Regresó después de casi una década de silencio y ya nada era como antes. Icono de la narrativa chilena de los 90, cuando era a la vez bendecido por la crítica y el público, Gonzalo Contreras lanzó el año pasado la novela Mecánica celeste y se encontró con los peñascazos de la crítica literaria. El tampoco está para chistes. Además de dispararles de vuelta a los críticos en una entrevista en revista Paula, el autor de La ciudad anterior la semana pasada abrió fuego contra el paisaje: "La literatura chilena actual carece de color y de olor. Es como ver la vida en un televisor Bolocco blanco y negro", dijo. Fue lapidario. Es posible que también haya sido mezquino.
Desde mediados de la década de los 2000 el mapa de la narrativa chilena se está reordenando a manos de una generación que bordea los 40 años: Alejandro Zambra, Alvaro Bisama, Rafael Gumucio, Patricio Jara, Nona Fernández, Lina Meruane, Carlos Labbé, entre otros, vienen consolidando proyectos personales, ganando premios y apoyo crítico. Tras ellos, una camada en torno a los 30 que incluye a Matías Celedón y Diego Zúñiga golpea ansiosa la puerta.
"Desde que Zambra publicó Bonsái (2006) se ha renovado notoriamente el paisaje de la narrativa", fija el crítico Rodrigo Pinto. En esos días, todo parecía volver a partir: mientras las cenizas de las hogueras que prendió en la escena local Roberto Bolaño aún seguían tibias, Pablo Simonetti se consolidaba como el nuevo best seller de la plaza, Jorge Baradit lanzaba Ygdrasil (2005) abriendo nuevas rutas para la ciencia ficción y Germán Marín se sacudía de la chapa de escritor de culto con La ola muerta (2005).
Y mientras las grandes editoriales, como Planeta, redujeron sus presupuestos, las figuras de la narrativa de los 90, como Contreras, Jaime Collyer, Carlos Franz o incluso Antonio Skármeta, pisaron el freno, se toparon con malas críticas o dejaron de vender. Hoy no están en el centro de la fiesta. "Fueron superados y fagocitados por jóvenes hambrientos y menos aburguesados, literariamente hablando", dice el crítico de La Tercera Juan Manuel Vial. Pinto agrega que si a alguien le falta "color y olor" es " a lo que él y sus compañeros de generación están publicando".
"Lo que se disolvió y para siempre era esa ilusión de colectivo. Quedaron los libros y los autores más allá del ruido mediático", dice Zambra (38), lo más parecido a la cabeza de serie de este recambio. Respetado en Hispanoamérica, traducido al inglés, francés, alemán, acaba de publicar su quinto libro, Mis documentos, y cree que las razones para el nuevo paisaje narrativo son literarias: "Los escritores hemos priorizado la escritura como indagación, desoyendo los caprichos de la moda o del mercado", sostiene.
Igual que Zambra, Bisama (38) también empezó en la trinchera del crítico. Tras ganar el Premio Municipal por su novela Ruido (2012), acaba de publicar el volumen de cuentos Los muertos. Duda de un nuevo mapa a la vista, sospecha que se trata sólo de un natural recambio generacional, pero le gusta lo que pasa: "Hay aire, color, diversidad, hay una multitud de registros, algunos muy personales, y eso es bien interesante".
Todos transitan rutas personales. Esos hombres titubeantes de la medianía social de los que habla Zambra poco tienen que ver con la ambición generacional saturada y pop de Bisama, y ninguno está cerca de las inquietantes novelas líricas de Yuri Pérez (47), como Niño feo. También la ruta de Patricio Jara (39) es particular: tras una serie de novelas históricas y contar la biografía del heavy metal chileno, en Geología de un planeta desierto (2013) entregó un intenso texto autobiográfico con el desierto de Atacama como telón de fondo. Baradit (1969), a su vez, abre vetas fantásticas para releer nuestra historia en Synco y Lluscuma. Y Wilson (39) dice retirarse del negocio con Leñador, una enigmática novela que cautivó de capitán a paje.
Algo mayores que Zambra y Bisama, un puñado de autores que apagó la luz de los 90 hoy vuelve a encender luces. Pocos tienen más arrojo político e intelectual que Rafael Gumucio, de 43 (Historia personal de Chile, Mi abuela) y nadie se ha preocupado como Marcelo Leonart (43) en dar cuenta del agitado ánimo social de hoy, en sus libros La educación y Lacra, ambos ganadores del premio del Consejo del Libro en categoría inédita en 2011 y 2012. Y mientras Lina Meruane (43) seduce a la crítica latinoamericana con Sangre en el ojo y Fruta podrida, Nona Fernández (42) rememora su infancia en los 80 en las celebradas novelas Fuenzalida y Space invaders y Alejandra Costamagna (43) depura un minimalismo en Animales domésticos o Había una vez un pájaro, hasta convertirlo en marca intransferible.
"Ahora cabemos muchos y muchas, de distintas edades, de distintas clases sociales y distintas localidades de Chile", dice Carlos Labbé (36), nombrado por la revista Granta como una de las promesas de las letras hispanas. Autor de novelas laberínticas, como Navidad y Matanza o Locuela, comparte la ambición experimental de Matías Celedón (32), quien para su último libro, La filial (2013), confeccionó un timbre para "escribirlo". Por él ganó el Premio de la Crítica y el Municipal de Santiago.
Celedón puede que sea el mayor de la ola de narradores nacidos en los 80, en la que Diego Zúñiga (26) concentra las expectativas: su novela Camanchaca -primero al alero de Calabaza del Diablo, luego con Mondadori- fue llevada al francés por el traductor de Bolaño y él recién ganó el premio del Consejo del Libro por su esperada nueva novela Racimo, inspirada en el sicópata del Alto Hospicio. Para Zúñiga, las editoriales independientes fueron claves en el recambio: "Su apuesta literaria abrió el mapa, no sólo porque han publicado a los que nacimos en los 80, también a autores como Marcelo Mellado y Roberto Merino", dice.
Mientras los sellos independientes viven un auge, la industria editorial acepta la precaria realidad: vender 30 mil ejemplares de un libro, como en los 90 llegó a hacerlo Contreras, hoy salvo para Isabel Allende es imposible. Hoy pocas veces pasan los cinco mil. Nada de eso le importa a Zambra: "Hay una legitimación de la marginalidad en que funcionan las comunidades literarias. Hoy importa poco si publicas en editoriales mainstream o en independientes; además, ya no existen suplementos literarios". Y Zúñiga agrega: "Eso hace que lo que prevalezca es la literatura".
De fondo está el efecto de las duras lecturas que hizo Bolaño en el cambio de siglo. "Sugirió de manera sangrienta que el campo de batalla debía ampliarse", precisa Vial. Así fue: las novelas de Contreras hoy llegan a un paisaje en donde ya ni Pedro Lemebel ni Diamela Eltit están en los márgenes; Alberto Fuguet es un referente; las novelas gráficas de Francisco Ortega conviven con los diarios de Cynthia Rimsky y los policiales de Roberto Ampuero. Y hay mucho más. Color y olor no falta.