Lo que Sandra Gallardo (45) ve en televisión transcurre a menos de 10 kilómetros de su casa. En la pantalla ve a Alejandro Sanz cantar en su ciudad, Viña del Mar, en una de las noches más glamorosas del año para los viñamarinos. Es la tercera jornada de Festival y Sandra está ahí, viendo la parte más luminosa de su propia ciudad.
Pero afuera de su casa no hay luz. No hay alumbrado público, ni veredas, ni pavimento. Tampoco hay alcantarillado, y los desperdicios de su baño y cocina van a parar a un pozo negro.
Sandra Gallardo es habitante de la Manuel Bustos, la toma más grande de Chile, el patio trasero de Viña del Mar, Ciudad Jardín. Gallardo es una de los 2.878 residentes según Serviu, o de los alrededor de 10 mil vecinos, según las estimaciones de Techo. Lo único claro es que todos ellos están esparcidos en 924 sitios. Y que hoy, en 2016, esa cifra estaría llegando a los 1.050 terrenos, los que muchas veces son ocupados por dos o tres familias.
Este número hace de la Manuel Bustos la toma más grande de Chile.
Sanz canta mientras Gallardo está sentada sobre lo que ha logrado construir en 10 años. Una casa con piso de cemento sin terminar, living comedor, baño, dos habitaciones, todas con paredes de vulcanita. En su baño es imposible tirar la cadena del WC, no queda otra que baldearlo después de cada vez. Pero después de 22 años viviendo de allegada con su suegro, estas cosas pasan a segundo plano. Gallardo, su marido bombero en una bencinera y sus dos hijos tienen algo propio. “Y eso es mucho mejor que ser visita eterna”, dice. “Ganando el mínimo es imposible pagar los 150 mil pesos que cuesta un arriendo. Para nosotros era esto o seguir con mi suegro”.
Aún así, Gallardo admite que vivir en un campamento es un test permanente al carácter. Hace dos años, en pleno invierno, después de unas lluvias, y bajando por el gran cerro que es la Manuel Bustos, Gallardo resbaló y cayó con todo el peso de su cuerpo sobre una de sus rodillas. Fue fractura al instante sobre el fango. Sus gritos llegaron a las casas de los vecinos. Y como a la Manuel Bustos no llegan las ambulancias, la sentaron en una silla entre cuatro hombres y cada uno tomando una pata bajaron a Gallardo hasta la plaza más cercana, donde pasan los colectivos que la pueden llevar a un hospital. “Se demoraron como tres horas en bajarme”, recuerda Gallardo. “Y después quedé un mes con yeso en la pierna”.
Gallardo dice que nunca se olvidó del frío, del barro, del dolor de ese día.
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La toma empezó en 1995, ese es el registro que tiene Techo, aunque algunos vecinos dicen que en verdad fue en 1997. La toma no tuvo nombre hasta que en 1999 murió el presidente de la CUT y dirigente DC Manuel Bustos. Se necesitaba un nombre y los dirigentes de la época decidieron homenajear de esa forma al ex presidente de la CUT.
El campamento vino después. Los habitantes del cerro, una suerte de herradura en altura, unida por calles y estrechos y laberínticos pasajes de tierra, ponían en la dirección de sus currículos “Toma Manuel Bustos”. Y nadie los contrataba en Viña del Mar. Después cambiaron toma por la palabra campamento y la situación mejoró un poco, pero no del todo. Hasta que empezaron a referirse a la toma como población y eso terminó por igualar la cancha. “Aunque todos acá saben que esto es un campamento”, dice María Medina (59), vecina y vocera del campamento.
En la Manuel Bustos se da un fenómeno extraño. Sus vecinos, incluida Medina, hablan de las poblaciones aledañas con una cierta admiración. Una población es un lugar con los servicios básicos cubiertos, es un lugar urbanizado. Algo que un campamento está lejos de ser.
