Era junio de 1950 y en Chile armaban un escándalo. Era un hecho literario, pero muchos exageraron la nota: José Santos González Vera se convertía en el nuevo Premio Nacional de Literatura.

"La Sociedad de Escritores abrió un debate por su nominación", consignaba un diario de la época tras dar la noticia del galardón. "Sus obras completas caben en un cuaderno de composición escolar", señaló entonces el escritor Luis Durand.

El motivo de la alharaca: González Vera sólo había publicado dos libros, Vidas mínimas (1923) y Alhué (1928). Alone, uno de los críticos más temidos, salió en su defensa. "Premiar ahora, en este país, la finura, la discreción, el silencio... Lo hallo desconcertante", dijo.

"Mi propósito fue ser preciso, económico de palabras y ajustarme a lo que sentía", anotó González Vera en Eutrapelia (1955), un título prácticamente perdido, pero que ahora regresa íntegro en sus Obras completas. Es primera vez que las siete ediciones definitivas de sus libros se reúnen en dos tomos. "Libro corregido y disminuido", anota el autor en una nueva edición de Alhué, de 1951. Este tipo de aclaraciones serían una constante en sus futuras ediciones.

"Al hacer las Obras completas nos dimos cuenta de que escribía más de lo que se piensa y que siempre aumentaba más que reducía", dice Carmen Soria, nieta de González Vera, refiriéndose a las 1.000 páginas que forman los dos volúmenes editados por Cociña, Soria editores. Ejemplares que se presentan este lunes, a las 19.30, en el restaurante Carrer Nou (Miguel Claro 1802). Además, se lanzará la reedición de Letras anarquistas, escritos de González Vera y su amigo Manuel Rojas, quien le decía: "Tu prosa es como contar chauchas".

Vagabundeos

Nacido en El Monte en 1897, a los 17 años González Vera vive solo en un conventillo de calle Maruri, en Independencia, rodeado de historias marginales.

A los 11 años había llegado a Santiago, y tras abandonar el colegio trabaja en una serie de oficios: desde peluquero aficionado a ayudante de zapatero. "He sido pintor de letras y de murallas, ayudante de anticuario, peluquero, zapatero, periodista, corrector de pruebas, redactor, empleado de ferrocarril, vendedor de anti- güedades y peletero hasta 1932. Amo el concepto de la libertad y creo que lo fundamental en mi vida es la idea de que soy profundamente anarquista", dirá en una entrevista.

"Ese amor de González Vera por la errancia, que según él heredó de Gorky, hace de su obra una suerte de vagabundeo: las estampas y los capítulos casi nunca responden a las exigencias de una trama", escribe en el prólogo de las Obras, Pascual Brodsky, bisnieto del autor, que se inició escribiendo junto a Manuel Rojas en medios anarquistas como Verba Roja y Babel.

"Los conflictos sociales que describe mi abuelo no son distintos a los que ocurren hoy", dice Carmen Soria recordando la participación del narrador en la Federación de Estudiantes de la U. de Chile, donde colaboraba en la revista Claridad.

Es la década de 1920. Juan Luis Sanfuentes es presidente de Chile y existe una supuesta amenaza de guerra con el Perú. Los estudiantes se manifiestan y los militares atacan la Fech. Su amigo José Domingo Gómez Rojas es torturado y, tras pasar por la cárcel, muere en la Casa de Orates. González Vera huye al sur y conoce a Pablo Neruda y a Gabriela Mistral.

A la par, integra una generación que va más allá de las letras: incluye a historiadores y pintores como Enrique Espinoza, Jorge Millas, Roser Bru, Juvencio Valle, Pedro Prado y Hernán del Solar, entre otros. El autor no se olvidará de sus nombre y les dedicará sus escritos.

Tampoco se olvida de las injusticias sociales, y mientras describe los conventillos reflexiona sobre su entorno. "Como la insatisfacción no es la menor grandeza del hombre, uno se aventura, siendo pequeño, a reemplazar a Dios, y deja el mundo casi perfecto. Desaparecen la injusticia, el sufrimiento, la miseria", escribió.