Histórico

El origen del "síndrome Solomon"

El término alude a lo difícil que resulta no seguir las opiniones y conductas de la mayoría. Su gestor fue el sicólogo Solomon Asch y nace a partir del miedo a no encajar y de la envidia.

“El individuo siempre ha tenido que luchar para evitar ser pasado a llevar por la tribu. Si lo intentas, a menudo te sentirás solo y asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser tu propio dueño”. Esta frase del filósofo Friedrich Nietzche ilustra un dilema habitual: ¿Dejarse llevar por las opiniones de los demás o hacer valer las posturas propias?

En un artículo publicado en The Psychologist, los sicólogos sociales Jolanda Jetten y Matthew Hornsey, de la Universidad de Queensland, señalan que enfrentar la presión del resto suele ser “visto como un acto de coraje, mientras que seguir a la mayoría es  señal de debilidad”. Pero evitar seguir a la multitud no es fácil, tal como lo mostró un clásico experimento sicológico, realizado en los 50 por el investigador estadounidense Solomon Asch. Su estudio en la Universidad Swarthmore reveló cuán rápido la gente se rinde ante la presión grupal y lo fácil que es hacer que alguien adopte el punto de vista de la mayoría, aun cuando sea incorrecto. Los resultados fueron tan potentes que el fenómeno fue llamado “síndrome Solomon”.

La prueba 

El test reunía en una sala a siete alumnos, coludidos con Asch, más un octavo que cumplía el rol de conejillo de indias. Asch les mostraba dos láminas: la primera tenía una línea vertical y la segunda tres de diferentes longitudes. Tanto la línea única como la tercera de la segunda lámina tenían una longitud claramente idéntica. Luego, Asch les pedía a los alumnos que dijesen en voz alta cuál de las tres líneas en la segunda lámina era igual a la trazada en la primera. En el experimento, el octavo alumno siempre respondía al último, tras escuchar cómo los demás siempre elegían alguna opción incorrecta.

El ejercicio se repitió 18 veces por cada uno de los 123 voluntarios: sólo 25% mantuvo su criterio cada vez que les preguntó y el resto se dejó influir al menos en una ocasión por los demás. Al terminar, los voluntarios admitieron que “distinguían perfectamente qué línea era la correcta, pero no lo habían dicho por miedo al ridículo o a ser el elemento discordante”.

Borja Vilaseca, creador de un master en desarrollo personal en la Universidad de Barcelona, se refirió a este síndrome en un artículo de El País Semanal: “De forma inconsciente, tememos llamar la atención en exceso -e incluso triunfar- por miedo a que nuestras virtudes y logros ofendan a los demás”.

Vilaseca agrega que este síndrome revela que “seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito ajenos. Aunque nadie hable de ello, en un plano más profundo está mal visto que nos vayan bien las cosas”.

Para Vilaseca, tras esta conducta opera la envidia y bajo su influencia “somos incapaces de alegrarnos de las alegrías ajenas”. Superar esta conducta, dice, depende de entender la “futilidad de perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros” y “dejar de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños”.

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