Fue Antonio Romera, el crítico de arte español más respetado de su tiempo, quien en 1951 lo inscribió en el libro Historia de la Pintura Chilena, como uno de los cuatro grandes maestros del arte local junto a Pedro Lira, Alfredo Valenzuela Puelma y Alberto Valenzuela Llanos. Esa fue la primera reivindicación a la figura de Juan Francisco González, tras su muerte en 1933. Desde entonces, se ha intentado muchas veces echar luz sobre la obra y vida del pintor, pero aún nadie logra describir con total claridad las complejas dimensiones de su personalidad y el alcance de su legado.
El año pasado, el Centro Cultural Las Condes le dedicó una muestra con motivo de los 80 años de su muerte con más de 80 obras de colecciones privadas, muy pocas veces vistas por el público chileno, y que ahora dan vida a un libro sobre el pintor, editado por Origo, que se presentará el próximo 11 de septiembre.
El lanzamiento del volumen acompañará, además, la inauguración de la muestra ¿Qué es de ti, mi buen Juan?, con la que el Museo de Bellas Artes conmemora el centerario del Grupo de los Diez, colectivo intelectual fundado en 1916, por músicos, artistas y poetas, entre los que destacan Augusto D'Halmar, Pedro Prado, Eduardo Barrios y, por supuesto, Juan Francisco González.
La exposición reúne más de 40 pinturas de la colección de la pinacoteca nacional, que por primera vez exhibe dos hallazgos encontrados en los depósitos del edificio de Parque Forestal y recién restaurados: las copias enviadas por el mismo Juan Francisco González en 1889, mientras cursaba una beca en París para dar cuenta de sus estudios al Estado chileno. Se trata de El sepulcro de Cristo, original del español José de Ribera, y La barca de Dante, pintada por Eugene Delacroix y reproducida por el chileno durante sus visitas al Louvre.
Las obras fueron seleccionadas por las nuevas curadoras del Bellas Artes, Macarena Goldenberg y Gloria Cortés (ver recuadro), quienes centraron la muestra en el tema del viaje: de espíritu inquieto, González recorrió el mundo transformando su pintura con cada nuevo suelo que pisaba.
Su primer viaje fue a Europa, becado por el Estado de Chile en 1887, volvería al continente otras dos veces (estuvo en Italia, Inglaterra y España), donde terminaría codeándose con los pintores impresionistas. También fue a Perú y Argentina. Eso sí, González no era un hombre de fortuna: nacido en 1853 e hijo de comerciantes, el artista pasó su infancia en el barrio de Recoleta, a los pies del cerro Blanco. A los 14 años conoció al pintor Pedro Lira, quien vio en él un talento innato, incentivándolo a entrar a la Academia de Bellas Artes. Dos años después, González ya recorría las aulas de Juan Mochi y Ernesto Kirchbach.
"La exposición refleja el viaje íntimo y físico que hace González y que va cambiando su estilo. Desde sus paisajes y retratos más tradicionales, por las escenas de sus viajes, que capturan la técnica impresionista, hasta su período más abstracto, donde plasma flores y escenas del campo chileno", dice la curadora Gloria Cortés. "Él viene de un ambiente proletario y bohemio. Sin mucho dinero se las arregla para viajar, pero se le hace difícil. Al final termina vendiendo cuadros a cambio de comida. Es debido a esta precariedad que las obras que pinta tienen un formato muy pequeño, primero por su condición de viajero y luego por pintar sobre sacos de lino y cartones de leche".
Tal como los franceses Monet o Cézanne, González apreciaba la luz natural y el trazo suelto, sin embargo, él iría más allá del impresionismo, para dotar sus obras de una factura propia. "Fue el más innovador de su época, un hombre que cambió los parámetros de la pintura de la época, desde un estilo más académico y cerebral, hacia un obra más sensitiva. Creo que sus cuadros logran capturar los cinco sentidos, sus viajes sensoriales, ese es el gran aporte", explica la historiadora Isabel Cruz, quien participa del libro editado por Origo.
HACIENDA ESCUELA
Más allá de lo visual, el libro sobre González da cuenta de su trabajo como escritor de artículos, faceta casi inexplorada en la historiografía nacional. Bajo el seudónimo de Araucano, el pintor emitía opinión sobre la pintura local y extranjera, con un mordaz estilo. "En sus artículos aborda los problemas del arte, escribe sobre la importancia de la mirada, de cómo el artista no debe distraerse en los temas y cómo debe buscar su propia identidad", señala Cruz.
González también hizo escuela y sus enseñanzas calaron hondo en la Generación del 13. Entonces figuraban Ezequiel Plaza, Pedro Luna y el grupo Montparnasse, con Henritte Pettit y Pablo Burchard.
Siempre con un pie dentro de la Academia y otro fuera, en 1910 el Museo de Bellas Artes compra varios cuadros de González, pero no los expone. Indignado, el pintor decide armar el Salón de los Rechazados, luego dejaría la Academia y se iría a vivir a Limache, hasta su muerte, en 1933.
Aún quedan varios misterios entorno a él por descifrar, como el de sus cuatro mil pinturas: algunas fueron quemadas, según Cortés, en un incendio que destruyó el Hotel América de Valparaíso, donde González las tenía guardadas. La historiadora Isabel Cruz, en cambio, advierte que hay mucha obra suya falsa dando vueltas en el mercado.