Edinson Román tiene 80 años, lo que no le impide jugar tenis todas las semanas y, aunque ya jubiló, sigue prestando diversas asesorías como ingeniero eléctrico. Su experiencia laboral lo liga con uno de los momentos más duros de la historia eléctrica del país: la gran sequía de 1968, la más extensa del siglo pasado.

Si bien ese hecho ya quedó atrás, sus repercusiones se viven hasta hoy, cuando dos veces al año cambiamos la hora del reloj. De hecho, es gracias a Román que hoy existe el horario de verano y se cambia la hora. Si bien fue una medida temporal para enfrentar la sequía, esta se perpetuó en el tiempo.

"Además de un ahorro energético, le cambió la vida a los chilenos. Antes, la vida se acababa a las siete de la tarde, ya estaba oscuro y la gente se guardaba. Con el cambio de horario, los chilenos empezaron a salir más, ir a los parques y disfrutar con la familia. Sin duda fue un gran cambio el que le debemos a Román", señala Carlos Figueroa, subsecretario de Agricultura de la época y miembro de la comisión sequía que en 1968, durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, se encargó de buscar soluciones al tema.

Figueroa cuenta que ese año conoció a Román, quien  se desempeñaba como superintendente de Operaciones de Chilectra, empresa que en esa época generaba y distribuía la energía al Sistema Interconectado. Cuando se vieron por primera vez, ya había comenzado el racionamiento de energía por sectores y en horarios diferidos.

"Llegó un momento en que teníamos que racionar la energía y ampliar los cortes hasta las 20.00. Pero el comercio se opuso porque en esa época los horarios eran regulados y todos los negocios cerraban a las 20.00. Si cortábamos la luz, le matábamos el negocio", recuerda Román. Según sus cálculos, el peak de demanda se producía justamente entre las 19 y 20 horas, momento en que se prendían las luces en las casas y en las vitrinas de las tiendas.

La situación era dramática: las reservas de agua eran nulas y ladependencia en un 80% de la energía hidroeléctrica, hacía  imperioso encontrar una solución. Mientras desde el norte se llevaban  animales hacia el sur y se transportaba forraje en el sentido contrario, en la ciudad se alumbraba  sólo un costado de las calles y se prohibía regar o llenar piscinas. Incluso, los militares resguardaban las bocatomas para evitar el robo de agua.

"Me fui complicado para la casa el viernes, porque el lunes el presidente iba a anunciar los cortes hasta las 20 horas, lo que era muy grave para la ciudadanía por la seguridad. Pensé el fin de semana ¿qué pasa si son las ocho cuando son las siete? Concluí que simplemente había que correr la hora civil y no afectábamos tanto a la población", cuenta Román.

El lunes llegó a la reunión del comité de sequía con sus cálculos de curvas de demanda en papel milimetrado, hechos a mano, y convenció a los ministros de implementar la inédita medida. "En esos tiempos no había computadores ni televisión, se sabía sobre la aplicación de cambios de hora en otros países, pero no como una solución para la sequía. Cuando les dije que había que cambiar la hora, todos se rieron, pero se dieron cuenta de que hablaba en serio cuando les mostré mis cálculos". Entonces, el gobierno emitió el decreto para cambiar la hora a partir del 2 de noviembre de ese año. Se daba inicio a un horario de verano o "económico".

"Nunca se había usado el cambio en Chile para enfrentar una sequía. La verdad es que fue bastante innovador dentro de una serie de medidas que aplicamos como gobierno. La escasez hídrica no es nada comparado con lo que fue la sequía del 69, ese año no llovió absolutamente nada", recuerda Carlos Figueroa, quien también fue ministro del Interior durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle. A sus 84 años, es el único sobreviviente, junto a Román, de la comisión que tomó la decisión en esos años.

Con el visto bueno del presidente, rápidamente se hicieron las coordinaciones con el comercio y con el Instituto Hidrográfico de la Armada (actual Shoa), que a partir de ese año fue decretado como el organismo oficial a cargo  de las señales horarias.

Pese a que la medida era sólo por un año, el 69 también fue seco, aunque en menor grado. El gobierno firmó un nuevo decreto para seguir haciendo los días más largos ese año y, finalmente, se dictó una ley en 1970, que establecía que a partir de ese año y en los sucesivos, los relojes se adelantarían una hora entre octubre y marzo.

El horario de verano ha tenido algunas variaciones en cuanto a la duración y también quienes critican su real utilidad. "Creo que ahora es una exageración en cómo se implementa, pero en esos años fue una gran solución", opina Figueroa.

Para Román, en tanto, el principal beneficio fue mejorar la calidad de vida de los chilenos de fines de los 70 y hasta hoy, por sobre los ahorros que produce. Estos no dejan de ser menores especialmente en el área residencial, donde el impacto es más directo que en la industria. "Con esta medida se ahorra entre un 1% y 2%, que puede ser poco, pero si la demanda del Sistema Interconectado Central es de 6.000 MW, el ahorro es de 90 MW en promedio, lo que equivale al costo de una central operando todo un año".