Antes de viajar a Cannes, en mayo de 2010, para la presentación de Biutiful, su cuarto largometraje y por el que fue nominado al Oscar a Mejor Película Extranjera, Alejandro González Iñárritu, entonces de 47 años, arrendó un teatro por tres fines de semana en Los Angeles, donde actualmente reside junto a su mujer y sus dos hijos. Allí, proyectó en orden sus tres películas anteriores, Amores perros, de 2001, candidata al Oscar a Mejor Película Extranjera; 21 gramos (2003) y Babel, de 2006, también nominada a Mejor Película y Mejor Director. No las había vuelvo a ver desde el preestreno de cada una, pero durante aquellas funciones privadas, el cineasta mexicano, publicista de profesión y antiguo locutor y director radial de la emisora WFM, descubrió en su trabajo fílmico lo que antes, como espectador, no había logrado visualizar: todas ellas acababan con música.

"Siempre pienso en términos musicales. Vi que Amores perros es una canción de rock, 21 gramos una pieza de jazz, Babel una ópera y Biutiful un réquiem", dijo en una entrevista en 2010. El domingo pasado, cuando volvió a desfilar sobre la alfombra roja para la 87° entrega de los Premios Oscar, esta vez nominado en nueve categorías por su quinto largometraje, Birdman, probablemente se le vino a la cabeza el jazzista y compatriota azteca Antonio Sánchez, quien compuso la banda sonora del filme por el que, finalmente, volvería a casa esa noche con cuatro de las nueve estatuillas: la de Mejor Película, Mejor Guion Original, Mejor Fotografía y Mejor Director.

Solo en una de las tantas entrevistas que le ha tocado conceder al paso desde entonces, mientras su teléfono no para de sonar y cuando su nombre acapara portadas de diarios en todo el mundo, mencionó que la banda sonora de Birdman había sido castigada por la Academia por incluir composiciones célebres, aun cuando fuese nominada a Mejor Banda Sonora en los Globos de Oro. Quienes lo conocen de cerca, dirían que es algo común en él, porque si hay algo que hoy caracteriza a González Iñárritu, a sus 51 años, es su obsesiva devoción por el rock y su incontrolable capacidad de guardar silencio a la hora de responder preguntas.

Le apodan El Negro, nació en Ciudad de México el 15 de agosto de 1963, y creció bajo el cuidado de sus padres, una familia compacta a la que él mismo ha etiquetado antes como "guerrera". Ayer, tras la noche más importante de su carrera como cineasta, la prensa mexicana y del resto del mundo lo proclamó como el flamante ganador de la última ceremonia de los premios Oscar, y como el responsable de invisibilizar a Boyhood, una de las cintas favoritas para quedarse con las figuras doradas. Otros, sin embargo, se referían a Alejandro González Iñárritu como un hombre sin tintes en su pasaporte, como un ciudadano del mundo. Quizá tengan razón.

A los 17 y 19 años cruzó el Atlántico a bordo de un barco carguero en busca de trabajo y experiencias de vida. Desembarcó primero en Europa, luego en Africa. En ambas ocasiones, volvió a los meses a México con pocos pesos y cientos de anotaciones en libretas, que años más tarde se convertirían en las primeras líneas de sus futuras películas. En Babel, por ejemplo, volvió a Marruecos para grabar una historia que transcurre además en Japón, Estados Unidos y México. Fue esta cinta, protagonizada por Brad Pitt y Cate Blanchett, la que le valió su primera nominación como Mejor Director en los Oscar. Aquel año 2007, sin embargo, fue derrotado por Scorsese y Los infiltrados. En la entrega de 2011, en tanto, Biutiful lograría dos nominaciones (Mejor Película Extranjera y Mejor Actor por Javier Bardem), sin llevarse ninguna estatuilla. La revancha llegaría recién el pasado fin de semana.

A un año del triunfo de su compatriota y amigo Alfonso Cuarón, Mejor Director por Gravedad, González Iñárritu subió a recibir el Oscar por la dirección de Birdman, y reflexionó sobre cómo la carrera por los premios de la Academia tenía que ver con el tema central de su película (la de un actor, encarnado por Michael Keaton, que busca el respeto del mundo montando una obra en Broadway): "El ego ama la competencia, porque para que alguien gane, alguien debe perder; pero la paradoja es que el verdadero arte, y la sincera expresión individual como es la de estos increíbles realizadores, no puede ser comparada, etiquetada o vencida, porque nuestro trabajo solo será juzgado por el paso del tiempo", dijo el cineasta.

Más tarde, esa misma noche, cuando recibió el Oscar a Mejor Película, aprovechó de hablar en serio -y con humor del más negro- sobre un tema que Sean Penn, presentador del premio, dejó en el aire con una broma ("¿Quién le dio a este hijo de puta su green card?"): el racismo contra los inmigrantes. "Espero y rezo para que (los mexicanos) que viven en (Estados Unidos), quienes son parte de la última generación de inmigrantes en este país, puedan ser tratados con el mismo respeto que aquellos que llegaron antes y fundaron esta increíble nación de inmigrantes".

Cuando Emmanuel Lubezki subió al podio a recibir el Oscar a Mejor Fotografía por su trabajo en Birdman, Iñárritu lo aplaudió desde el público. El director de fotografía, apodado "El Chivo", ya es un nombre propio en la industria: tiene cuatro premios de la American Society of Cinematographers y ha trabajado -entre otros- con Tim Burton, Terrence Malick y Alfonso Cuarón, con quien ganó su primer Oscar por la fotografía de Gravedad. En 2007, fueron los mismos Iñárritu y Cuarón, junto a Guillermo del Toro (El laberinto del Fauno), quienes crearon Cha cha cha, una productora destinada a financiar películas latinoamericanas y que se diluyó por los proyectos personales de cada uno. Al menos, la idea potenció su amistad y conciencia de liderar un movimiento mexicano en Hollywood, la misma ola a la que los medios se refirieron cuando González Iñárritu alzó al fin sus estatuillas.

"Se trata de varios amigos que pertenecemos a la misma generación y que nos conocemos desde hace tiempo", dijo Iñárritu en una entrevista en la que aprovechó de nombrar a otros realizadores que podrían formar parte del recambio generacional: Carlos Reygadas, Fernando Eimbcke, Gerardo Naranjo y Amat Escalante, ganadores en Cannes, Berlín, San Sebastián y Sundance, respectivamente. "Hay un grupo de gente joven mucho mejor que nosotros", dijo. Luego, advirtió: "Pronto va a llegar a Hollywood el segundo cartel".

UN DESAFÍO DE ÉPOCA: LA NUEVA CINTA DE IÑÁRRITU

El último proyecto del mexicano es The revenant, un filme de época protagonizada por Leonardo DiCaprio. "Me excita poder fallar", dice el realizador sobre la película que está grabando en la montañosa Calgary, en Canadá. En el rodaje, donde sólo usará luz natural, hay nieve y temperaturas menores a los 10 grados bajo cero como marco para una historia de supervivencia y venganza, adaptada de la novela homónima de Michael Punke. El guión fue escrito por el director junto a Mark L. Smith y contará nuevamente con Lubezki en la fotografía. La cinta se estrenará en Navidad.