Le apodaron el hincha fantasma porque se coló en la foto y desapareció después sin dejar huella. Y también porque trataron de seguirle la pista, pero jamás lo consiguieron. Su inesperada presencia a pie de cancha aquella gélida noche del 5 de junio de 1991 en el Estadio Monumental, posando junto a la oncena titular del Colo Colo minutos antes del comienzo de la final de la Copa Libertadores frente al Olimpia, llamó la atención de todos. Entonces nadie podía saberlo, pero Luis Mauricio López Recabarren, el escurridizo niño de 15 años que había conseguido infiltrarse en la efigie oficial del primer club chileno campeón de América, llevaba toda la vida preparándose para ese momento. Y su espera fructificó. Bajo la torrencial lluvia de flashes que perseguían el gesto preciso de los once protagonistas, fue su retrato espontáneo, el del jugador número doce, el que terminó trascendiendo.
25 años después de aquel enigmático episodio, la historia del hincha fantasma es de sobra conocida, pero para entender lo que hubo y todavía hay más allá de los márgenes de aquella foto, fuera de ese encuadre perfecto, hace falta adentrarse en las entrañas de la población Exequiel González Cortés, agazapada en la comuna de Ñuñoa, y tomar la Calle 10 a la altura de Francisco Meneses. Porque es allí, a mitad de pasaje, donde vive aún su madre, María Recabarren, amarrada de pies y manos a un puñado de recuerdos.
"Se metió aquel día a la cancha, metió tres goles y todo el estadio le gritaba". Así comienza el lento y doloroso relato que la madre del hincha fantasma comparte con La Tercera. Sentada en una silla de mimbre en la penumbra de su casa, reconvertida ahora en improvisado museo erigido en memoria de su hijo, María (58) se remonta al principio para llegar con aire a aquella fría noche en la que el Mauri se convirtió por primera vez en fantasma. "Su papá también se metía a los estadios. Le decían el Mono y tenía hasta una foto con Pelé. El Mauri heredó hartas cosas de su padre", rememora la mujer.
A sus espaldas, un gran cuadro de Luis Mauricio preside el modesto comedor. Es un collage que ilustra sus hitos. Las imágenes, dispuestas de manera circular en torno a una, más grande y reciente en la que el chico, entonces de 23 años, sonríe al objetivo, tienen un denominador común: en todas aparece rodeado de celebridades y en todas él es el intruso. "Ahí está con los jugadores de la Selección. Ahí con Morón. Ahí con José José, el cantante. Se arrancaba corriendo nomás. Ahí viene corriendo, ¿lo ve?", interpela emocionada Magdalena, su tía. "Ése es mi negrito. Se metía en los camarines, en todos lados, y no lo pillaban nunca", refrenda María, apurando otro cigarrillo.
Pero si hay un recuerdo especialmente emotivo, un punto álgido en el historial lúdico-delictivo del Monito, ése es el de la noche del miércoles 5 de junio de 1991. El Mauri burla las medidas de seguridad del recinto, ingresa a la cancha antes que los jugadores, se entretiene en uno de los arcos y, llegado el momento, se desliza a ras de pasto para quedar recostado a los pies del Coca Mendoza y figurar en la foto del plantel que 90 minutos más tarde levantará al cielo de Santiago la ansiada Libertadores. Una secuencia, captada también en video, que María y Magdalena se saben de memoria. Que reproducen una y otra vez en un viejo celular como queriendo convencerse a sí mismas de que Luis Mauricio sigue ahí, a su lado.
"Ahí viene corriendo, míralo, como uno más, siempre como uno más. Si él de tonto no fue profesional. 'Esto es un orgullo muy grande, mamita', me decía aquella noche. Y después de verlo en la tele, todos en la población estaban locos con él", evoca su progenitora, incapaz de contener el llanto. "Recordarlo es bonito, pero también duro", reconoce, antes de ceder, una vez más, a la falsa ilusión de realidad que le reporta aquella breve grabación. "Mira, ahí se tiró otra vez", insiste.
Aquella noche del 5 de junio fue una de las últimas en las que el Monito, el hijo de Luis López, el Mono, y María Recabarren, ingresó sin permiso en un estadio: "Castigaron a un capitán porque no pasaba nadie, ni los hijos de los jugadores, y él pasaba a la cancha y salía con los jugadores. Y cuando lo castigaron, no le dejaron entrar más, pero durante un tiempo se metía igual. A las buenas o a las malas, tenía que andar adentro, con los jugadores".
Pero con la misma rapidez con la que había logrado colarse en aquella histórica foto, la vida del Mauri -quien seguía siendo para todos, menos para sus vecinos de la Exequiel, el hincha fantasma de la final del 91- comenzó a consumirse también aceleradamente, sin remedio. Y fue así como el chico que jugaba en el club amateur Geracadso y soñaba con ser algún día futbolista profesional; el que cantaba canciones de Lucho Barrios en las micros para ganarse el pan y "pasaba temporadas larguísimas lejos de casa"; terminó siendo juzgado y condenado por la única ley que realmente veneraba; la de la calle: "Después de toda esta vida que él llevó de andar disfrutando partidos y eventos, se metió a la vida de delinquir y cambió todo", asegura Magdalena Recabarren.
A fines de los 90, Luis Mauricio recibió un balazo durante un tiroteo, y también una condena, por robo con intimidación, que terminó llevándolo a la cárcel. "Allí también lo querían mucho. Le mandaron flores, coronas, placas, le hicieron cinco minutos de silencio. Allí fue donde murió, de leucemia. Ahí está con leucemia ya", explica María, señalando la foto central que corona el collage. "Tenía leucemia aguda y no hubo tiempo para hacerle una transfusión de médula, que necesitaba. Y de ahí le dieron seis meses y después de seis meses, se acabó", precisa Magdalena.
El 30 de julio de 1999, Luis Mauricio López Recabarren murió en el hospital del Centro de Detención Preventiva Santiago Sur. Tenía sólo 23 años. Desde entonces, cada 31 de mayo, la vivienda de la Calle 10 amanece cubierta de globos. Su gente celebra su cumpleaños como si aún estuviera presente. Su madre María (su padre murió en 2009 por un cáncer de estómago), sus dos tías, Magdalena y Edith, y Yasna, su amiga, lo hicieron el martes.
Las cuatro mujeres, con globos, guirnaldas, confeti, velas y flores, visitaron luego el cementario y besaron la imagen del hincha fantasma grabada sobre la lápida. "Y antes hacíamos un asado aquí mismo. Poníamos la parrilla en esa esquina", revela Magdalena. Completada la liturgia, coronada con el clásico cumpleaños feliz, María sopla las velas. "Feliz cumpleaños, negrito", susurra, mientras le muestra la camiseta de Colo Colo que vestían los jugadores en aquella final de la Libertadores hace 25 años. "Aquí está, hincha fantasma", vocifera.
Cuando la conversación finaliza, el video de la entrada estelar de Luis Mauricio en el Monumental continúa reproduciéndose en el celular, en bucle. Es entonces cuando María murmura: "Le llamaban hincha fantasma porque era como un fantasma para ellos. Porque no sabían de dónde salía. Pero la suya es una historia linda, una historia de pasión", proclama, a modo de despedida.