Es Medina y una gran mayoría de mujeres dirigentes quienes dan las luchas para ir ganando cosas. Ellas se encargan de las reuniones con la gente de la municipalidad, del Serviu, del gobierno regional, mientras los hombres trabajan. La última gran lucha ha sido para la urbanización del campamento. Y Medina explica lo siguiente: en 2013 se aprobaron 5.200 millones de pesos para urbanizar, es decir, poner alcantarillado, alumbrado público y pavimentación de calles y veredas, además de la instalación de una copa de agua potable. “Estábamos felices, pero cuando cambió el gobierno hicieron un nuevo cálculo y nos dijeron que lo que en realidad se necesitaba eran 12 mil millones”, dice Medina. “Y así nos empezamos a atrasar, hasta que el dinero salió. Comenzaron las etapas de licitación y a la municipalidad se le entregaron 350 millones para los estudios de loteo y diseño, pero la propuesta más barata de las empresas fue de 600 millones. La licitación quedó desierta y con eso nos hemos vuelto a atrasar. Hemos perdido al menos dos años en eso”.
Los plazos para que comience la urbanización todavía no son claros, pero ahora la figura de la licitación cambió y es el Serviu el que se hará parte del proceso de loteo y urbanización de la toma. Osvaldo Bizama, el encargado regional de campamentos, lo explica: “El diseño de los loteos se está haciendo con los 21 comités del campamento en mesas de trabajo y esperamos tenerlo listo en este primer semestre. Hacia fines de año el objetivo es empezar con las áreas de confianza, es decir, la pavimentación de las calles principales de la parte baja de la Manuel Bustos”.
¿Para cuándo se espera terminar la urbanización de la toma en un 100%?
Eso ya es más complejo decirlo, porque los plazos van respondiendo a las diferentes necesidades que hay en un campamento tan diverso como el Manuel Bustos.
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En Viña del Mar y la V Región se da un fenómeno inverso a la mayoría de las regiones. Según el catastro nacional de campamentos, entre el 2011 y el 2013 el número de familias viviendo en campamentos disminuyó en nueve de las 15 regiones del país. En la Metropolitana, por ejemplo, el número bajó de 4.645 a 3.843 familias. En la V Región, en cambio, una región seis veces más pequeña en habitantes que la Metropolitana, el número aumentó de 7.531 a 10.153 familias. Casi un 50%. Sólo Viña tiene 4.448 familias en campamentos, más que Santiago y el doble de Valparaíso, que tiene 2.534 familias en esa situación.
Ese aumento en la V Región es clave para entender lo que ocurre en la Manuel Bustos. Después de 2011 han llegado poco más de cien nuevas familias a la toma. Pero los dineros para la urbanización están comprometidos para las 924 familias catastradas en 2011. “Los nuevos tendrán que irse”, dice María Medina, la vocera. Valeska Berríos (34), presidenta del comité Las Américas, en la parte alta de la toma, tiene una visión similar. “Otras familias llegan a verme para que les pase un terreno, pero no puedo decirles que sí. Las platas están asignadas para las familias que están de antes del 2011, pero me da pena e impotencia, porque yo estaba en las mismas condiciones que ellos cuando llegué hace 12 años”.
Para la toma, que se cumplan las etapas de licitación es clave, porque una vez urbanizada la toma, se entregarán los títulos de dominio para las 924 familias catastradas en 2011. En el caso de la Manuel Bustos, la entrega de propiedad es más simple, porque gran parte de las 55 hectáreas que tiene el cerro pertenecen al Serviu, mientras que una fracción corresponde a privados.
Es ahí donde surge un problema. En los últimos años, post 2011, algunos vecinos han vendido sus terrenos y han dado paso a nuevos vecinos. El trato ha sido de boca a boca, sin contrato de por medio, y los precios han fluctuado entre los 800 mil y los siete millones de pesos por terreno. “El problema es que han llegado casi puros narcos”, dice Medina, la vocera. “Han empezado a hacer de los niños sus ‘soldados’ y hace un tiempo escuchábamos balazos todas las noches. Ahora hay una suerte de paz armada”.
