Hay mucha gente que sonríe y pasa por al frente. En la Torre Trump, en pleno corazón de Manhattan, los transeúntes se toman selfies con el imponente edificio de fondo. Se escuchan risas, se ven corresponsales pasando el rato y policías tranquilos. Las personas que están allí se ven felices, contentas, queriendo retratar lo que sienten que es un momento histórico en un lugar emblemático.
Son las 9 de la noche del martes en Nueva York, y a esa hora nadie cree posible que Donald J. Trump tenga alguna opción de ser el próximo presidente de Estados Unidos.
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La señal vino desde Santiago, en un Whatsapp breve y apurado que Alejandro Tapia, editor de Mundo de La Tercera, me mandó mientras yo estaba al aire en una transmisión especial por las elecciones: Trump pasó adelante en la proyección del New York Times, con 52%, y puede ganar.
Habían pasado 45 minutos desde la escena anterior y ya el clima había cambiado. En los alrededores de la Torre Trump desaparecían de pronto los curiosos, quizás por perplejidad. Quedaba una larga noche aún por delante, y si los pronósticos ofrecidos durante las dos primeras horas por todas las cadenas se mantenían, Hillary Clinton ganaría la elección.
Pero el solo hecho de que se abriera la ventana para Trump generó un cambio de ánimo en Nueva York. La ciudad es la cuna del presidente electo, pero también es un bastión demócrata, y si el ruido es su sello, a las 10 de la noche del martes un silencio incómodo predominaba en sus calles.
Mientras escribía a toda velocidad en un paradero a una cuadra de la torre, trataba de pensar en todos aquellos votantes de Trump que me había encontrado durante 10 meses de campaña recorriendo Estados Unidos. La joven de 20 años de New Hampshire a la que le gustaba Trump porque salía en la TV. El inmigrante de Guinea que conducía un Uber en Chicago y decía que no le importaba todo lo que el magnate decía porque al final iba a mejorar la economía. El hombre que decía, en Michigan, que Trump no era político y que quería recuperar el país que le habían quitado.
Pero a esa hora, en mi cabeza, estaban Salvador y Dina, la pareja de salvadoreños con más de 30 años que habían sido mis últimos entrevistados en Williamsburg, un barrio latino de Nueva York, apenas tres horas antes. Salvador iba a votar por primera vez porque tenía miedo de Trump. Y llevaba a Dina en silla de ruedas porque ella también quería hacerlo. No eran votos que Hillary Clinton necesitara. Podían quedarse en la casa. En Nueva York, Hillary tenía el triunfo asegurado y nadie hizo campaña.
Para Salvador, era un tema de principios. "Nunca me he sentido tan discriminado", decía.
Y yo me recordaba del cartel que la joven de New Hampshire, diez meses antes, sostenía con una dulce sonrisa.
Decía: "La mayoría silenciosa está con Trump".
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¿Adónde hay que estar cuando uno sabe que va a vivir un momento histórico?
Cuando ya quedaban pocos minutos para la medianoche, la caminata apresurada me llevó a Times Square, un trayecto de casi 15 cuadras donde la ausencia de personas y el silencio era la tónica. Nueva York era la ciudad que nunca duerme, pero en ese día en que el mundo entero no dormía parecía congelada, paralogizada, con dos mundos muy distintos que se vivían a menos de un kilómetro de distancia, el de un comando de Hillary que se desplomaba y el de un hotel de Trump que veía cómo lo increíble se acercaba.
La plaza era el punto medio donde miles de personas se agolpaban. Pensada para espectáculos televisivos y para hitos como el de esa noche, cinco pantallas gigantes iban informando momento a momento apenas se daba a Hillary o Trump como ganador de algún estado.
