Samuel Parot (54) reconoce que lo suyo es porfía. U orgullo, tozudez, romanticismo... Todos los adjetivos que se puedan pensar para describir la motivación en cumplir un sueño los acepta sin problemas. Pero sonríe. La semana pasada, en Calgary, Canadá, el jinete se ubicó 46º en el ranking mundial de la Federación Internacional Ecuestre (FEI, por sus siglas en francés), transformándose en el mejor saltador hispanoamericano y en todo un hito para el deporte chileno.
Un logro que anheló por más de 20 años, pero del que desde hace cuatro se impuso como única meta. "El año 2012 estaba 600 del mundo y terminé ese año como 280. Ahí fue cuando me convencí de que podía estar entre los 100 mejores", recuerda desde el hogar de descanso en el que vive su padre, Samuel, el gran criador del rodeo chileno; la pasión por los caballos es transversal en los Parot, traspasa ya tres generaciones.
El saltador estuvo de paso por Chile esta semana. Está radicado desde hace cinco años en Wellington (Florida, Estados Unidos) donde llegó gracias a Madonna, a quien conoció en Argentina. "Ella estaba de gira y quiso practicar equitación. Me contactaron para que montara mis caballos y le hice un par de clases. Al final terminó llevándome a su casa, como su profesor personal", cuenta.
Con ella y con otros multimillonarios comenzó a desarrollar fuertes lazos. Bill Gates o la hija de Steven Spielberg, por ejemplo, fueron algunos de sus alumnos, con quienes hasta ahora se topa en una que otra competencia. Pero de esa experiencia tiene recuerdos encontrados: "Es que tienen tanto dinero que nunca se equivocan. Siempre la culpa es de otro, del caballo, del profesor... Al final me aburrí de todo eso, pero me sirvió para ingresar a este círculo".
Para entender la filosofía de Parot, hay que entender de romanticismo. Si en Chile este es un deporte elitista, en el mundo las cifras que se manejan para desarrollarlo son gigantescas. Participan los príncipes, los jeques árabes, y la gente más rica del mundo. Por eso es que Parot habla con la propiedad del que se impuso a todo para cumplir u sueño. "Cuando comencé, todos lo vieron como una inconsciencia. Yo tenía una hija y una familia, era una locura pensar en dedicarme al deporte, mucho más a esto", dice.
Pero lo hizo. Se olvidó de una vida cómoda y decidió pelear. Su sustento económico, mirando el ejemplo de su padre, lo encontró en la venta de caballos, con quienes comercia en las principales capitales ecuestres del mundo. "Esto no es sólo participar. Tengo todo un negocio montado en torno a los caballos, que es lo que solventa todo. Si no, no podría".
Pero aun así la tiene difícil. Es el único top 50 que no cuenta con sponsor, algo que a estas alturas lo tiene sin preocupación. Tampoco le preocupa mucho lo que se diga de él en Chile. Es díscolo, y aunque compite por la Federación, tiene fuertes reparos por su actuar. "Imagínate que me hicieron competir con la clavícula quebrada para clasificar a Río", dice.
Eso sí, esta aventura tiene fecha de expiración. "No creo que siga por más de dos años", reconoce, aunque antes espera lograr lo impensado hasta hace algunos años, estar entre los 20 mejores. "Es lo bonito que tiene este deporte: que puedes estar en la cima, pero un día el caballo no quiere saltar y perdiste, ya no eres campeón y ahí aterrizas".
Samuel Parot disfruta su momento, pero antes sopesó cientos de derrotas. "¿Cuál sería la gracia si sólo ganáramos?", se pregunta el mejor chileno de todos los tiempos.