En el patio trasero de su casa, Óscar Muñoz (26) ayuda a descargar cajas de botellas de una camioneta. Luego avanza por su taller entre distintas máquinas que cortan vidrio, entre ellas, una con un soplete que él mismo creó. Revisa una y le dice a uno de los trabajadores: "Recuerda que debes limpiar antes de pulir los bordes". Sigue caminando hacia una bodega donde guarda cientos de pedidos. Abre una caja y muestra la parte trasera de una botella de agua mineral Puyehue convertida en vaso.

¿Qué buscas con Green Glass?

Que cada vaso del mundo sea de una botella.

Óscar empezó a trabajar con vidrio a los cinco años, porque ayudaba a cortar, pulir y crear productos en Calypso, la empresa de su mamá, que realiza artesanías. "Siempre hemos vivido de lo que hacemos con nuestras manos", dice.

En 2009, un amigo le pidió ayuda para cortar una botella de vodka Absolut y transformarla en un vaso. Su compañero quedó tan contento con el resultado que le sugirió que hiciera más y los vendiera. En ese momento, Óscar estudiaba ingeniería comercial y tenía que presentar para un ramo un proyecto de emprendimiento que vendiera al menos dos millones de pesos durante el verano. Les propuso a su grupo su idea, pero no convenció a nadie y lo echaron del equipo. Óscar le explicó su idea y su situación al profesor, pero tampoco la aceptó. "Me sentí mal, porque era el ramo que más me gustaba. En ese tiempo estaba partiendo el boom de ser emprendedor y yo quería hacer algo, pero el profesor no me dejó ni hablar. Me explicó que sin grupo iba a reprobar. Me dijo que no era un emprendedor, ni proactivo y que no tenía buenas ideas".

A último minuto un amigo lo sumó a su grupo, que iba a vender alfajores. "Pero yo empecé a tratar de convencerlos otra vez de que hiciéramos los vasos. A un compañero le encantó la idea y me apoyó hasta que se sumaron todos".

¿Cómo hiciste tus primeros vasos?

Les pedíamos las botellas a bares del sector, principalmente a Las Urracas. Las trabajábamos en el taller de mi casa, donde teníamos un par de máquinas, pero no eran las precisas. La mayoría las cortábamos con sierra a mano y nos poníamos huinchas en los dedos para pulirlas.

El joven recuerda que junto a su grupo se pasaron casi todo el verano cortando botellas y haciendo vasos, hasta que consiguieron producir 800 y cumplieron con la meta del proyecto. Cuando volvieron a clases se sacaron un siete y terminó aprobando el ramo, incluso los compañeros de su anterior grupo y el propio profesor les compraron vasos y los felicitaron. Él se cambió a la Universidad de Chile y continuó con el proyecto, ahora convertido en la empresa Green Glass.

¿Te costó compatibilizar tu emprendimiento con la universidad?

Sí. La universidad te hace muy difícil llevar una vida, compartir con tu familia, tener amigos, polola y más encima un emprendimiento. Era complicado, sobre todo si no eres un genio. A mí me costaba estudiar.

¿Por qué?

No soy bueno para economía y no le encuentro mucho sentido a la universidad. No le veo un valor práctico. Lo único que quería era montar una empresa y sacarla adelante. Aprender a vender más, hacer contratos, hacer procesos, software que te sirvieran, pero ellos no te enseñan eso.

¿Por qué seguiste estudiando?

Tenía que terminar la carrera. Ya estaba endeudado con el CAE y con un crédito en la universidad. Fue una época bien ruda. Tenía que vender, comprar botellas, cortarlas, pagarle al David, la única persona que trabajaba conmigo en esa época y que, además, era indocumentado. Todo estaba hecho a la mitad y por mí. Yo era el administrador, encargado de marketing y comunicaciones. Durante varios años, Green Glass fue un pendejo y un peruano haciendo vasos de botellas.

¿Pensaste en dejar la carrera?

