El pacto de Buenos Aires

En mayo de 2010, en medio de una cumbre en Argentina, Piñera y Chávez sellaron un acuerdo de no agresión. Tras varias críticas cruzadas entre ambos y ante un escenario regional complejo -marcado por el litigio con Perú y las tensiones con Bolivia-, el Mandatario chileno abandonó su diseño inicial de perfilarse como referente crítico de Caracas.




Una de las primeras y extensas conversaciones que tuvieron, a mediados de 2010, el Presidente Sebastián Piñera y el entonces mandatario electo de Colombia, Juan Manuel Santos, fue sobre su par de Venezuela, Hugo Chávez. Hasta ese momento, Bogotá -gobernada por Alvaro Uribe- estaba enfrascada desde hace meses en una cruda polémica con el líder caraqueño, a raíz de las acusaciones de que Chávez colaboraba con las Farc. La confianza y cercanía entre Piñera y Santos -ambos referentes de centroderecha en la región y amigos de hacía tiempo- dieron espacio para que el nuevo gobernante colombiano consultara a su homólogo chileno sobre el inédito "pacto de no agresión" que había sellado ese año con el líder bolivariano.

El martes 4 de mayo de 2010, Piñera llegó antes de las 9 horas a un amplio salón del Sofitel en Buenos Aires, acondicionado para que los mandatarios sudamericanos tomaran desayuno antes de iniciar una cumbre de Unasur. Poco después llegó Chávez. El clima no era el mejor: durante el verano, tras su triunfo en las elecciones ante Eduardo Frei, Piñera había lanzado duras y frecuentes críticas a Caracas, cuestionando -por ejemplo- "la forma en que se practica la democracia". "No se meta con nosotros", respondió el gobernante venezolano, indicando que "él es un empresario muy rico, es imposible que esté de acuerdo con una revolución socialista, pero lo menos que tenemos que pedirle es respeto". "Póngase a gobernar Chile, haga lo que tiene que hacer", señaló el líder caraqueño.

Ese 4 de mayo de 2010, dicen fuentes diplomáticas, Piñera tomó la iniciativa y se acercó a Chávez. El Mandatario chileno le recordó las críticas que habían cruzado ambos en las semanas previas y le dijo que tenía una propuesta. "Hugo, puedes estar orgulloso de que eres distinto a mí. Pero eso no nos impide trabajar en temas comunes", dijo Piñera. "Ok, tienes razón, pongamos la agenda de integración primero", fue la respuesta de Chávez, según revelan fuentes diplomáticas.

En la Cancillería chilena esperaban que la conversación no se extendiera por más de 15 minutos. Pero el rápido acuerdo dio pie para que el histrionismo de Chávez y los recuerdos de Piñera de viajes previos a Venezuela extendieran el diálogo por cerca de una hora. Algunos mandatarios comenzaron a llegar al salón del Sofitel y, al ver el animado diálogo, declinaron interrumpir a Chávez y a Piñera. Más tarde, en el plenario de Unasur, el venezolano señaló que "dejemos atrás declaraciones de aquí y allá, que muchas veces obligan a responder. Venezuela sólo pide respeto. Yo le tengo el mismo respeto al 'Pepe' (Mujica, Presidente de Uruguay), viejo guerrillero, igual que a Piñera". A su turno, el chileno contestó que "hay diferencias y las hemos conversado con el Presidente Chávez, pero como dicen los franceses, ¡viva la diferencia! Lo importante es saber no sólo respetarnos, sino que superar esas diferencias".

El pacto con Chávez, dicen en RR.EE. y en el oficialismo, marcó no sólo una movida táctica para evitar tensiones con Caracas, sino que fue una muestra de un giro mayor en el diseño inicial que el Mandatario chileno había trazado para su política exterior.

Antes de asumir en La Moneda, dice un personero que conoció dichas conversaciones, Piñera había definido potenciar su rol en la región, perfilándose como referente crítico de Venezuela y la Cuba de los hermanos Castro. La apuesta, dicen las mismas fuentes, apuntaba a ocupar el espacio que estaba por dejar Uribe, principal exponente de la centroderecha en América del Sur.