A pesar de que la vida actualmente es dura en la Manuel Bustos, los vecinos no olvidan que años atrás, cuando el campamento comenzaba, vivir ahí era aún más precario. Berríos recuerda que cuando llegó, en 2004, estuvo tres años sin electricidad, alumbrando la noche sólo con velas. También dice sentirse afortunada, porque hace un par de años empalmó cañerías con la matriz de agua potable de una población que se construyó cerca. “Para que no lo vieran los de Esval, nuestros hombres hicieron todo de noche”, cuenta con cierto orgullo. “De vez en cuando vienen de Esval a preguntar por una fuga de agua, pero nadie sabe nada”.
En la Manuel Bustos sienten que tienen que aplicar este tipo de medidas porque la mano del Estado y del municipio no llega. Medina dice que las organizaciones públicas no pueden intervenir por ley terrenos que están tomados. Y es en esa figura donde surge la presencia de Techo en la Manuel Bustos. Medina va recorriendo las polvorientas calles de la toma y va mostrando las diferentes sedes de los 21 comités en los que se divide la toma. “Si te fijas, todas las sedes están pintadas de azul y blanco, porque las hizo Techo”, dice. “También han hecho bibliotecas, canchas, nos han hecho cursos de emprendimiento. Nos hemos sentido más acompañados por Techo que por el Estado o el municipio. Imagínese que en tiempo de Festival está todo en el centro, no hay carabineros cerca, muchos funcionarios municipales están más preocupados del Festival que de otra cosa. Nosotros sabemos que cuando hay Festival no podemos esperar nada de la municipalidad”.
Felipe Ríos, director regional de Techo, tiene una teoría sobre por qué su labor es más apreciada que la del Estado mismo: “Responde a la manera que tenemos de trabajar con los vecinos, en mesas de trabajo, de manera horizontal con los dirigentes y hemos pasado penas y alegrías juntos. En cambio, el Estado y el municipio son sólo prestadores de servicios, cuyo deber es responder a las necesidades básicas de los habitantes”.
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Sanz sigue cantando en la noche oscura de la Manuel Bustos. La Quinta Vergara parece tan lejana en la casa de Sandra Gallardo. Y no es una mera metáfora. Gallardo vive donde es difícil llegar, incluso en auto. Camino a su casa, nuestro carro quedó entrampado en un calle de tierra. Hubo que retroceder y llegar por un camino alternativo con bastante dificultad. Pero no hay muchas más opciones. Los buses dejan a los habitantes de la Manuel Bustos en un paradero donde comienza el cerro. Para subir sólo pueden tomar camionetas piratas que cobran entre 350 y 500 pesos por persona, dependiendo de la lejanía. “El tema es que sólo pasan entre las 11 de la mañana y las 10 de la noche”, dice Gallardo. “Nosotros no podemos ir a Viña a divertirnos al Festival, no es opción”.
Gallardo ve el Festival en su casa con Valeska Berríos, la presidenta de su comité. La hija de Berríos se ha dormido en sus faldas.
¿Qué piensan de que en el Festival los artistas ganen entre 10 y 400 millones por presentación?
Berríos: “Da un poco de rabia. Son tantos años esperando lo mínimo. Igual quise ir a Marco Antonio Solís, quisimos comprar entradas con mi marido, pero después se me apretó la guata y pensé que nos podíamos comer un par de asados con esa plata”.
Gallardo: “Una piensa en los techos que se vuelan en invierno, en que no llegan los camiones de basura, que cuando llueve los niños no pueden ir al colegio por el barro, que es como greda. Así como yo me caí y me quebré la rodilla, muchos otros se han roto piernas”.
Alejandro Sanz termina su show. Ambas mujeres escucharon las canciones casi en silencio. Berríos tarareó un par de veces. Cuando subió la comediante Natalia Valdebenito a decir su rutina, ninguna de las dos paró de reír.
Y quizás, ahora sí, se sintieron un poco más cerca del Festival.