No era un misterio que el público de allí estaba de un lado. Quizás no apoyando a Hillary. No habían pancartas ni seguidores ni mucha propaganda. Pero sí contra Trump. Lo expresó un aplauso cuando se proyectó Colorado para Hillary. Pero sobre todo, lo expresó un "¡ooooooh!" espontáneo y triste cuando las pantallas mostraron que Trump se llevaría Florida, lo que virtualmente, aunque nadie lo dijera, dejaba a Hillary necesitando un milagro para dar vuelta la elección.
Hace diez meses, en una tarde de enero, le escribí a Francisco Aravena, entonces editor de la revista Qué Pasa. Quería ir a cubrir las primarias estadounidenses aprovechando que estaba estudiando en Chicago. Lo hice sabiendo que era una trampa: Pancho es un apasionado de las elecciones y tuvo un blog para los comicios de 2008 que consagraron a Barack Obama,
Diez meses después, como un extraño cierre de círculo, Pancho y yo nos encontramos en el corazón de Manhattan, recorriendo juntos las calles, haciendo la pregunta que, cuando se acercaba la una de la mañana, nos consumía a nosotros y al resto de los medios.
¿Adónde hay que estar cuando uno sabe que va a vivir un momento histórico?
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Unos minutos después, estábamos en un bar a pocas cuadras de Times Square con Juan Pablo Garnham, compañero de los años de Qué Pasa y ahora editor del City Lab de The Atlantic en español. Él también estaba en la cobertura de las elecciones, colaborando en Electionland, un proyecto que monitoreaba en tiempo real las dificultades de votar a lo largo del país.
El bar estaba a pasos de la sede de The New York Times, y los periodistas estaban esperando, tensos, lo que sabían que vendría en cualquier momento. Nunca la pantalla de CNN había sido tan seguida y demandada. Todos, a esas alturas, sabíamos el final de la historia, pero esperábamos el cuándo.
Cuando la gráfica roja de CNN alertó que Trump había ganado Pennsylvania, uno de los estados clave que se presumía más favorable para Hillary Clinton, decidimos cruzar otra vez Manhattan para buscar las celebraciones en el comando de Trump. Ahí, por supuesto, había que estar.
El problema era que no había nadie. Apenas un puñado de simpatizantes afuera del hotel, identificados por el ineludible gorro rojo que dice "Make America Great Again". Era más grande el número de manifestantes, un centenar, que reclamaban contra Hillary, Trump y todo lo que fuera política. O los medios esperando. Y había más gente también, unas 300 personas, a tres cuadras de allí, en la sede central de Fox News, la cadena republicana por excelencia.
A esa hora, también, llegaba una noticia. Hillary Clinton no saldría a hablar esa noche. Más allá de que su jefe de campaña diría que esperarían tener claridad, los gestos sonaban mucho a derrota ineludible. Una derrota que en Nueva York no tenía a casi nadie que la festejara.
La historia, a veces, decide por uno. A las dos de la mañana, había que enfilar rumbo a Times Square.
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Ya estaba todo desmantelado. Apenas unos grupos de personas. Un contador de electores que no se actualizaba. Policías listos ante cualquier escenario.
Ya era 9 de noviembre. 27 años antes, ese mismo día, el mundo había quedado perplejo por un anuncio en vivo y en directo desde Berlín que hablaba de botar un muro que dividía a dos naciones.
27 años después, a esa hora, un muro entre dos naciones estaba un paso más cerca de construirse.
A las 2:30 de la mañana, el celular me avisó por Twitter del dato que faltaba.
A las 2:35 de la mañana, 4:35 en Chile, prendí el celular, apunté hacia las pantallas de la esquina más famosa del mundo y quedé conectado en directo con la transmisión en video del Facebook de La Tercera. Había algo que contar.
Tenía luz, de sobra. Tenía cámara. Había que hacer la acción:
"Hay una noticia importante. Hoy, 9 de noviembre, es un día que va a quedar situado en los libros de historia. Hace cinco minutos, la agencia Associated Press acaba de proyectar que Donald Trump será el próximo presidente de Estados Unidos".