Francia entró hace un par de días oficialmente en recesión y el Festival de Cannes inauguró ayer su edición número 66 con El gran Gatsby, una película que es todo desborde, despilfarro y mucha, mucha música hip hop. También tiene estilo y un par de actuaciones de primera línea, pero antes que nada el filme del australiano Baz Luhrmann posee el siguiente efecto: es como ver a los comensales desde fuera del restaurante o, más brutalmente, observar el postre en la vitrina sin poder comprarlo.

En un país algo magullado por la crisis económica y durante un día que además se vistió de lluvias y truenos, la superproducción con Leonardo DiCaprio celebra la explosión de dinero y el capital, la abundancia de recursos y la vida fácil. Es, como era de esperar, mucho más superficial que la novela de Scott Fitzgerald en que se inspira, pero en algún momento respira algo de la tragedia del libro. En un momento, medio mundo en la película va en picada emocional, y ese costado lo haría parecerse a la Francia de hoy, un país que de acuerdo a un estudio oficial tiene a su población con un altísimo nivel de depresión y cuyo Presidente, François Hollande, anda por el 74 por ciento de desaprobación.

Pero el director del festival, Gilles Jacob, y su delegado general, Thierry Fremaux, saben qué píldora dar al enfermo, y por eso El gran Gatsby llegó para abrir el festival. En momentos de crisis, la gente suele refugiarse en el cine, y una buena gran mentira de Hollywood puede ser un gran antidepresivo. El gran Gatsby, que trajo a Cannes a su director y a todo el elenco, es una gran fiesta audiovisual que sirve para olvidarse de la miseria. No por nada el filme se estrenó ayer además en toda Francia.

¿Cuál es El gran Gatsby que propone Baz Luhrmann? ¿Uno de tragedias y sueños rotos de neón? ¿O uno de bailes adictivos y sólo superficie? No es lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Tal como ayer lo declaró en la conferencia de prensa tras la proyección, su intención fue permanecer fiel al espíritu general de la novela de Francis Scott Fitzgerald. Que lo haya conseguido es otra cosa.

La cinta, que se estrenó en EE.UU. el fin de semana con críticas mezcladas y recaudó US$ 51 millones, posee el suficiente vértigo y frenesí como para emparentarla con el trasfondo histórico en que el autor americano situó el auge y caída de su héroe. Es decir, los furiosos años 20. Sin embargo, el mito del sueño americano, tan presente en la novela, no se aprecia en el filme.

El gran Gatsby es antes que nada una película inconfundiblemente ligada a su director: puro Baz Luhrmann, para bien o para mal. Bailes, música, fiestas, colores fuertes y una imagen deliberadamente artificial. Además el 3D le da a todo el efecto de ser triplemente desproporcionado. Bajo aquella capa de maquillaje no hay demasiada alma, a pesar de que las actuaciones de Leonardo DiCaprio, como Jay Gatsby, y Carey Mulligan, en el rol de Daisy Buchanan, no decepcionen. Cuando Gatsby da sus grandes fiestas para divertir a la fauna de Nueva York, la película brilla. Es lo que Baz Luhrmann mejor hace siempre. Cuando el misterioso millonario corre por las calles de Manhattan en su descapotable amarillo, el filme satisface. El director filma las carreras como nadie.

Pero cuando Gatsby le habla a Daisy acerca de recobrar el viejo lazo afectivo o se enfrenta a su rival, Tom Buchanan, todo cae bajo el nivel del melodrama de segunda. Luhrmann nunca ha sido bueno en los diálogos, y una película que se basa en una obra capital de la narrativa debería al menos tener algunos para recordar.

La historia de este millonario enigmático tiene en manos del realizador australiano una curiosa vuelta de tuerca: Nick Carraway (Tobey Maguire), el narrador y amigo de Gatsby, es más que un simple espectador de la tragedia. También es protagonista, y su vida es salpicada por los problemas de Gatsby y los Buchanan. A diferencia del libro, acá Carraway es un personaje con pasado y futuro evidentes, y en un momento la depresión lo lleva a caer en un hospital siquiátrico. En esa institución, un doctor lo insta a escribir. Puede ser una página o puede ser una novela. Carraway opta por lo último y la titulará El gran Gatsby.