Desde su ventana puede vislumbrarse la cancha de fútbol que hay al otro lado de la calle Luis Bisquertt. En el salón del pequeño departamento de la comuna de Ñuñoa en el que vive, la televisión está encendida. Hay fútbol a uno y otro lado del cristal porque a Roque Mercury le gusta vivir así, rodeado de fútbol. Es jueves y resulta imposible no acordarse en esta lluviosa mañana santiaguina de aquellas otras mañanas, lejanas ya en el tiempo, de la verde Araucanía. Porque puede que se trate de una simple coincidencia, o tal vez de un feliz augurio, pero el día en que el Pije ascendió a Primera División por última vez, llovía torrencialmente en Temuco.

"Llegué en 1962 a Chile, para el Mundial de fútbol, al club San Luis de Quillota. Vine para un año y llevo aquí más de 50", contextualiza, a modo de presentación, el ex futbolista, ex entrenador e imperecedero ídolo albiverde, tras abrir a La Tercera las puertas de su domicilio.

Faltan apenas algunas horas para que Deportes Temuco salte a la cancha del Germán Becker con la finalidad de librar su penúltima batalla por el ascenso. Suficiente como para viajar 15 años en el tiempo. “El presidente que había en ese momento me llamó para pedirme que les echase una mano. El único objetivo era que el equipo no bajase a Tercera. No tenían un peso”, empieza a recordar el veterano técnico, argentino y chileno, de 80 años. “Un día me encuentro con Mauricio Guevara en un café y me pide que por favor agarre el equipo. Y yo le digo que si agarro el equipo he pensado en que me contraten un ayudante, porque yo tenía que infiltrarme todas las mañanas en las rodillas para poder trabajar. Después le digo que quién mejor que él, que ya está acá, para ocuparse de eso”, prosigue. “Así que contratamos a Mauricio. Y después al preparador físico, Arturo Calderón, al que yo le puse El Alemán, porque era impresionante cómo trabajaba. Y a Molina, el utilero. El cuerpo técnico estaba ya listo, pero todavía había que armar el equipo”, agrega, sonriendo con orgullo al reconstruir la dura empresa que significó conformar aquel recordado plantel de Deportes Temuco.

Un plantel de urgencia, de circunstancias, en el que no figuraban grandes nombres, ni tampoco grandes nóminas. “Aquella debió ser la planilla más barata de un equipo campeón de toda la historia del fútbol chileno”, asegura Roque. Un conjunto en el que nadie creía.  Nadie, claro, salvo su entrenador: “A aquellos muchachos, en aquella época, no los conocía nadie. Teníamos 13 jugadores profesionales. Nada más que eso. Y con sueldos de 300 ó 400 luquitas. Pero eran buenos para la pelota. Era un equipo que corría y metía, pero que también jugaba y pensaba”.

Y que estaba dispuesto a escribir una de las páginas más gloriosas en la historia del club. “El campeonato lo ganamos prácticamente al término de la primera rueda. Terminamos invictos y con 17 puntos de ventaja sobre el segundo, que era Cobresal. Fuimos campeones de punta a punta, porque nunca compartimos el liderato con nadie. Nadie nos podía agarrar”, proclama Mercury, tras dar un largo trago a su taza de café humeante y mientras en la calle el temporal vuelve a avivarse, como queriendo aportar mayor verosimilitud a su fidedigno relato. “Pero una cosa es contarlo y otra haberlo vivido”, matiza.

Porque pese a todas las dificultades atravesadas durante su proceso de conformación, la superioridad  del conjunto albiverde sobre el resto de sus adversarios aquel año 2001 fue casi insultante. El equipo, en el que brillaron con luz propia jugadores como Jorge Maravilla Guzmán, máximo goleador del torneo con 19 tantos; Iván Álvarez, autor de 14; Felipe González, Eduardo Díaz, Víctor Barría, Juan Pablo Toro, Claudio Cruz o su arquero, Marcelo León -quien llegó a firmar incluso nueve dianas desde el punto penal-; no tardó demasiado en dejar el campeonato de Primera B visto para sentencia.

Con un registro imborrable de 17 partidos invicto y una inmaculada racha de 11 victorias consecutivas, los pupilos de Roque terminaron rubricando su ascenso de categoría con cinco fechas de anticipación. “La gente estaba enloquecida con el equipo. Llevábamos más de 15 mil personas cada domingo. Más que ahora. Contra Melipilla, en el partido que ya sabíamos que podíamos salir campeones, metimos 26 mil personas en el antiguo estadio. Y se quedaron afuera otras seis mil”, explica el DT,  todavía emocionado.

Aquel encuentro, disputado el 6 de octubre de 2001 en la capital de la Novena Región, concluyó con triunfo albiverde por 2-1. Y con vuelta olímpica. Pero el potencial de aquel plantel volvería a quedar refrendado al año siguiente, cuando la escuadra de la cruz de malta consiguió doblegar a la U para adjudicarse la Copa de Campeones y avanzar después hasta los playoffs para claudicar finalmente, en una estrechísima eliminatoria, ante Universidad Católica. El sueño temuquense, al que Mercury había dedicado en total 12 años de su vida, parecía haber sido inventado para durar eternamente.

Pero no fue así y en 2005, el equipo regresó otra vez al infierno de la B, tres años después de que, en 2002, Mercury decidiera colgar su buzo de entrenador para siempre. Ya había cumplido su cometido.  “Después del 2001 y el 2002, que fueron años maravillosos, decidí retirarme. Estaba cansado de pelear. Hoy tengo 80 años, Temuco está por jugar un partido importantísimo para subir a Primera y la gente me sigue llamando. Por eso nunca volví a dirigir. Me lo ofrecieron, pero yo dije que no, porque ese era el regalo que quería hacerles a los hinchas, a la gente. No volver a dirigir nunca más a no ser que fuera a Deportes Temuco”, culmina el ex entrenador, con lágrimas. Hoy, 15 años después, el equipo que engrandeció Mercury vuelve a estar a las puertas del ascenso. Y en la calle sigue lloviendo.