Antes de morir a los 41 años, en 1924, Franz Kafka le dio todos los papeles que no había publicado a su amigo Max Brod, con la contradictoria instrucción de que los quemara. Brod empezó a publicar las obras un año después: la primera fue El proceso, novela inacabada sobre la detención y condena del oficinista Josef K. por un delito que no cometió -nunca se sabe de qué lo acusan-, pero que él termina por asumir ante la maraña de acusaciones imposibles de contradecir o entender. Con ese libro, el difunto Kafka, que había sido un oficinista sin gloria, comenzó a hacerse famoso universalmente. Pronto se acuñó el término kafkiano, que remite a algo especialmente absurdo y extraño, en general ligado a la imbecilidad burocrática y a los desvaríos del poder.
Con la invasión nazi a Checoslovaquia en 1939, Brod, judío como Kafka, salió disparado hacia Palestina -pronto Israel- vía Rumania y se llevó los papeles de su amigo en la maleta. Ya había publicado El castillo, La carta al padre, La muralla china y otros relatos. En 1962, a pedido de los parientes de Kafka, Brod entregó varios documentos a la biblioteca Bodleian en Oxford, pero se quedó con otros tantos, incluido el manuscrito de El proceso, pues dijo que había sido un regalo personal. Al morir, en 1968, dejó el cuidado del archivo a su secretaria y amante, Esther Hoffe. La mujer se negó a entregar los papeles a las autoridades israelíes y siempre tuvo miedo a que se los robaran. En 1988 vendió el manuscrito de El proceso en dos millones de dólares, e incluso fue detenida al intentar dejar el país con unas cartas de Kafka en la maleta. La obligaron a mostrar todo para que fuera copiado, pero se sospecha que guardó lo más valioso: habría un relato desconocido, Preparativos de una boda en el campo, cartas y textos autobiográficos, incluso dibujos. Hoffe le vendió los diarios de Brod a la editorial alemana Artemio y Winkler, pero no los entregó.
LOS PAPELES DE LA JUSTICIA
El 2008 la señora Hoffe murió, a los 101 años, y los estudiosos pensaron que al fin verían los misteriosos papeles. Pero no: los heredaron sus hijas, Ruth y Hava, casi octogenarias y también reacias a mostrar los documentos a las autoridades. Por eso ni siquiera se sabe qué papeles aún quedan en su poder. Los tienen mal guardados en el húmedo departamento de Tel Aviv de su madre, donde viven varios gatos. Ante las negativas y mala disposición de las hermanas, que querían vender todo a un archivo alemán, el Estado de Israel decidió confiscar su herencia completa: no pueden acceder a los millones, las joyas y los inmuebles que les legó la madre.
El caso está ahora en la Corte Suprema israelí. "No puede ser que Hava Hoffe pase hambre mientras en el banco hay millones", comentó su abogado, Yeshayahu Edgar. Los jueces decidirán si liberan la herencia no kafkiana de las mujeres, y quizá diluciden por qué las mujeres no entregan el archivo si ya cuentan con un buen patrimonio, o por qué se han negado a negociar con la Biblioteca Nacional de su país. Ya sabemos, como escribió Kafka, que el ser humano es incomprensible.
"Para Israel es muy importante recuperar nuestro pasado; recuperar papeles como los de Kafka", dice Jacob Hessing, profesor de literatura alemana de la Universidad Hebrea de Jerusalén, quien piensa que el judaísmo fue central para Kafka. "Muchos de sus amigos eran sionistas. Muy probablemente él hubiera emigrado a Israel, como hizo Brod cuando llegaron los nazis. ¿Dónde habría ido si no?", se pregunta.
Pero la verdad no se sabe: la vida de Kafka es poco conocida. Según el investigador inglés James Hawes, autor del libro Excavating Kafka, la imagen del oficinista misterioso, perturbado, visionario del Holocausto, es más que nada un mito: bastaría con leer el material ya entregado por Brod para comprobar que era un libertino despreocupado, adicto a las mujeres alegres y al humor negro, y que esperaba grandes cosas del imperio austro-húngaro.
Los de las Hoffe no son los únicos documentos perdidos de Kafka. Otra parte de su obra se la entregó a su pareja, Dora Dymant, también con la instrucción de destruirlos, cosa que ella obedeció en parte. Se supone que la Gestapo le quitó los textos guardados, y hasta hoy se siguen buscando, aunque lo más plausible es que cayeran al fuego de los nazis.
La historia de los papeles de Kafka sigue ahora más kafkiana que nunca y está lejos de acabarse. Por algo, como escribió Ricardo Piglia, Kafka es el maestro "en el arte de los finales infinitos". De hecho, ahora la Biblioteca Nacional de Israel entró a la pelea: pide que Alemania les devuelva el manuscrito de El proceso, el mismo que fue vendido por dos millones de dólares. Quieren corregir un error histórico.