Son los recuerdos latentes de su abuela, de su madre, de las vecinas del pasaje y del resto de las mujeres que en los 80 vivieron los años más hostiles de la dictadura militar. La actriz y directora Paula González (Galvarino), de 31 años, creció en una población que conecta las comunas de La Cisterna, La Pintana y Pedro Aguirre Cerda, allí donde había centinelas y agentes de seguridad vigilando cada paso de las mujeres que desde 1983, o incluso antes, se reunieron en secreto y casi a oscuras, susurrando para no ser oídas en torno a una olla común.
Cuando el fin del régimen parecía aproximarse, las pobladoras levantaron las primeras marchas del hambre, abrieron las capillas a las ollas comunes y mostraron su lado más felino cuando el peligro acechaba a sus crías. Es su historia y la de varias , en resumen, las que componen La Victoria, el segundo montaje de la compañía Teatro Síntoma (Bello futuro), que hoy viernes saldrá por primera vez a escena en el Teatro del Puente.
"Este es un homenaje a todas las mujeres chilenas que pusieron la cara en esos años oscuros", afirma González. "Tiene mucho de la historia de mi familia, pero quisimos ir a distintas poblaciones y trabajar en conjunto para reunir testimonios de pobladoras anónimas para construir el relato", agrega.
Escrita por el dramaturgo Gerardo Oettinger (Al volcán), la historia está basada en hechos reales. Ocurre en las mismas calles polvorientas de la población Herminda, ocupadas por las pandillas, los perros y el hambre, en 1983. Una capilla de la emblemática La Victoria fue allanada por militares durante una reunión de mujeres en torno a una olla común. "Encontramos archivos de prensa que daban cuenta del suceso, aunque no en detalle, por supuesto", dice la directora.
El lugar allanado era una pequeña capilla en el corazón de Pedro Aguirre Cerda. Incluso, agrega, "en Zanjón de la Aguada, de Pedro Lemebel, aparece una crónica en la que relata el asalto a un camionero por el hambre que había en el sector. Hoy parece un tema lejano, irreal incluso, pero la gente reclamaba por su derecho a saciar el hambre", explica. Eso quisieron hacer con La Victoria, comenta Oettinger, mostrar el triunfo de ese grupo de mujeres que desafiaron la impronta de aquellos años. "Las mujeres eran las preocupadas de las ollas. Los hombres eran más machistas aún, por eso nos interesaba la mirada de la mujer, de la madre. En lo personal, creo que la revolución les pertenece a ellas. Los hombres ya nos derrotamos a nosotros mismos", afirma.
En escena, nueve actrices recogen restos de comida del piso con cucharones. El lugar acaba de ser allanado por uniformados. Afuera ronda el peligro y adentro, el hambre grita insatisfecha. "Allí encuentran un lugar de resguardo", afirma González, "pero tendrán que aprender a organizarse para alimentar a sus familias".