De manera repentina, en palabras de su atribulado viudo, el compositor Rodion Shchedrin, falleció el sábado a los 89 años en su residencia de Munich (Alemania), la gran bailarina, verdadera diva del ballet del siglo XX, Maya Mijailovna Plisetskaya. A la artista le sorprendió el fatal infarto mientras hacía las maletas para desplazarse a Lucerna (Suiza), donde el próximo 15 de mayo iba a recibir un homenaje. Plisetskaya había sido galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2005 junto a la también bailarina Tamara Rojo.
Niña prodigio que comenzó a bailar con solo tres años, Plisetskaya había nacido el 20 de noviembre de 1925 en Moscú, en el seno de una familia de pintores, actores y bailarines de origen judío y de gran renombre y prestigio. De pequeña padeció la salvaje represión de Stalin, que ordenó la ejecución de su padre, y vio cómo su madre, una actriz, era enviada a un campo de internamiento.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, mandó un comunicado de pésame lamentando su muerte. Durante la época comunista, fue una de las pocas estrellas a las que las autoridades de la Unión Soviética permitían actuar en el extranjero, y fue la estrella del Bolshoi en las giras a Norteamérica y a Reino Unido en plena Guerra Fría.
Considerada como la "prima ballerina assoluta", fue cabeza de cartel de una generación irrepetible de la danza clásica en la que también sobresalen la cubana Alicia Alonso (que la sobrevive con 94 años) y la británica Margot Fonteyn (que murió en 1991).
Cabría extenderse en la influencia poderosa que su baile autoritario fue capaz de dejar en toda una generación del ballet del siglo XX. En este punto hay que mencionar sus cisnes: Odette el cisne blanco, Odille el cisne negro y la trémula ave agonizante de La muerte del cisne, de Mijail Fokin, que Maya elevó a alturas que no admiten comparación alguna, salvo con Anna Pavlova, para quien fue creado a principios del siglo XX.
Su espíritu indómito encontró realización en 1967 con el ballet Carmen, que coreografiara para ella y por encargo expreso suyo el cubano Alberto Alonso. Carmen representaba el irrefrenable deseo de victoria e imposición de la mujer por encima de cánones y convenciones; su tío Boris Messerer pintó los decorados y Rodion Shchedrin preparó una gran suite sobre los temas de la ópera homónima de Bizet. Con ellos, Maya regaló al mundo y a la historia del ballet un carácter único y un ejemplo de patria universal en el arte.