"Faltó un actor, y yo había escrito el programa, entonces supusieron que yo me sabría de memoria el texto -lo cual no era cierto porque lo había escrito tres semanas antes- pero lo repasé como en un minuto", contó en 2006 Roberto Gómez Bolaños, en una entrevista para BBC. "Y salí más o menos bien. Me felicitaron y me dijeron 'oye lo hiciste bien ¿por qué no sigues en esto?' y así seguí, pero durante un buen tiempo haciendo papeles secundarios".

Así comenzó la carrera televisiva del hombre que se transformó en el sinónimo de infancia para cuatro generaciones, y contando. Roberto Gómez Bolaños, nacido en 1929, el hombre que en 1971 debutó con su programa El chavo del 8 en la televisión mexicana, venía de una familia de clase media, hijo de una secretaria y un pintor, que cuando perdió a su padre a los seis años, "bajamos a la sub, sub, sub media o baja o mediana", como contó él alguna vez. Tuvo una infancia feliz, con pelotas, pero nunca una bicicleta.

Aunque fue boxeador, arquitecto y dibujtante, su carrera más destacada la comenzó en el mundo de la publicidad, que luego lo llevó a la televisión como guionista en los 50. Estuvo unos diez años en eso, avanzando, hasta que tuvo su propio espacio y se lanzó a la fama en toda Latinoamérica con el nombre de Chespirito, sobrenombre que le dio el cineasta Agustín P. Delgado en un homenaje fonético a Shakespeare.

Chespirito se fue multiplicando en pantalla: un doctor atolondrado, un ladrón de poca monta, un superhéroe de gran corazón, y, el que lo llevará la inmortalidad en la conciencia colectiva latina, un huérfano que dormía en un barril y comía tortas de jamón, en una vecindad que no tenía ni un centavo, pero era linda, linda de verdad.

Gómez Bolaños interpretó a sus famosos personajes por décadas a seguir, y también compartió las tablas, junto a quien sería su gran amor y compañera, la actriz Florinda Meza. Antes estuvo casado con Graciela Fernández, madre de sus seis hijos.

Su familia lo acompañó ayer, cuando el comediante falleció en su casa en México, a los 85 años, luego de varios meses batallando por su salud, debido a problemas respiratorios. Estragos propios de fumador, que le impedían hacer algunas de sus rutinas más conocidas, como dijo en una entrevista: "Yo cometí la estupidez más grande que puede cometer la gente: fumé. Puedo hacer muchas cosas con la voz menos el pi-pi-pi porque ese tengo que hacerlo aspirando, y tengo los bronquios hechos camote".

Nunca más volvió a la vecindad. Nunca más volvió al lugar donde se grababa El chavo del 8, como él mismo contó en una sesión de twitcam con sus fanáticos en 2011. Eran demasiados los recuerdos: "No, me pondría yo a llorar. Si nada más entro a Televisa y veo a los chavos que trabajan ahí, y 'siento que me da cosa'".