Mientras el martillo surca volando el cielo del Campo de Deportes Ñielol de Temuco, a apenas 18 kilómetros de distancia una mujer hunde su cara en la almohada y llora.
Son las cuatro y media de la tarde en la capital de la Novena Región y el sol es abrasador. Está a punto de comenzar la práctica vespertina de atletismo y alrededor de una treintena de jóvenes realizan estiramientos en uno de los costados de la pista de recortán. "Estás ingresando a un recinto donde se forman y se entrenan campeones para Chile", reza un gran lienzo del Instituto Nacional de Deportes que corona el acceso principal al estadio. A su lado puede verse la imagen de un atleta chileno festejando con rabia un lanzamiento. Ni siquiera el hombre de la fotografía es Gabriel Kehr.
Hace poco menos de medio año, el deportista elegido para figurar en el cartel promocional del IND bien podría haber sido él, el jovencísimo y prometedor lanzador de martillo al que todos los niños temuquenses soñaban con imitar, el fornido atleta de sólo 20 años al que el Comité Olímpico acababa de incluir en la selecta nómina de los cinco deportistas con mayor proyección del país.
Pero en la madrugada del 2 de octubre de 2016, a la salida de un local nocturno situado en el centro de la ciudad, las cosas simplemente se torcieron.
El soleado presente deportivo de Gabriel Enrique Kehr Sabra (3 de septiembre de 1996) se ensombreció por completo y el lanzador ingresó en un oscuro callejón sin salida de difícil retorno.
La noche más larga
"Yo todavía no siento nada. No me provoca nada pensar en él. Mi siquiatra me dice que no me ha dado tiempo aún a experimentar odio". Así, con esta desgarradora confesión, comparte con El Deportivo Lorena Cadagán (29) el infierno en el que vive desde aquella fatídica madrugada en la que un golpe de puño propinado por el deportista, terminó por arrebatarle la vida a su pareja, José Luis Garrido, de 28 años.
Un suceso acaecido hace casi cinco meses, frente a la entrada principal de la discoteca Costa 21, ubicada en la intersección de las calles General Aldunate y O'Higgins, en pleno corazón urbano de la capital de la Araucanía.
Una riña entre dos grupos integrados por cinco personas cada uno, dicen. Una controversia surgida "por un simple roce de brazos", cuentan. Y un solo golpe, reiteran hasta la saciedad. Suficiente para hacer añicos demasiadas vidas.
El mismo día que Gabriel Kehr y José Luis Garrido se encontraron -por primera y última vez- en el interior del Costa 21, el 1 de octubre del pasado año, el atleta acababa de protagonizar su mejor lanzamiento, proyectando el martillo más allá de la barrera de los 70 metros. Su registro final, 71,33, logrado en el Club Atlético Phoenix de Temuco esa misma mañana, representaba su mejor marca personal hasta la fecha. Pero no era, ni mucho menos, el único indicador de una progresión meteórica. Sólo una semana antes, en el Campeonato Sudamericano Sub 23 celebrado en Lima, el martillero se había alzado con la medalla de bronce con un mejor lanzamiento de 69,80 metros; la misma presea obtenida en el certamen de la categoría librado en Montevideo dos años antes.
Su evolución, la del niño prodigio que en 2013 se había convertido ya en el primer lanzador de martillo chileno de la historia en clasificar a una final de un Mundial Juvenil de Atletismo (en Donetsk, Ucrania), era sencillamente imparable. Pero en apenas una fracción de segundo, todo se fue al traste.
"El problema es que es todo muy confuso, porque no se puede demostrar que fuera una riña. Porque para que se considere una riña tiene que haber participación de José Luis en la pelea y no encontraron señales de defensa. Él no peleó. Por eso es que cayó con los brazos abiertos, porque era un golpe que él no esperaba. Y se echan la culpa los unos a los otros, pero hay un único imputado", relata, con voz entrecortada, Lorena Cadagán.
El puñetazo lanzado por Kehr aquella primaveral madrugada de domingo, cuando el reloj marcaba aproximadamente las 4.30 horas en Temuco, impactó directamente en el rostro de José Luis Garrido, derribándolo y provocando que, en su caída, su cabeza se golpeara directamente con la vereda. Con un agudo traumatismo craneoencefálico, el joven, ingeniero en administración de empresas, fue trasladado por sus amigos al Hospital Regional. Allí, prosiguieron los problemas. "A él lo llevaron al Hospital Regional, pero no lo atendían y entonces sus amigos decidieron llevarlo a un hospital clínico privado (la Clínica Mayor). Había estado más de una hora y media sin recibir atención. Él perdió la consciencia con el golpe, pero no es que estuviera sin respirar, estaba como dormido. Así fue como yo me lo encontré también. Tampoco he querido preocuparme mucho en pensar si el que no lo atendieran influyó clínicamente en lo que pasó, pero lo que está claro es que la atención que recibió no fue digna", denuncia, con voz ahora serena, Cadagán. El domingo 2 de octubre, a las 17.00 horas -según los reportes médicos facilitados por los propios responsables del hospital-, el corazón de José Luis Garrido dejó de latir.