Sí, muchas veces. Igual es bacán decir "yo dejé la universidad y me fue bien en la vida", pero saqué la carrera por el miedo a que me fuera mal. Apenas salí, me fue bien altiro, porque pude dedicarme completamente a los vasos. Si hubiese invertido toda esa plata en Green Glass, me hubiese ido mejor desde un principio.

¿Te costó que confiaran en ti porque eras joven?

Sí. Y me pasa hasta el día de hoy. Reconozco que soy desordenado y que me visto mal. Siempre llego de jeans y polera a las reuniones de clientes. Ahora soy como un miniempresario y tengo responsabilidades y problemas que mis amigos no tienen. Ellos les piden plata a sus papás y listo, pero esa no era mi situación: desde los 18 que no les pido plata a mis papás.

¿Qué te dicen ahora tus amigos?

Me molestan y me dicen "El magnate del vidrio".

El vidrio no es basura

En un principio, Óscar les compraba las botellas a bares y restaurantes de Santiago, las que luego limpiaba y transformaba en vasos. Hoy las adquiere de un centro de reciclaje en La Cisterna que trabaja con personas que recogen las botellas de la calle y las venden. "En muchos lugares las botellas se botan como si nada. A varios restaurantes les pedí que separaran las botellas de la basura, porque con cien unidades me ayudaban a crear un empleo, pero muchos me miraban con cara de imposible. En el fondo, les daba lata".

¿Cuesta que la gente recicle?

Demasiado. Imagina que sólo el 17 por ciento de la población lo hace. Con suerte, el 10 por ciento de los residuos de nuestro país son reciclados. Al año se producen 17 millones de toneladas de basura, y un tercio de ella es doméstica. Ahí entran los recicladores de base, quienes hacen la pega de meterse al basurero y buscar lo que botan de las casas. Hoy compramos cerca de un millón de pesos en botellas al centro de reciclaje y así ayudamos en sueldo a los recicladores.

¿Siempre pensaste en comprarles a los recicladores?

Sí, porque el vidrio es el material menos pagado en Chile. En el país existen cerca de 60 mil recolectores y son muy mal pagados. El kilo cuesta cerca de 20 pesos y el recolector recibe la mitad, lo que significa cerca de tres pesos por botella. Nosotros la transformamos, le sumamos nuestro mensaje y la vendemos a tres mil pesos, le agregamos mil veces su valor inicial. Estamos valorizando el vidrio y quiero que la gente haga lo mismo, que no lo bote a la basura.

¿A cuánto compras una botella?

Al principio a 100 pesos. Ahora a 150, porque los recolectores nos subieron el precio y nosotros felices. Pagamos lo que nos piden. También los ayudamos a crear un contrato con Cristalerías Chile, a los que les vendían el vidrio molido en 20 pesos el kilo y ahora logramos que les dieran 45 pesos. Con eso, en vez de pagarle 10 pesos al recolector, ahora le dan 20. Después la cristalería ofreció 50 pesos. Nosotros buscamos darles visibilidad a los recolectores y que la gente aprenda a reciclar.

¿Cuántos vasos estás vendiendo al mes?

Diez mil, y siempre es un desafío. El año pasado, en esta misma fecha, vendíamos dos mil. Estamos en hoteles de lujo, como el Hyatt o el W, cosa que nunca imaginé, porque en muchos otros lados me dijeron que era ordinario usar un vaso de una botella.

¿La gente piensa que eres millonario?

(Ríe) Sí. A veces me reclaman porque cobro tres mil pesos por unos vasos. Creen que el vidrio me lo regalan o que sólo hay un par de costos chicos, pero no imaginan todo el trabajo que hay detrás. No es grito y plata.

¿Tienes algún referente?

No, pero sí admiro a otras marcas, como Algramo y Karün, porque somos parecidos. Estamos tratando de generar impacto. Eso es lo que se viene: vivir con un propósito. Es bonito ver cómo cambió la forma de pensar de la gente, en que la plata ya no es todo. Y esa es la gran crisis que están teniendo las empresas, porque muchas son simplemente máquinas de hacer plata y les queda grande el poncho de aportar en otras cosas.

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