UNO DE los quiebres melódicos fundamentales de los años 60, ese maridaje entre el rock y el sonido brillante y metalizado del sitar indio, fue concebido de manera impensada. Casi como una jugarreta. "Estábamos rodando Help!, había unos músicos de la India en la escena del restaurante y empecé a jugar con sus instrumentos. Durante 1965 comencé a oír el nombre de Ravi Shankar, corrí a comprarme un disco y sentí sus melodías como algo muy familiar. Adquirí también un sitar barato, estábamos grabando Norwegian wood y sentí que le faltaba algo. Tomé el instrumento y le agregué el ritmo a esa canción, pero fue algo muy espontáneo", detalla George Harrison, en la serie documental The Beatles Anthology (1995), al rememorar el inicio de una de las alianzas más trascendentes de su carrera: su sociedad con Ravi Shankar, el músico oriental más influyente y popular en la evolución del pop de Occidente.

El mismo que falleció la noche del martes, a los 92 años, en su casa de California y víctima de una serie de complicaciones cardíacas y respiratorias. Como esa suerte de sincronía que mantuvo con el ex Beatle hasta su muerte, en 2001, el mismo sitarista conversó en noviembre de 2011 con La Tercera, en una de las últimas entrevistas que dio, y recordó la cuna casi fortuita de esos lazos: "Luego que él conoció el sitar, unos amigos concretaron una cita durante una fiesta de 1965 en la mansión de Zsa Zsa Gabor, pero, de verdad, no tenía idea quiénes eran los Beatles ni cuánto importaba el rock and roll. Como contraparte, George sabía mucho de mí y siempre se mostró como el más interesado en las técnicas de la música india. Pero iba más allá: quería usar esos sonidos para alimentar su espíritu y conocer nuestra religión. Ese mismo año se fue a la India y su mente cambió por completo". Un viraje que se hizo carne en composiciones de The Beatles como Love you to o Within you without you, pero que también se extendió en una generación completa de coetáneos, como The Byrds, The Rolling Stones, The Animals, The Paul Butterfield Blues Band, todas huellas continuadas décadas más tarde por créditos como The Chemical Brothers o Kula Shaker.

Pero, mucho antes de su influjo en Occidente, Shankar ya era un nombre reputado entre las élites de Europa y EE.UU. Nacido como Robindra Shankar Chowdhury, a los 10 años giró en numerosos circuitos anglo como parte de la compañía de baile de su hermano Uday. En esos mismos periplos descubrió el sonido del sitar y volvió a su tierra para perfeccionarse. Luego de asestar una prolífica carrera, en 1956 regresó a los escenarios europeos y fue reclutado por el director de orquesta de origen ruso Yehudi Menuhin, su primer gran promotor fuera de Asia.

A partir de ahí hilvanó su vínculo con los rockeros protagónicos de los 60, con quienes intercambió conocimientos, pero también una contradicción: como fiel seguidor del credo hindú, criado en una casta noble y puritana, deploraba el uso de drogas y las apologías al amor libre, dogmas propios del evangelio hippie venerado por casi todos sus nuevos aliados. De hecho, varios libros atestiguan que el propio Harrison estaba en pleno viaje de LSD en la fiesta que concretó su primer encuentro. Años después, en los dos conciertos que dio en Chile, el 28 y 29 de mayo de 1973, en el teatro Caupolicán y Oriente, se negó a partir su presentación hasta que la audiencia apagara sus cigarros. "Claro que se hizo caso. El lugar estaba lleno y su sola presencia transmitía algo mágico. No volaba una mosca", testimonia el publicista Roberto Arancibia, presente en esos shows. Shankar aclara: "A los músicos con los que trabajé, y al público, sólo le decía que se dejaran llevar por la música, no por otros elementos".

Como fuere, tales diferencias no impidieron que el más silencioso de The Beatles lo adoptara como "gurú" y como fuente de inspiración para su célebre Concierto para Bangladesh, de 1971, el primer gran evento benéfico impulsado por el rock, aparte de producir dos de sus álbumes solistas y de abandonar su semirretiro en 1997 sólo para asistir a un programa de TV que publicitaba el nuevo álbum de su mentor. "Siempre fue mi hijo. Aún lo extraño", remata el indio.

Pero si se trata de descendencia, hoy le sobreviven dos hijas: la también sitarista Anoushka Shankar y la multiventas estrella del jazz Norah Jones. Casi como si se tratara de una fractura en sus rígidas convicciones, el nacimiento de la mujer de Come away with me fue fruto de una relación casual con la promotora estadounidense Sue Jones. De hecho, la artista dejó de verlo a los cuatro años y sólo supo que era su padre a los 18, cuando se reencontraron. El tiempo sanó heridas y, de hecho, la también pianista suspendió ayer sus tres fechas en Brasil ante el fallecimiento de su progenitor. Una semana antes, el pasado martes 4, la propia Jones -que de manera simbólica cantará por primera vez en India en marzo- habló de Shankar horas antes de su recital en Movistar Arena: "Guardo un gigantesco amor y respeto por su obra. Será muy emotivo estar en la tierra que lo vio nacer".

Mucho antes de que la estadounidense visitara la capital, el instrumentista ofreció dos conciertos a tablero vuelto, en un aterrizaje organizado por la embajada de su país y por el Instituto de Música de la Universidad Católica, dirigido por Fernando Rosas. Ahí, sentado en alfombras persas y secundado por dos músicos, desplegó improvisaciones que superaban los 20 minutos y creó una atmósfera hipnótica. Dio una conferencia, firmó vinilos y habló de su amistad con Harrison. "Nos dejó con la boca abierta a todos. Aparte de su técnica, su poderío espiritual era sorprendente", concluye el veterano jazzista José Hosiasson, otro de los presentes.