NO recuerda a quien ayudó, pero Juan Manuel Antilao (64) comenzó a los 15 años a recuperar lesiones al interior de su casa en Ranquilhue Chico, en la comuna de Tirúa, al sur de la VIII Región. Los años le trajeron sabiduría y su fama se extiende más allá de los límites de la pequeña localidad rural donde aún vive.

A metros de su hogar, hoy exhibe con orgullo su "clínica": una vivienda de madera con camilla y asientos para atender y recibir de forma grata a sus pacientes. En un cuaderno anota cada una de las atenciones, 52 en lo que va del año, a personas de diferentes edades y con distintos grados de lesiones. "Antes atendía en mi casa, al lado de la cocina y un paciente al que recuperé se dio cuenta que era incómodo, presentó un proyecto en el municipio y me construyeron mi clínica donde trabajo hace ocho años", cuenta Antilao, quien enfatiza que lo único que no puede componer son las fracturas.

Cada uno de los componedores están reconocidos por el Ministerio de Salud y trabajan en coordinación con el Centro de Salud Familar de la comuna de Tirúa, por lo que pueden derivar atenciones. Su consolidación le ayudó a él y a sus 12 colegas a convertirse en uno de los seis tesoros humanos vivos reconocidos este año por la Unesco. "Los componedores o Ngütamchefes estamos trabajando con los kinesiólogos. Eso es  bueno porque  nos enseñan lo que estudiaron y nosotros lo que aprendimos durante muchos años" dice Antilao. "Somos cercanos a ellos y a la comunidad, ahora hay otra mirada, más respeto y nos consideran un doctor más para la sociedad mapuche y para nosotros eso es importante", agrega con orgullo.

Por ahora su principal  inquietud es traspasar su oficio a su nieto Miguel Ángel (8). "De mis seis hijos, ninguno siguió mis pasos. Tengo 16 nietos y hoy al menos hay uno al que le interesa aprender; viene, me ayuda y observa" indica Antilao. Su colega componedor, Emeterio Millanao, posee la misma visión. "Aprendí de mi abuelo, yo recibí ese don y me gustaría que se extendiera en el tiempo", dijo Millanao.

EL MÉTODO ANCESTRAL

Lisandro Viveros (en la foto) es un paciente escéptico, pese a que viajó desde Concepción para ponerse en manos de Antilao y  sanar una lesión. Recibe un masaje con cremas de hierbas medicinales, que da inicio al proceso.  "Tengo mucho cuidado en no causar dolor. Una vez me tocó atenderme por una luxación de tobillo y aprendí lo que se siente. Los médicos ponen yeso al paciente, en cambio el componedor acomoda y recupera el movimiento", dice Antilao mientras, con paciencia, intenta posicionar correctamente los huesos de Viveros. La faena no conoce de tiempos y cada zona tratada cuesta $5 mil.

"Pese a mi edad soy deportista y por lo mismo las lesiones son recurrentes. No creía, pero el componedor me dijo que tuviera fé. Creo que eso sirvió, porque el dolor que tenía en uno de mis dedos se me pasó",  admite Viveros.

La distinción recibida por los componedores de huesos de Tirúa  reconoce a oficios tradicionales, para relevar la riqueza de los pueblos originarios y la diversidad de las tradiciones que constituyen el patrimonio cultural inmaterial de Chile. En este caso, por primera vez lo  recibe un oficio de la medicina tradicional mapuche. "Ojalá tengamos beneficios de parte del Estado, así como nos están reconociendo también sería bueno una ayuda para trabajar de manera más optima", sentenció Antilao.

Para la ministra de Cultura, Claudia Barattini, estos oficios están invisibilizados para el común de la gente. "Muchas veces estas personas no dimensionan la riqueza que hay en su labor, por eso este reconocimiento, que releva la historia que encierran:  de nuestras familias, de los pueblos originarios y de un patrimonio cultural inmaterial que estamos intentando salvaguardar", sostuvo Barattini.