"Lo que a mí me explicaron era que él tenía una separación entre los huesos craneales un poco más grande de lo normal. Que si por ejemplo él por su edad debiera tener dos centímetros de separación, tenía 2,5 o una cosa así. Pero eso no fue lo que le causó la muerte. Sus rangos eran normales y llevaba 28 años viviendo sin problema con eso. Claramente existía una anomalía, pero fue el golpe recibido el que lo mató", sentencia la mujer, su compañera sentimental desde hacía 14 años, la madre de su hija Constanza -de cinco-, la viuda que hoy lucha en los tribunales por devolver a la muerte de Garrido, al menos, un poco de dignidad: "Para mí la vida de una persona es tan importante que lo mínimo es que quien provocó el daño pagué con su libertad. Es lo más equitativo que se me ocurre. Que pagara con su libertad podría ser lo más justo, aunque no hay manera ya de hacer justicia".
El lunes 3 de octubre, apenas 24 horas después de que se constatara la muerte cerebral de Garrido, Gabriel Kehr, el niño prodigio del atletismo araucano y chileno, se entregó voluntariamente en la Comisaría reconociendo haber tomado parte en la pelea. Tras pasar dos meses en prisión preventiva, el 5 de diciembre se aprobó su nueva medida cautelar, una condición de arresto domiciliario que se postergará, al menos, hasta el próximo 30 abril, la fecha fijada para que el atleta, el único imputado por la muerte de José Luis Garrido, se siente nuevamente en el banquillo para conocer su sentencia.
Y si bien desde el entorno de la víctima (que llegó a organizar incluso una marcha por las calles de Temuco, secundada por al menos por 300 personas, para protestar contra la violencia) piden diez años de prisión para el deportista por homicidio simple; la defensa de Kehr, encabezada por el abogado público Patricio Salinas, tratará de demostrar, como pudo saber El Deportivo, que la "minusvalía craneal" que padecía la víctima fue la que desencadenó finalmente su muerte, con la intención de que el martillero sea procesado por un delito distinto al de homicidio.
La vida suspendida
Han transcurrido sólo cinco meses desde el funesto episodio, pero en las calles de Temuco pocos son los que acceden a hablar de Gabriel Kehr. En la Villa Altamira, el barrio residencial situado en el sector poniente de la ciudad en el que el atleta vivió hasta el pasado diciembre, cuando se decretó la "privación de libertad total en el domicilio" del acusado -tal y como cita textualmente el informe judicial de su causa-, sus antiguos vecinos aseguran no conocer su historia. Tampoco los empleados de la botillería Caupolicán, el restaurant Santa Elena o la gigantesca nave de maquinaria industrial Imperial; negocios, todos ellos, aledaños al nuevo domicilio familiar del atleta, situado en la calle General Cruz. "El chico vive acá, pero son nuevos así que no los conocemos mucho, casi nunca lo vemos", explica al fin, escuetamente, el empleado de la Automotora Ñielol, antes de regresar a su trabajo.
En la pista atlética Lázaro Escobar Escobar, la principal del Campo de Deportes Ñielol, situado a los pies del cerro homónimo, donde a esta misma hora algunos jóvenes están practicando lanzamiento de martillo, tampoco quieren referirse a Kehr. Ni mucho menos a su caso. "Él viene a entrenar siempre que puede. Tiene recién 20 años y ahora está trabajando para recuperar su forma. Su régimen cautelar le permite venir a hasta las 19.00 horas", revela su entrenador, Mario Saldías. "Ojalá se haga justicia cuanto antes. Yo no voy a hablar del caso, pero aquí claro que lo apoyamos todos. Si no lo apoyáramos no podría venir a entrenar", manifiesta, por su parte, uno de los guardias del recinto.
Al tratar de entablar contacto directo con él en su nueva casa situada a los pies del cerro Ñielol -y a apenas 100 metros de distancia del estadio- una voz femenina responde: "Lo siento, corazón, pero no vamos a hacer ninguna declaración hasta que se solucione todo. El 30 de abril es la nueva citación". Tras casi seis horas de espera en las inmediaciones de su nuevo reino, el acusado no hace acto de presencia. Es como un fantasma. Y su vida suspendida, su primera condena.
"Yo la primera vez que lo vi le dije que la pena que me había provocado a mí yo la iba a terminar superando, pero lo que le causó a mi hija no se lo iba a perdonar nunca. Fue súper difícil poder explicarle a ella, que tiene cinco años, lo que estaba pasando, porque ella la sensación que tenía era que su papá la había abandonado. Pero José Luis no la abandonó. A José Luis lo mataron", sentencia Lorena Cadagán.
Y mientras los martillos siguen volando sobre el Campo de Deportes Ñielol de Temuco, en Labranza, a sólo 18 kilómetros de distancia, la pequeña Constanza Garrido se pregunta probablemente cómo funciona y por qué normas se rige el mundo de los adultos.