Costamagna en el texto "El tragakilómetros" (parte del libro "Dios es chileno", Planeta 2007) lo recibieron 30 mil personas en la Estación Central y había desde un sobreviviente de la Guerra del Pacífico hasta el propio presidente Carlos Ibáñez del Campo.
La locura estaba declarada. Vino una revista musical de Daniel de la Vega llamada "Plaza solo" y hoy en la Biblioteca Nacional es posible consultar el libro de Antonio Acevedo Hernández "Plaza y la maratón", la obra de teatro "La hazaña de Manuel Plaza" de Antonio Vaguer y la pieza musical "Manuel Plaza", un one step de Eduardo Valenzuela Olivos y Esteban Jiménez Franklin.
Poco después llegaron los reconocimientos. A comienzos de los 30 el estado le ayuda a adquirir una casa y en 1934 un senador hizo un proyecto de ley para que le condonaran la deuda hipotecaria que mantenía, debido a que estaba cesante y en una gran crisis financiera. Pese a estos problemas nunca dejó su puesto de diarios ubicado en Bascuñán Guerrero con Blanco Encalada y algunos medios han señalado que tuvo dos más cuando ya había dejado el deporte, en 1933.
En sus apariciones públicas Plaza hacía notar su agradecimiento a su rol de figura nacional. Así lo hizo en 1941, cuando fue personalmente a una revista para agradecer el homenaje que le organizó la Secretaría de Defensa de la Raza (organismo gubernamental, creado por Pedro Aguirre Cerda), por ser "símbolo de una raza que merece mejor suerte". Quince años después, para el Sudamericano de Atletismo realizado en Santiago, recibió una de las mayores ovaciones al entrar al Estadio Nacional portando la llama de la competencia.
En 1960, cuando la delegación chilena obtuvo malos resultados en los Juegos Olímpicos de Roma, Manuel Plaza emitió su opinión para revista Ercilla. Junto con criticar la poca vocación de los deportistas actuales ("nosotros no recibíamos las ayudas de ahora", dijo), mostró un fuerte sentido social, al decir que unas de las grandes dificultades de los deportistas chilenos era, simplemente, el hambre. "No es mi ánimo hacer críticas de ninguna especie, pero para nadie puede ser desconocido algo que está a relucir en cada esquina. La pobreza de nuestro pueblo. No se come bien. No se alimenta bien nuestra gente y entonces los deportistas no tienen la base suficiente para irse exigiendo cada vez más. Sí, esto uno lo conoce, porque lo ha soportado".
Además, sorprende en la misma nota que se refiera a la gesta de Amsterdam como un revés. "Nunca quise quejarme para que no lo consideraran pretexto de la derrota pero, de haber estado bien, a lo mejor hasta la medalla de oro habría sido mía".
La diabetes que provocó la muerte de Manuel Plaza lo fue desgastando de a poco. Su baja de peso fue notoria (perdió cerca de cincuenta kilos), en La Nación dijeron que sufrió de hemiplejia y con las visitas medianamente recurrentes él aprovechó también de mostrar un lado emotivo, como para explicar el motivo de tener su última casa en la calle Aconcagua. "Tengo mi casa aquí, cerquita del Parque Cousiño, porque en el parque me inicié como atleta, entrené todos los días. El parque es algo mío". Cuando murió la conmoción y el pesar fue grande. Había partido el primer ídolo del deporte chileno.