Solía escribir rigurosamente cada cinco años. Pero hoy, tras cruzar el umbral de los 60 y dejar recientemente la dirección de la Escuela de Teatro de la Universidad Arcis luego de 14 años, Ramón Griffero decidió hacerlo cuando realmente se le antojara. Por eso, dirá, se tomó más de dos años para reescribir la obra que lo trae de vuelta a las tablas como director. Será Prometeo, el origen, inspirada en el mito de Prometeo encadenado de Esquilo, escrita hace más de 2.500 años.

La obra es el mismo relato de aquel hombre que desafió el orden divino y se aventuró en arrebatarle el fuego a Zeus y a los dioses del Olimpo para entregarle el saber a los humanos. "Ha sido, quizás, la obra que más me ha llevado tiempo soltar y mostrar", dice al interior de una oficina del GAM, donde hace un año su proyecto fue acogido. Será allí, además, donde debutará este domingo a las 20 horas.

Antes de conseguirlo, sin embargo, y decidido a que esta obra marcaría su regreso luego de Fin del eclipse (2007), postuló al Fondart en dos ocasiones, sin éxito. "Estaba condenadamente obsesionado con esta historia. No se trata solo de un clásico, va mucho más allá de eso: lo que Prometeo representa es el primer cimiento de la sociedad que construimos en el tiempo, todo lo que somos hoy, para bien y para mal. Es nuestro origen y futuro. Sin embargo, su acto de rebeldía trasciende las posturas políticas de turno. Lo que hizo es aún más ambicioso: trazó el resto de la historia humana como especie", cuenta. Postuló a la línea de producción de proyectos del GAM para montarla y tuvo mejor suerte.

Con el texto dándole vueltas, en agosto del año pasado Griffero llamó a Antonia Zegers y Paulina Urrutia. Al teléfono, les contó que tenía en mente una obra desde hacía tiempo y que aún no había comenzado a escribir, pero estaba seguro de que ambas estarían de acuerdo en formar parte. Y así fue. Luego se sumaría el resto del elenco, compuesto por Taira Court, Manuela Oyarzún, Juan Pablo Peragallo, Danny González y Omar Morán.

"Pero la historia no es sólo la de Prometeo, sino una relectura de la original, un repensar que logra hacerse espacio en el presente y el futuro, miles de años después de que fuese escrita", dice.

Sobre el escenario, al abrirse el telón, un grupo de actores resuelve quién le entregará el regalo a la protagonista, encarnada por Paulina Urrutia, quien se encuentra de cumpleaños. En sus manos recibe el libro Prometeo, el origen, y desde entonces, todo lo que parecía un simple ensayo a puerta cerrada se vuelve un viaje onírico envuelto de colores, movimiento y música.

Aparece, además, el mito: Prometeo ha sido castigado y encadenado por entregar el saber que convirtió a los efímeros en humanos. Pero, advierte, el final será otro. "Como director, quise hacer algo distinto esta vez", reconoce. "Si bien sigo en la línea de la dramaturgia del espacio, aquí no hay personajes. Son voces que acompañan a otras en los cantos, cuerpos que se mezclan, y una sinfonía de elementos que convence a la protagonista de que esta es la obra que siempre debíó interpretar para explicársela. Puede ser riesgoso, pero era tiempo de correr riesgos".

Es justamente lo que le ocurrió a él también. Tras su renuncia a la Escuela de Teatro de la Universidad Arcis, el pasado 16 de octubre, Griffero cerró un ciclo y se deshizo de las cadenas. "Se ha hablado mucho de la actual situación de la universidad. Es lamentable, sí, pero no hay que confundir las malas gestiones administrativas con el método de enseñanza que, al menos yo, encabecé durante varios años".

Tantos, dice, que desde su irrupción en la escena local a mediados de los 80, tras volver del exilio, Griffero ha formado a cientos de jóvenes actores y actrices. "Es un orgullo haberlos visto crecer, ver que no solo se mueven en el teatro, sino también en la televisión, la gestión cultural, el cine e incluso la dramaturgia, pero era tiempo de quemar esa etapa".

A días del estreno, a Griffero solo lo rondan las desventuras del insolente Prometeo. No está escribiendo otra obra, tampoco baraja otros proyectos. Porque si en algo es claro, es que cuando se embarca en una nueva propuesta, no hay quien le quite la obsesión de encima. "Me pierdo hasta que llega el día del debut. No pienso más que en afinar detalles y en pulirlo todo", dice.

Lo que se verá sobre las tablas, según él, "es un viaje caleidoscópico por diferentes emociones del ser humano, una alegoría a nuestro amar y odiar, una obra metafísica y espiritual. Un recorrido fugaz por quienes fuimos y somos".