"Este es el mejor lugar para bucear en Chile continental", asegura el buzo César Villarroel instalado en su escuela de buceo en la caleta Chañaral de Aceituno, localidad de la Tercera Región ubicada a pocos kilómetros al norte de Punta de Choros. Lo dice con la seguridad de quien ha buceado en aguas que van desde Arica al Estrecho de Magallanes y el Cabo de Hornos. "Diría que disputa palmo a palmo el primer lugar con Juan Fernández", agrega refiriéndose al archipiélago, que es considerado por los amantes del buceo como el mejor lugar para esta disciplina por la importante cantidad de especies que se pueden ver bajo el agua.
Villarroel está radicado hace cinco años en Chañaral de Aceituno y los ha dedicado a la exploración y documentación de la vida marina, lo que quedó retratado en el libro Biodiversidad Marina: Reserva Marina Isla de Chañaral & Chañaral de Aceituno, que hizo con el objetivo de difundir esa zona turística, reconocida por el avistamiento de ballenas fin, jorobadas y azules. En 80 páginas, con imágenes (la mayoría de su autoría) y referencias científicas, registra las especies que, según el autor, son bastante más de las que hasta ahora se tenía información. “Mi idea es que la gente que vea el libro diga: chuta, ¿esto existe en Chile? Mira los colores, hay mucha vida acá”,
Incluso para el mismo Villarroel fue sorpresivo encontrar recursos que se están agotando en otras zonas del país. Por ejemplo, bancos de apañados, un pez de roca cobrizo que fue muy sobreexplotado; grupos de 15 o hasta 30 bilagay, “lo que no se ve en ninguna parte”; pejeperros de hasta quince años; lenguados; rollizos; blanquillos, además de locos, lapas y erizos. La zona es conocida también por la presencia de delfines, chungungos, dos especies de lobos marinos y pingüinos de Humboldt.
Según Villarroel, esta rica biodiversidad se explica porque el lugar funciona como una incubadora de vida. "Acá deberíamos tener planes para repoblar especies que ya no se ven en otros lugares de Chile por la contaminación y la sobreexplotación". Esta especie de laboratorio natural se ha logrado mantener con el trabajo conjunto de los pescadores y de la comunidad que viven en los alrededores de esta reserva marina decretada en 2005. "Más allá de los esfuerzos de la autoridad al decretar este lugar como reserva, está probado que si las comunidades no se hacen parte de ese trabajo, las figuras de protección no funcionan. Y acá, por ejemplo, existe un plan de manejo participativo".
También ayuda la geomorfología. Mientras las vecinas islas Damas o Choros son cercanas al continente y no superan los 40 metros de profundidad, en los alrededores de la isla Chañaral hay una profundidad de unos 300 metros que permite, por ejemplo, que haya más ballenas que en Punta de Choros. “Una ballena azul, que mide 30 metros, tiene mucho más espacio para maniobrar y alimentarse en esta zona. Por eso creo que hay más delfines en Punta de Choros: al ser un lugar más bajo, les cuesta menos comer porque encuentran los cardúmenes atrapados”. Otra imagen que destaca son las paredes de actinias. “No te imagines una pared como la de tu casa. Estos son acantilados que parten de los ocho metros y llegan a los 30 metros donde no cabe un dedo entre las actinias. Una cosa increíble”.
Villarroel espera que el libro ayude a difundir el conocimiento del lugar y, de esa manera, contribuir a mantenerlo protegido ante la amenaza, por ejemplo, de la minera Dominga que pretende instalarse con un puerto cerca de Punta de Choros. “Para proteger un lugar hay que conocerlo y enamorarse de él. Pero como dice el profesor Juan Carlos Castilla, mientras sigamos de espaldas al mar, va a ser muy difícil hacer conservación”, concluye.