Pero este diseño cambió tras la instalación en el gobierno. Luego de las primeras reuniones tras el 11 de marzo de 2010, el análisis del nuevo equipo diplomático, encabezado por el canciller Alfredo Moreno, apuntaba a que no era conveniente tener una disputa permanente con el líder caraqueño. El tema fue conversado entre el nuevo ministro y el Mandatario.

Las razones eran varias. Primero, Chile ya enfrentaba varios flancos sensibles, como la demanda limítrofe de Perú y la aspiración marítima de Bolivia. En cuanto a Argentina, si bien está pendiente la delimitación en Campos de Hielo, Cristina Kirchner había volcado su política exterior al tema de las islas Malvinas, lo que daba espacio para un clima de normalidad. Pero Chávez mantenía influencia y cercanía con los gobiernos de esos tres países y en la Cancillería chilena aún tenían fresco el entusiasta respaldo que había dado a La Paz en 2004, para "bañarse en una playa boliviana".

En segundo lugar, abrir un escenario de tensión permanente con Chávez al "estilo Uribe" habría impuesto un escenario polarizado, que lo hubiera expuesto a críticas de los aliados a Venezuela y reducido el margen de acción de la Cancillería. De hecho, pensaban en RR.EE., quien tenía espaldas para haber hecho frente a Chávez -el brasileño Lula da Silva- había optado por no rivalizar con Caracas. Y el peruano Alan García había abandonado la infructuosa pelea con el gobernante venezolano, tras sostener por semanas duras acusaciones cruzadas. "Corrupto de siete suelas", fue uno de los dardos de Chávez al líder limeño.

Por último, Piñera tendría que tratar muy frecuentemente con Chávez. Esto, pues en una cumbre en Cancún en febrero de 2010, Venezuela asumió la presidencia del proceso de reuniones que finalmente daría origen a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, Celac. En esa misma cita en México se definió que Chile tomaría la posta de Caracas en la jefatura del naciente organismo. Así, ambos países deberían trabajar en una propuesta de estatutos para Celac y en la organización de las reuniones en Venezuela en 2011 y en Santiago, en enero de 2013. Una relación tensa habría complicado el proceso y La Moneda podría haber sido acusada de bloquear la creación del primer organismo en la región que incorporaba a Cuba y excluía a EE.UU.

De esta forma, el primer diseño de Piñera de un liderazgo regional duro y crítico dio paso a un perfil más conciliador. De hecho, la Cancillería chilena se jugó luego por aprobar en el Senado la estancada ratificación del ingreso a Unasur, organismo largamente impulsado por Chávez.

El pacto, dicen en RR.EE., fue respetado por el gobierno bolivariano. Aunque la agenda bilateral no es intensa, Chile ha tenido más diálogo con Caracas -en el marco de Celac- que, por ejemplo, con Dilma Rousseff de Brasil.

Ahora, en Santiago esperan que el pacto Piñera-Chávez se mantenga tras la muerte del mandatario. Uno de los presentes en la cita de Buenos Aires en que se concretó el acuerdo fue el entonces canciller, Nicolás Maduro, actual vicepresidente de Venezuela y heredero designado por el fallecido líder bolivariano.

En la Cancillería dicen que si bien Maduro mantiene un discurso público marcadamente ideológico, en privado tiene un perfil más pragmático. Sin embargo, en RR.EE. admiten que el futuro de la relación bilateral -así como el tono de la política latinoamericana en los próximos meses- depende del devenir en Caracas. Si Maduro está sometido a demasiadas presiones internas y debe dar señales de fuerza, podría optar por hacerlo en el ámbito internacional.

Por ahora, la primera señal de Piñera a la Venezuela post Chávez fue de buena voluntad: fue uno de los primeros mandatarios en dar condolencias el martes, decretó tres días de duelo oficial y viajó al funeral del líder bolivariano, con una comitiva de peso: el ministro del Interior, Andrés Chadwick, y los representantes de la Cámara de Diputados, Nicolás Monckeberg, y del Senado, Isabel Allende.

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