Aunque haya tenido otras aventuras empresariales, Patricio Reich siempre vuelve al mundo del vino. En 1987 tomó el 14% de la propiedad de Viña San Pedro y, 10 años más tarde, vendió su participación junto al resto de los accionistas a CCU, controlada por la familia Luksic. Después, fue accionista, gerente general y vicepresidente ejecutivo de Fasa durante 12 años, "pero me aburrí de vender aspirinas y decidí buscar algo más entretenido. Estuve 12 años en Fasa y quería un negocio que no me obligara a estar detrás de un escritorio", dice.
En 2001 salió de la compañía y comenzó a contactar a sus amigos del mundo del vino, quienes le aconsejaron que fuera a Mendoza cuando recién se estaba comenzando a hablar del boom del vino al otro lado de la cordillera. Fue en 2003 cuando compró 19 hectáreas en Luján de Cuyo, y de ahí en adelante no paró.
Hoy, tras haber hecho carrera allá, el empresario vuelve a poner sus ojos en el vino chileno. Si bien aún no cuenta con terrenos propios, está buscando en el valle de Casablanca. "Es un sector ideal para los vinos blancos. Quiero comprar una bodega, pero ahora nadie está vendiendo ahí... pero estamos alertas", señala.
Por mientras, está comprando uva en la zona y ya elaboró su primer vino: se trata de un sauvignon blanc llamado Punto Final. El vino lo trabajó con el italiano Alberto Antonini, el mismo enólogo que ha estado a cargo de los vinos mendocinos. La primera producción es de 4.200 botellas, 2.800 de las cuales ya están vendidas.
Con todo, pretende que su oferta de sauvignon blanc se mantenga dentro de una producción racional, para enfocarse más en la calidad que en la cantidad. "Chile y Argentina aprendieron la lección: una cosa es producir vino, pero otra muy distinta es hacer wine, un producto bueno que sea capaz de competir en el mercado internacional", explica.
BUENA SUERTE
Su idea de enfocarse sólo en vinos blancos en Chile es consistente con la estrategia que ya le permitió hacerse un espacio entre las bodegas argentinas. Allá, desde un principio, Reich se planteó como un productor de malbec, cepa que despliega en tres variedades: clásico, reserva y ultrapremium.
"Tuve la suerte de haber llegado a Argentina en medio de la devaluación, las tierras estaban baratas. Fui uno de los pocos que invirtió en ese momento, el resto tenía sus platas atrapadas en el corralito o tenían miedo de arriesgarse", dice recordando los inicios de su compañía. El capital inicial fue de US$ 100 mil, pero hasta ahora ha invertido cerca de US$ 4 millones.
Así nació Bodega Renacer, que en la actualidad cuenta con 30 hectáreas, factura al año cerca de US$ 3 millones, exporta a 31 países y tiene a Estados Unidos como su principal mercado. Pero hubo otra razón que lo motivó a invertir en esas tierras. "En San Pedro viví la crisis de la industria del vino chileno, cuando una botella de agua mineral costaba más que una de vino. El sector tuvo que cambiar, hacer vinos de calidad y pensar en la exportación, lo mismo que estaba pasando en Argentina cuando llegué. Así que decidí arriesgarme, porque sabía cómo sacar adelante ese proceso". Además, explica que, a diferencia de Chile, "si bien había grandes compañías, no eran tantas, por lo que la competencia no era tan dura", cuenta.
La recepción internacional de sus vinos argentinos fue buena, de hecho sus caldos cuentan con puntuaciones de más de 90 puntos otorgadas por las revistas especializadas Wine Spectator y Wine Enthusiast, entre otros. "El malbec tiene la gracia de ser un vino amistoso. A todos les gusta", dice.
En paralelo, el empresario tiene un joint venture con la familia Allegrini de Verona, Italia, tradicionales productores de vino. En conjunto producen en Mendoza un amarone, una variedad de vino que, entre otras particularidades, utiliza uvas que son levemente deshidratadas, lo que genera un vino más denso. Las primeras siete mil botellas de la cosecha 2006 se acabaron en un mes, lo que los obligó a subir la producción a 43 mil botellas en 2007.