Una bomba cambia la vida de Theo Decker. Tiene 13 años cuando una mañana se refugia de una fuerte lluvia en el Metropolitan Museo de Nueva York junto a su madre. Se trata de una parada momentánea que para ella será la última: muere en la primera de las dos explosiones detonadas por terroristas de derecha. Theo, que salva ileso, jamás podrá recuperarse. Su padre no está para ayudarlo. No tiene a nadie. Dejará el museo con una pena insalvable y, secretamente, con un pequeño cuadro que será su obsesión, El jilguero, del holandés Carel Fabritius. 

A rasgos generales, ese es el punto de partida de la novela con que la escritora estadounidense Donna Tartt  (1963) acaba de ganar el premio Pulitzer en la categoría de ficción. El libro se llama precisamente El jilguero, supera las mil páginas en su traducción al español -vía editorial Lumen llegará a Chile en julio- y con este galardón cierra un año de aplausos de la crítica y ventas al nivel de un bestseller.  "Es un triunfo. Tartt ha escrito una obra extraordinaria", dijo Stephen King.

Finalista del National Book Award (que ganó Americanah, de la nigeriana Chimamanda Ngozi), El jilguero sigue la vida de Theo durante los 13 años posteriores a la muerte de su madre. De hecho, no es el Metropolitan Museo donde empieza el libro sino en Amsterdam, donde el protagonista, ya con 26 años, lleva una semana encerrado en la pieza de un hotel. Está enfermo, rozando la locura. Está escondido. El cuadro de Fabritius es la pieza que lo llevó ahí.

Tartt no es una desconocida en la literatura estadounidense, pero su presencia siempre ha sido esquiva: tras debutar en 1992 con El secreto, guardó silencio por un década hasta publicar Juego de niños. Ambas novelas giraban en torno a misterios y asesinatos, y en su ambición presagiaban el aliento dickesiano de El jilguero: en el trayecto de Theo, aparecen de fondo las clases sociales americanas y sus temores tras el atentado a las Torres Gemelas de septiembre de 2001.

Más que esa imagen social de fondo, lo que seduce de la novela es la zigzagueante ruta de Theo, un huérfano que va de casa en casa, coquetea con las drogas, consigue a sus mejores amigos en la calle y cree encontrar calma trabajando entre coleccionistas de arte, cerca de las pinturas flamencas que encandilaban a su madre. "Este es un libro sobre la transferencia y la obsesión, sobre el esfuerzo por recuperar lo que nunca volverá, sobre el intento de encontrar lo que se ha perdido", dijo hace poco Tartt.